miércoles, 31 de julio de 2019

¿Palabra de Yanquilehue?


Osorio Gumá, Mariana
Tal vez vuelvan los pájaros. Ediciones Castillo, 2014

En días aciagos como los que vive nuestro país, dolorido e indignado a más no puedo sino creer que como sociedad hemos aprendido muy poco o casi nada de las lecciones de la Historia. Hoy día frases como “Pienso luego me desaparecen”, “Ni perdón ni olvido”, “Vivos de los llevaron, vivos los queremos” se resignifican en un pueblo que pareciera haber perdido su memoria a corto plazo. ¿Cuánto es para la historia reciente de América latina casi 50 años? 

Me atrevería a decir que una eternidad, apenas efemérides que las “nuevas generaciones” apenas y conocen: 2 de octubre de 1968, 10 de junio de 1971, 11 de septiembre de 1973, 24 de marzo de 1976, entre muchas más que, cientos de personas, han dejado pasar, quizá, porque como dijo Martin Niemöller: "Primero vinieron a buscar a los comunistas, y yo no hablé porque no era comunista. Después vinieron por los socialistas y los sindicalistas, y yo no hablé porque no era lo uno ni lo otro. Después vinieron por los judíos, y yo no hablé porque no era judío. Después vinieron por mí, y para ese momento ya no quedaba nadie que pudiera hablar por mí”. Y sí, cuando llegan por nosotros, entonces queremos hablar. O que alguien hable por nosotros. Pero hemos guardado silencio demasiados años. Y ya llegaron, por nosotros, por ustedes, por ellos. 

Como contraparte y porque convencida estoy de que, ante la desmemoria, la escritura y la palabra, la literatura, sea a manera de ensayo o de ficción, de pronto se vuelve a la sociedad y contribuye al “no olvido” y al recuerdo. Genera la participación de la memoria personal y colectiva al mostrarse a través de esas historias que hicieron la Historia y que, muy bien haríamos, en recordar.

Es ése el caso de la novela Tal vez vuelvan los pájaros (Ediciones Castillo,2014) de Mariana Osorio Gumá (La Habana, Cuba, 1967) que, a lo largo de sus páginas acerca al lector, desde el punto de vista de una niña de ocho años a lo que fue el Golpe Militar de Augusto Pinochet en 1973 y que va mucho más allá de un ejercicio de memoria pues a Mar, le es arrebatado su mundo exterior y ella, entonces, va solidificando y transformando su mundo interior, una vez que ha comprendido, para sí, el valor del lenguaje.

Y es en el lenguaje, en la construcción de la voz narrativa, donde está la clave de esta novela pues Mar, consciente o inconscientemente, no lo tendremos claro como lectores, ha entendido el valor de las palabras. La trascendencia de la voz y el secreto del silencio pero éste manejado a voluntad. Sí, a Mar no la silencian. Ella decide guardar silencio hasta que le devuelvan lo que le han arrebatado: a su padre: “Vivo se fue y vivo lo quiere”. Mientras eso no ocurra ella permanecerá calamita, calamita aunque se le cuezan las habas por hablar y decir y nombrar.

Pero, ¿cómo nombrar la pérdida? ¿Cómo darse cuenta que eso que se tenía no se tiene más?¿Por qué arrebatar lo propio? ¿Por qué transformarnos en ajenos? Así, Mar es la voz inconforme, la voz que quiere respuestas que le convenzan, que le expliquen, aún cuando los adultos nada quieren explicar, porque “todo va a estar bien” y ya se sabe que cuando los adultos dicen “que todo va a estar bien” no lo va a estar pronto.


Y frente a los ojos niños de una realidad dolorosa e inexplicable, apenas comprensible también para los adultos, Mar tiene a Celia, su nana y la de sus hermanos. Celia tiene no sólo el candor sino la vivencia y la conjunción de mundos, del mundo de la magia, de la tradición, la sabiduría que da tener otra historia de vida y ella, con sus anécdotas, con su comida y sus leyendas, le habla de Dominga Juana, su hermana y de una cajita. Una cajita musical, en donde también, habita Domi. Así, Domi y Mar, generan un vínculo y pueden acompañarse. Con todo lo que implica. Porque Domi es sabia. Así, en medio del horror y las no explicaciones, Mar puede (y construye) algo que he llamado intra-mundos.

Osorio Gumá lo que ha construido en Tal vez vuelvan los pájaros es esa cajita de música. Es esa posibilidad de nombrar los intra-mundos no sólo de los niños de la dictadura chilena sino las aristas y la complejidad del dolor, la supervivencia, la nostalgia, el recuerdo, desde el cuerpo. Esa cajita de música, esa bailarina que da vueltas, es contención y motor. Es búsqueda y es respuesta. Es un mundo alterno posible en donde el remanso llega y la lleva hacia los suyos. Por eso, ella la traerá consigo en todo momento. Celia se la regalará aun cuando Celia no pueda estar más con ellos; ella tiene que quedarse, ver por los suyos, por los que se quedan y tratará de sobrevivir. Como tantos. Estando en ninguna parte, quizá: “No entiendo cómo alguien puede estar en ninguna parte o no estar en alguna parte cuando ya no está aquí. Pero lo más difícil es pensar en no estar en ninguna parte. Aunque a veces pienso que en “ninguna parte” debe haber caleta de cuestiones perdidas, con eso de que a cada rato alguien dice: No está en ninguna parte. O no lo encuentro en ninguna parte…”

Mar y su familia, sin embargo, no están en ninguna parte. Están en transición, inmersos en el golpe y, a ritmo de bota de milico, tratando de entender lo que viven y aquello a lo que se han de enfrentar: su casa no lo es más, su padre no está. Ellos tienen que asilarse en la embajada de México para salir de ese que hasta unos días atrás era su país. Están frente a lo desconocido, pero, aun así, se tienen como familia. ¿Qué hay del otro lado: “Eso hay del otro lado: lo que tú quieras”.

Mas lo que hay es allanamiento y desaparición. Sí. Allanados y desaparecidos. Allanados y desaparecidos. Dos palabras que también encierran otro compás, en otra caja, aún más grande: la de una Nación. Un país allanado. La intención de desaparecer el pensamiento. Allanados los derechos humanos, las infancias, los hogares. Desaparecidos cientos, miles de personas, de libros, de sueños.



El estruendo entonces. El motor del avión. El golpe seco: una bota de milico. Un estallido: la cajita de Domi echa añicos en el piso de un aeropuerto. Y la bailarina sin resguardo, sin contención, pero cobijada en las manos de Mar. Mar que cobija en busca de cobijo. Mar que quisiera los secretos del mar. Y su remanso.

«Por eso cada palabra dice lo que dice y además más y otra cosa» escribiría Alejandra Pizarnik. Y Tal vez vuelvan los pájaros es esa palabra encabalgada que nombra distinto a cada frase. Que reconstruye el espacio y narra la sensación sentida de lo vivenciado a partir de la ficción de lo que otrora fuera o pudiese haber sido l a percepción del horror hasta hacerlo literatura del dolor y resignificarlo para los otros, con los otros y en homenaje a ellos que, también, es nosotros para ser entonces unidad y continente.

Un continente que bien habría de decirse es heredero de la mejor literatura del Holocausto y de grandes exponentes del género. Tal vez vuelvan los pájaros es un homenaje también a Semprún y a Primo Levi. Está claro desde la epígrafe del libro, pero también, dotado y enriquecido en sus páginas interiores para aquel que guste leer de los subtextos, pues es ahí, donde Osorio Gumá construye sus historias, no en la superficie.

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