A partir de una charla con Anaí López por sus libros
Quiéreme cinco minutos y Quiéreme si te atreves,
Random House Mondadori, Montena,
México: 2010,2011, respectivamente.
Para Feri,
siempre…
Quizá, uno
comience a leer libros porque éstos cuentan historias. No importa qué tipo de
historias, lo que nos interesa (supongo) es que sus temas y la forma con la que
están contadas nos gustan, interesan, o al menos, llaman nuestra atención. También existe el fenómeno de lectura por recomendación que, a diferencia de la escritura, por más que ésta “se recomiende” o “te la recomienden” no sucede tan fácilmente y entonces uno “escribe de otro modo”, “a su modo”. Y cuando uno lee, a partir del gusto ajeno, también se topa uno con sus “asegures” pero, al menos yo, intento descubrir algo o a alguien, incluido el alguien que recomienda.
Así, en la
recomendación, uno se encuentra (o no) con autores y personajes, también unos
más entrañables que otros. A mí, hace unos meses, ese encuentro por
recomendación me ocurrió con Anaí López a quién descubrí primero como autora y
después como persona, el año pasado, en la FIL Guadalajara.
Descubrí,
para mi sorpresa, que sin conocerla, la conocía. Su trabajo como guoinista en
canal 11 con programas como Bizbirije o El diván de Valentina me habían dejado
algunas tardes, gran sabor de boca. En cuanto a su entonces, única novela
(Quiéreme cinco minutos, 2010) tenía poco que opinar pues gusto de escapar de
“los Best-Sellers” y “El gran fenómeno del momento”. Sin embargo, a pesar de
mis reticencias, tenía un punto a su favor: mi hija de entonces casi quince
años, lo había leído en tres días, tras encontrarlo en el librero en el área de
“pendientes” y me pedía que por favor, lo leyera, “que estaba muy bueno”.
Lo que
comenzó como un reconocimiento a la lectura de mi hija, no me defraudó.
Corrijo: No sólo no me defraudó, me dejó un gran sabor de boca y además, a
partir de la protagonista, Elena, se generó un puente, colgante y frágil, pero
un puente, hacia esa etapa que todos vivimos, nadie entendemos pero, de un modo
u otro, todos “padecemos”: la adolescencia, de manera tripartita: la del
personaje, la de mi hija y la propia.
¿Quién era
Elena? ¿Quién era Anaí? ¿Cómo se despertó en ella este interés de contar, desde
el lenguaje de “los chav@s”, una historia para ell@s? Las preguntas se
agolpaban en mi mente. Una tras otra. El título me “daba de mazapanazos”:
Quiéreme cinco minutos… Me quedé con mis preguntas. El libro volvió al librero,
aunque cambió de lugar. A otra sección. Pero ahí se quedó. Viajó. Participó. De
pronto evocaba al libro y su protagonista, con “cariñito”.
Un año
después, llegaría el segundo título: Quiéreme si te atreves (2011). Esta vez,
sería yo quien lo leería primero. Elena y yo volvíamos a encontrarnos, un año
después, ella de 17, mi hija de casi 16. Ambas en la preparatoria. Ninguna de
las tres éramos ya las mismas, para empezar, entendía mucho más el lenguaje de
Elena, por ende el de mi hija y, también, estaba mucho más cercana a la adolescencia
y a la experiencia de “ser adolescente”, que un año atrás.
En
diciembre del año pasado, entonces, nos encontramos, también Anaí y yo, en la
FIL y tuvimos la oportunidad de charlar unos minutos. En otro contexto,
re-dimensionaba la estructura no sólo de una experiencia literaria, sino el
transcurrir de una etapa en voz de la protagonista Elena y su rostro creador,
el de Anaí quien dispuesta y sonriente se encontraba también, ese día, desde
otro lugar con Elena: “Cuando yo escribí Quiéreme
si te atreves, estaba yo en un proceso muy difícil, moría mi madre y me
estaba enamorando de mi pareja. Me estaban pasando cosas muy cabronas. Era
también una época de reacomodo. De pensar que en la vida, nunca pasa una sola
cosa. La vida está hecha de momentos terriblemente tristes, magníficos
espeluznantes, al mismo tiempo. Con este
motor buscaba también al escribir ese puente en Elena, ese salto a la autonomía
que es un camino de vida; la intención de decir que no importa qué esté
sucediendo, siempre hay que estar cerca de uno mismo y la otra es saber que así
va la cosa. Que la carretera de la vida es de múltiples carriles y quizá es un
poquito lo que puede leerse entrelíneas en este libro”.
La
historia de Elena en Quiéreme… (Cinco minutos primero y después, si te atreves) es tan sencilla como compleja. Es su vida de los 15 a los 17 años; su tránsito
por la adolescencia y la forma en la que vive, enfrenta y resuelve sus
problemas; sus relaciones familiares, sus amigos. Enamoramiento, traición,
pérdida que es al tiempo búsqueda. Es el último año de secundaria ( y si se
leen los dos libros) puede acompañar a Elena hasta el primer año de la preparatoria.
Si sólo se atreve uno con la prepa, también está muy bien. Lo que da, ante
todo, el primer libro, son antecedentes, como la vida misma.
Así de
sencillo tiene todas las ventajas y sus desventajas. Las primeras consisten en
acercarse a una jovencita que ahí, donde los adultos decimos “edad de la
punzada” ella dice siento, quiero pienso. Ahí, donde “los adultos”, las
“autoridades” dicen no, ella pregunta y se pregunta por qué. Ahí, donde
aparentemente no existen interlocutores válidos, Elena los encuentra, primero
en su abuela, después en el teatro a partir de una experiencia escolar y en la
música, a partir del amor.
Elena
aprende y aprehende. Goza con la misma intensidad con la que sufre y se
cuestiona. Se está construyendo, pero esto conlleva no poco dolor y, a veces,
ahí donde se siente sola, encuentra la mejor de las compañías: ella misma, con
todos los altibajos que encontrarse trae consigo. Encuentro y desencuentro.
Amistad y traición. Placer. Deseo. Encuentro con la transformación y el cambio.
Darse cuenta que no necesariamente son sinónimos sino complementos.
Y en los
complementos, está la aventura. Las anécdotas del vivir y del construir, como
las de la propia autora pues, que Elena hoy tenga la vida que tiene y esté
presente en las historias de vida de no pocos jóvenes fue un camino largo muy
largo allende fronteras. Anaí misma me contó lo fue la semilla de Quiéreme…:
“La historia de Elena y la intención de escribirla surgió hace más de 10 años.
Una de mis mejores amigas, Karina Simpson, trabajaba en aquel entonces en
Editorial Planeta y yo estaba chambeando en España (país en el que estudiaba
una maestría en guión de cine y televisión) y propusieron la idea de editar un
libro tipo “Pregúntale a Alicia” (un libro anónimo escrito en forma de diario en
1971 de una chava drogadicta, que aún hoy tiene un sinfín de lectores y cuyo
auge fue en los ochenta, sobre todo mediáticamente). Karina pensó en mí para
hacerlo y lo primero que pensé yo, es que justo no quería hacer un libro como
ese. No quería hacer un libro ni moralino ni tremendino.
“Pensé
así, en un libro por entregas. Tres. Entonces armé la sinopsis, tomando en
cuenta que, lo que más se escribe para chavos, además de historias de vampiros,
son libros en los que se les dice qué hacer y qué no; también cómo hacerle sin
perder la larga lista de nos: no te drogues, no vayas a…, no se te ocurra… Lo
que tenía yo más claro, desde el principio, es que quería escribir una ficción,
algo muy cercano que contara la adolescencia de una chava mexicana en tres periodos:
12-13 años; 14-15 años y 16-17 años. Presenté el proyecto y nada ocurrió.
También lo presenté en Random House Mondadori España y nunca se armó pero,
mientras tanto, yo seguía terca con el libro y comencé a escribir. Diez años
después, el primer libro de la trilogía estaba terminado y entonces, decidí
llevárselo a Andrés Ramirez. No me imaginé que fuera a pasar esto con mi libro,
no es por jugarle a la falsa humildad pero para mí, ya que se publicara fue el
mayor de los logros, por añadidura llegó lo demás.”
“Yo creo
que lo que me prendió a escribir tanto de esta edad fue que yo, a esa edad,
empecé a escribir. Escribo diarios desde los 13 años, porque a través de las
letras, aunque suene estúpido, a mí se me reveló un camino para acceder hacia
la intimidad, hacia la posibilidad de tocar mi propia intimidad. No creo que
haya sido una “válvula de escape” porque más bien, la escritura te conecta con
las cosas de una manera fundamental. Eso fue, a fin de cuentas, lo que me hizo
escritora.
“Ahí en
los diarios, escribiéndolos, descubrí que lo que me latía era ‘todo eso de las
palabras’. Entonces, en mis diarios,
quedó plasmada, reflejada una época que, en la vida diaria, es rápida y fugaz
pero crucial, porque es el momento en
que adoleces de todo: de infancia, de adultez, es cuando más sola te sientes,
no cabes, no estás bien en ninguna
parte, pero es el momento de vida en la que algo empieza a cuajar y un periodo
en el cual decides y te arriesgas o empiezas a experimentar esto tan difícil de
explicar que se llama Autonomía.
“La
adolescencia, continúa Anaí, es esa etapa de la vida que nadie quiere recordar
y es crucial. También es un momento muy chistoso, de amores muy intensos, la
escuela como anecdotario, el rollo de los amigos, el salir de este lugar
(familia) es salir de la zona de confort, de este lugar seguro, con nuestros papitos
diciéndonos qué hacer, conviviendo con una caída de veinte: ése momento en el
que te das cuenta que pueden hacerse un montón de cosas y que uno mismo puede
hacer que las cosas pasen. Eso, todo eso es lo que quise reflejar en los
libros; mostrar todo el espectro vital que puede tener una chava de esta edad.
“Yo creo
que Quiéreme… es una mezcla de emociones e intereses. Un poco de intuición, de
autobiografía, investigación, el reencontrarme con mi propia adolescencia,
contactarla al tiempo en que, desde la transformación adulta, buscaba conectar
con la juventud actual. Escribí y escribí. Además, hubo un factor: cuando la
historia ya estaba escrita, un libro estuvo entre mis manos y me cambió la
vida: “El Guardián en el centenofue una mezcla de todo lo anterior. La historia ya estaba escrita, el libro
terminado, listo pues y Hubo un libro. “El guardián entre el centeno”, de
J.D.Salinger (1951). Y entonces me dije: la historia que estoy escribiendo, no
es así. Y me senté a reescribir el libro por completo.
“Cuando
acabé de revisar la historia; me eché a llorar. Me da una tristeza espantosa.
Eso es lo que es muy loco y muy padre. Es darle vida a alguien al que todo el
mundo le pone voz, rostro, y ahí está. Un día, manejando me dije: ¡qué grueso,
Elena está más viva que yo y el güey que viene manejando al lado! Ahora, ya
estoy muy bien. La neta. El proceso de escritura de estos libros, a mí me dio
la vida. No es que fuera yo un guiñapo arrastrándome, pero ha sido un proceso
complicado. En los últimos años me han pasado cosas muy fuertes y ha sido
sanadorsísimo. Al primero al que le mueve y le cura cosas la escritura, es a
uno mismo. Voy a seguir sintiendo y viviendo lo que me da la escritura. No hay
cosa más padre.
“La
verdad, no me late mandar a Elena a la Universidad nada más por vender más
libros; si acaso (ahora que están de moda las precuelas) se me antojaría
escribir la primera parte, la etapa entre los 12 y los 15 años de Elena como lo
planee desde el principio, que podría estar muy cotorro, pero yo creo que todo
pinta para que ya quede ahí. Elena ya acabó de decir lo que tiene que decir.
Ahora, tengo ganas de escribir una historia de un chavo. No estoy preparada
todavía para dejar el tema, no he terminado de explorarlo; la adolescencia es
algo que me prende mucho. Es increíble, todavía tengo cosas que decir”.
Escribir.
Escribirse. Narrar. Narrarse. Contar. Contarse. Leer. Leerse. Desde uno mismo y
para los otros. A partir de los otros y desde uno mismo. Entonces ya no es sólo
escritura sino reescritura en la que se genera otro espacio que gusto de llamar
literatura. Y ésta, va mucho más allá de si es Best Seller o no. Si pertenece a
un género o no. Si se publica o no. Es un proceso que, al leerse y escribirse
se inscribe. En uno mismo. Desde distintos lugares. Y por distintas razones.
Pascal lo dice mejor que yo: “El corazón tiene razones que la razón desconoce”.
Y en cuanto a la adolescencia, habrá que quererla, aunque sea cinco minutos,
¡claro!, si te atreves.
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