Osorio Gumá, Mariana. El paraíso de las moscas.
Zeta Ficción .Ediciones B, México, 2010. 235pp.
Hace meses que lidio con la sordera propia y ajena. Tanto en lo individual como en lo social. Ésta última con tantos ejemplos e implicaciones que no me detendré en los detalles. Basta vivir en México para sentirla y, paradójicamente, escuchar su estruendo a cambio de silencios verborréicos por paradójico que suene el término. Sin embargo, en el terreno de lo individual y debiera decir personal, la sordera se ha hecho más y más presente, desde su profundísima metáfora. A veces, incluso, preferiría que existiera aquella sordera “médica”, la que en sí y en su particular complejidad es una “discapacidad” o “deficiencia corporal”, términos que en ningún modo expreso en mala lid, pero que uno supondría más sencillos de manejar dado esta reacción universalizada hacia la “enfermedad”, acoto, distinguible o visible. ¿Quieres aprender a usar la boca para que la oreja luego entienda los ruidos?
Así, como toro a media plaza y rodeada por las implicaciones emocionales de la sordera: la mudez, el silencio, la incapacidad de generar códigos en común y, tratando brincar el pantanoso terreno de la verborrea mental, llegó a mí, más que por casualidad por destino, digo yo, la primera novela de Mariana Osorio Gumá (La Habana, 1967), El paraíso de las moscas (Ficción Zeta, 2010) y entonces, las imposibilidades se me re-dimensionaron. ¿Entiendes con tu cabeza?
Este paraíso narrativo resulta revelador en varios aspectos pues el universo que plantea genera, conforme se avanza en la lectura un carrusel de emociones y sensaciones in crescendo donde, lector y personajes habitan un espacio alterado: la realidad y la conciencia de la misma. Sí, lo primero que está roto aquí es el principio de realidad. Éste no existe. Se ha desvirtuado y se ha construido otro lugar posible para ser y estar; en el desdoblamiento, está también aquel otro-otro de Elías, el niño protagonista de esta historia.
Portada edición mexicana |
¿Quieres aprender a usar la boca para que la oreja luego entienda los ruidos? La complejidad se hace presente entonces desde un también doble (y complementario) entrecruzamiento de planos narrativos que surgen desde el silencio y anidan en la negación. Las escaleras de Escher hacia la violencia donde cada escalón es, no sólo consecuencia sino pivote de una reacción más violenta y dolorosa pues hilvanada por el miedo no hace sino buscar desesperadamente, volver a la zona de confort cuando ello no es posible ya. ¿Entiendes con tu cabeza?
La desolación. Este paraíso es en realidad un infierno: Elías es un niño que ha crecido con su padre y su hermana. Ambos sordomudos y, como tal, ha sido criado. Sin embargo, no es ésta la historia que ha de desarrollarse pues la novela comienza justo cuando Padre y Hermana han muerto. ¿Quieres aprender a usar la boca para que la oreja luego entienda los ruidos?
¿Qué es entonces lo que cuenta esta historia? La violencia pura del silencio. La sordera como gran imagen y metáfora de la vida misma. Como el gran generador de violencia. Como imposición de un código único donde es el aislamiento la única manera de sobrevivir. Sí, el aislamiento de los otros, de sus voces, de sus signos. Su nulificación. Lo que hace el padre de Elías es nulificar el entorno, incluido el de sus propios hijos: o eres como yo o no eres nadie. Pero Elías, encuentra una salida a través del espejo. Alonso, su otro yo, tiene las herramientas verbales, la fortaleza, el empuje que a Elías le falta para enfrentar a Padre. Él no tiene miedo, es una imagen. Su sombra. Su inconsciente. Otro que sí es capaz, en primera instancia, de hablar. ¿Entiendes con tu cabeza?
Portada edición española |
Y el habla, la construcción del lenguaje, el fraseo y la compulsión rítmica a la repetición propician entonces un murmullo como el zumbido de las moscas que genera tanto o cuanto más ansiedad al lector que a los personajes, ese “oír el zumbido de las moscas por la habitación, golpeando su necedad contra los cristales empolvados, cuando no atinaban a huir hacia afuera”. Y es que, para dar cuenta de que hay que huir, hay que saber, también, que hay algo de lo que se tiene que escapar. Y Elías no es capaz de ello por miedo porque ahí, en el ruido, lo que hay son ausencias. Y a veces no se puede escuchar a los recuerdos. Ni nombrarnos, porque nos dan existencia. ¿Quieres aprender a usar la boca para que la oreja luego entienda los ruidos?
Entonces, ¿cómo podría Elías escribirse y describirse en este Paraíso de las moscas, para re escribirse fuera de él? Elías sí escucha aunque ni él mismo lo sabe y con la ayuda de Alonso tratará de transformar las señas en lenguaje que le permitan escucharse y escuchar a los otros. Repitiéndolos en soledad, imitándolos, aprendiendo del mundo a través de títeres. De la confección de ellos. Éstos los únicos capaces de repetir las voces que oye afuera, cuando logra estarlo. Un nuevo espacio, otro. El escenario posible: Aquél en el que esté a salvo, donde puedan construirse otras ficciones o realidades, pero donde, a pesar de la confusión y el dolor que ésta provoque, es presencia. Exigir un lugar, su lugar en el mundo con un ritmo propio que tendrá que aprender solo. Consigo mismo, “y al fondo de todo, tenue pero insistente, aquel canto que producía el zumbido de las moscas”. ¿Entiendes con tu cabeza?
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