Es increíble cómo juega el tiempo con la historia y viceversa. Hoy re-publico esta charla que, con motivo de la publicación de El mal de la Taiga (Literatura Random House Mondadori, 2019) mantuviéramos Cristina Rivera Garza y yo, en diciembre de 2012. Siete años han pasado desde que charlamos y de que aquella novela viera la luz en otra casa editorial: Tusquets. Por su involuntaria vigencia, es que se ubica, como uno de los primeros posts y no en el lugar que le correspondería, es decir, el del 2012.
“Durante mucho tiempo, antes de escribir “El mal de la taiga” estuve coleccionando muchas notas de personas que se iban de la civilización y después volvían. Recogiendo pruebas de vida en las afueras, de cómo se ve la vida del otro lado, pues me ha parecido siempre muy interesante. Si uno se sale del punto cómodo y observa eso que nos parece tan obvio, tan natural que se nos van a volver extraño y los libros también nos ayudan a eso. La literatura tiene la gran capacidad de devolvernos ese algo que pareciera explicarse a sí mismo de manera suficiente y los libros nos lo vuelve insuficiente, nos dice “hey, detente, lo que parece estar ahí para siempre no lo está”.
Y así sucede en la vida literaria. Y en lo literario de la vida. Cuando un lector se acerca a un libro o a un autor en particular, asume ciertos riesgos. Y retos. Se compromete y acepta (o no) las reglas del juego. Si ese lector, se acerca una vez más al autor, el encuentro de universos se ha dado y ambos universos (el del escritor y su ficción/realidad y el del lector) han de fusionarse, integrarse, complementarse y enriquecerse. Se ha generado así, otro universo.
Con Cristina Rivera Garza (Matamoros, 1964), a mí me pasa algo semejante a lo planteado con antelación. Su universo me fascina, en lo más profundo del término, desde aquel 2004 en que leí “Lo anterior” (Tusquets) y con ese brío me acerqué a su más reciente novela “El mal de la taiga”, que en su brevedad provoca no sólo tensión sino un profundo desasosiego. Lo más cercano al delirio y a las imposibilidades posibles del encuentro con el otro, pero sobre todo con uno mismo.
¿Cuál es el punto de partida?: Una mujer detective en retiro, acepta un reto: encontrar a una mujer que ha abandonado a su marido para irse con otro hombre hacia el interior de la taiga… ese es el principio del viaje. Y, para el recorrido, ella necesitará no sólo a un traductor, sino la escritura misma como posibilidad, el código de un lenguaje probable y el mapa de sí misma para encontrar mucho más que a una mujer dentro de la taiga que no es sino la vida misma.
¿Se puede entrar a la taiga?, ¿Es posible adentrarse en ella y sobrevivir? ¿cuál es ése mal que esconde? ¿En dónde se esconde? ¿Hay salvación en y desde la taiga? Me dice la propia Cristina: “Sí hay una manera de entrar, de perderse en la taiga con un conocimiento de las migajas que se están recorriendo como una especie de codificación de todos los guiños de la que está poblada, con referencia a mis libros anteriores, pero también (y es algo que me ha resultado sorpresivamente agradable) las personas que se acercan al libro sin ningún conocimiento de del dónde vienen estas migajas están perdiéndose y emprendiendo (con suerte) ese camino hacia esos otros libros. Hay una especie de apertura de este libro que permite (me gustaría verlo así) la visita del huésped que ya ha pasado tiempo en estos caminos pero también abre las puertas al que apenas empieza a acercarse…”
Es que abrir la puerta de uno mismo para partir hacia la taiga va mucho más allá, no sólo es una caseta al bosque narrativo y poblado de Rivera garza, es al tiempo el camino a la palabra, el sendero hacia la búsqueda de un universo alterno que si bien es el pensamiento, el proceso de pensar, está enriquecido y dotado de corazón; su brecha es el corazón, él es la semilla de la palabra, de la narrativa. Una construcción deconstruida entre el alma y la psique, un encuentro a partir de dos personajes perdidos, ahí donde la propia encargada de encontrarlos, está perdida, también.
“No es una cuestión de opuestos de emoción contra razón. No es una abstracción. Creo que hay un fuera del lugar constante que a mí me interesa investigar. Hay una especie de desembonamiento. Una especie de sutil extrañeza ante las cosas y no necesariamente frontal ante ellas. Yo creo que ”El mal de la taiga” está asediado con distintas y desde distintos géneros, hay cosas que podemos ir reconociendo: desde los personajes de cuentos de hadas, la tensión del thriller, la propia tensión que se va generando a lo largo de las páginas, pero ¿cómo se va llegando a este fuera del lugar?”
Y es que el hilado fino, la concreción del tejido escritural está dado con el encuentro con el lector a partir de la lectura, pero dotado de un peculiar feedback dado por el lenguaje y por la rítmica. ¿Qué leemos, desde dónde lo leemos? El juego que se da a partir de la estructura y el lenguaje, por la intención narrativa, por la preponderación del estilo y la estructura.
“Yo he trabajado mucho en ello. Me interesan las múltiples texturas de la palabra, la materialidad del lenguaje como tal. La cuestión de los ritmos, de las estructuras, del tiempo, es lo más corpóreo de la escritura. Independientemente que las anécdotas que el libro pueda brindarte, de los salto narrativos, independientemente de los personajes, hay una base, un decantamiento que es ese el trabajo que a mí me interesa. Es también la posibilidad de ir hacia esta otra taiga, hasta otra serie de ritmos, pulsiones, palpitaciones que nos van conformando. Creo que la escritura, cuando llega, y cuando un libro te lo llevas contigo, es porque se queda en una zona de ti y para trabajar con eso hay que trabajar con lo que está palpitando en nuestras manos. Tenemos nuestras herramientas como escritores”.
Descubrirse. Abrirse en el detalle observado. El sentido de la vista exaltado. El universo del detalle. “Los escritores y los lectores, tenemos un bien que compartimos, el lenguaje. Éste es un bien común. Al menos como lectora, los libros que a mí me han marcado son lo que me ofrecen una marca, un sello que le es particular a ese libro y a mí y me gustaría pensar que producir libros es no sólo ofrecer una posibilidad de complicidad, sino también, tal vez, es esa otra cosa, poder producirte a ti en ese espacio, como esta otra persona que eres dentro del lenguaje.
Y es que el hilado fino, la concreción del tejido escritural está dado con el encuentro con el lector a partir de la lectura, pero dotado de un peculiar feedback dado por el lenguaje y por la rítmica. ¿Qué leemos, desde dónde lo leemos? El juego que se da a partir de la estructura y el lenguaje, por la intención narrativa, por la preponderación del estilo y la estructura.
“Yo he trabajado mucho en ello. Me interesan las múltiples texturas de la palabra, la materialidad del lenguaje como tal. La cuestión de los ritmos, de las estructuras, del tiempo, es lo más corpóreo de la escritura. Independientemente que las anécdotas que el libro pueda brindarte, de los salto narrativos, independientemente de los personajes, hay una base, un decantamiento que es ese el trabajo que a mí me interesa. Es también la posibilidad de ir hacia esta otra taiga, hasta otra serie de ritmos, pulsiones, palpitaciones que nos van conformando. Creo que la escritura, cuando llega, y cuando un libro te lo llevas contigo, es porque se queda en una zona de ti y para trabajar con eso hay que trabajar con lo que está palpitando en nuestras manos. Tenemos nuestras herramientas como escritores”.
Descubrirse. Abrirse en el detalle observado. El sentido de la vista exaltado. El universo del detalle. “Los escritores y los lectores, tenemos un bien que compartimos, el lenguaje. Éste es un bien común. Al menos como lectora, los libros que a mí me han marcado son lo que me ofrecen una marca, un sello que le es particular a ese libro y a mí y me gustaría pensar que producir libros es no sólo ofrecer una posibilidad de complicidad, sino también, tal vez, es esa otra cosa, poder producirte a ti en ese espacio, como esta otra persona que eres dentro del lenguaje.
Y esa otra persona, esa otra mirada. Ese Otro Testigo está en la novela siendo tan constantemente otro que no sólo la dota sino que la nutre de una vertiente de cuestionamientos: La mirada infantil, el niño como personaje, a lo lejos, él que puede mirar (se) a la distancia: “Y también es ese proceso de traducción siempre incompleto; ese desamor, ese narrador filtrado y mediado por múltiples pasajes que lo vuelve no confiable pero a la vez entrañable, pero es parte también del proceso de la taiga; el reto es no volverlo frustrante sino volverlo para el lector la posibilidad de encontrarse, de otra manera sería muy complicado, pero sí creo que la mención y la aparición de un traductor en este libro, no es menor; tiene que ver también con que creo que todo libro es una traducción, y en este caso, el personaje le añade un filtro más que debe poner en cuestión el proceso de la lectura, lo que está sucediendo cuando nos acercamos al libro, lo que sucede cuando estamos leyendo”.
“Todo existe, a veces, por primera vez”. Y ahí, en la taiga, la existencia sucede. Se traduce. En ella. En un personaje. En cada uno. En cada uno que traduce y se traduce. Encontrando ese “lenguaje común, otro” que les permita comunicarse, ahí donde ser traductor, trae implícito el compromiso ( y el conflicto) de ser, también, traductor de ella misma. Le significa cuestionarse y salir en búsqueda de algo a sabiendas desaparecido… “¡Y eso se parece tanto a la vida!” La certeza y el reconocimiento con asombrosa claridad de que lo que no está no se va a encontrar y que incluso, ella misma, no lo tiene para sí, ni en sí. Una detective descolocada. Perdida. Retirada y ahí, desde el retiro, sale a encontrar a dos seres que en el retiro, se perdieron. Una duda constante y confrontación (¿comprobación?)entre la búsqueda y la imposibilidad posible de encontrarse. La tensión de ignorar si será posible la traducción, si será posible lograr traducirse para traducir la situación la que está inmersa…
La Taiga. Su mal. El mal de la Taiga. “se necesita un lugar interno o un leguaje intransferible dentro del cual sea posible refugiarse. Es necesario, sí, un refugio.” La taiga. Su mal. El mal de la Taiga.
La Taiga. Su mal. El mal de la Taiga. “se necesita un lugar interno o un leguaje intransferible dentro del cual sea posible refugiarse. Es necesario, sí, un refugio.” La taiga. Su mal. El mal de la Taiga.
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