lunes, 20 de enero de 2020

Un artefacto llamado Casas vacías



Cuando una novela genera, de pronto, una avalancha de aplausos y reconocimientos en determinados sectores de la población o determinados grupos y se leen comentarios, sobre todo en las redes sociales, más propios del aplausómetro que, ya no digamos de crítica literaria, sino por lo menos de una lectura comprometida, analítica y contextalizada, a mí me dan unos cuantos espasmos, me empieza el telele y, después, llegan las tres preguntas casi mandato: ¿Estamos frente a un nuevo Best Seller? ¿Un relato políticamente correcto/incorrecto? ¿Una diatriba? También, me da por pensar que exagero y que simplemente es un carrousel de entrevistas bien hecho y que, apenas pase el mes (en el mejor de los casos) de ola expansiva, nada volveremos a escuchar del texto y su “éxito”. Sin embargo hay textos que, se “revitalizan” y tienen un segundo aire. Tal es la circunstancia de Casas vacías (Kaja negra, 2018/Sexto Piso, 2019) de Brenda Navarro (1982).

Revitalizada pues, la novela en cuestión y, a diferencia de su primera época, no sólo aumentó el aplausómetro sino las reseñas nimias porque, si te regalan la novedad, si hay carrusel de entrevistas, hay que publicarlas y, si se puede, banalizar el discurso lo más posible para que el lector común se identifique con la historia para lo cual hay que contar de qué va, recomendarla sí o sí dejando de lado la crítica literaria y priorizando la promoción y publicidad. ¿Y eso, cómo es que puede aportar a la literatura? ¿A la creación? ¿Y eso, cómo ayuda al lector?

Yo volví entonces, a mis preguntas, a la relectura del mismo ejemplar digital que, en algún momento de 2018 descargué de kajanegra.com, pues el tiempo, la relectura, facilita otras reflexiones, otras interrogantes y me revelaría, o no, aquello que no me entregó la primera vez. Las interrogantes se agolparon. Los subrayados anteriores (que en ebook pueden guardarse y después eliminarse) desaparecían para dar su lugar a otros. Algunos simplemente quedaban ahí, en otro color. Para distinguirlos. Para seguir pensándolos, aun cuando no sabía muy bien qué habría de re-pensarle. 

Casas vacías está dividida en tres partes. Cada una de éstas enumera más que contar o narrar, aun cuando “todo” sucede hacia adentro y hacia afuera. Y es que ese todo y esa nada, nunca es claro. Es una “novela” ¿fragmentaria? en torno al dolor, las pérdidas y las maternidades. Mejor dicho: anti-maternidades. 

El acto que desatará este discursar es la desaparición de Daniel frente a los ojos de su madre y las emociones, sentimientos, pensares y recriminaciones que van encabalgándose a partir de ello en la propia madre y su entorno. Desde esta primera parte, el "jugar" con la "idea del horror" de las mujeres, ella que radica en que tu hijo o hija te lo roben, en el parque, en frente de tus narices, ya trae una carga simbólica y de limitado análisis. A partir de ahí, la empatía lectora se torna complicada, al menos para mí. No es que esté colonizada ni que no entienda el dolor. Es que el espacio inverosímil empieza apropiarse de la atmósfera. Pero no nos detengamos ahí. Este hecho nos llevará de la mano, a la parte dos de la novela, en la que sabremos el destino de Daniel, ahora Leonel, quien además tiene autismo. Es aquí, donde las circustancias van tornándose inverosímiles, dolorosas, inauditas. ¿Todos los involucrados aceptan el secustro de un menor porque sí? ¿Porque machos? ¿porque pobres? ¿por qué? ¿No hay mínima cordura? ¿MI NI MA? Y pinta para peor: para la tercera parte de la novela, ambos discursos “antimaternales” convivirán sin rozarse, pero convulsionarán. Le explotarán ambos mundos al  lector que, si ha soportado, sí soportado, llegar a este punto, si bien no espera un final feliz, porque no debiera tenerlo dados los acontecimientos, no espera que, precisamente, ese discurso antimaternidad concluya con el asesinato del menor. 

Y aquello que pareciera una novela, que intenta ser una novela y que nos han vendido como una, no lo es, tiene más tintes de diatriba o una antidiatriba o ¿una diatriba decolonizada? Quizá un soliloquio. El pie de un ensayo literario progre. 

Casas vacías es un rompecabezas donde las piezas no encajan, se meten con calzador. Los personajes no se sostienen y, peor aún, tras la búsqueda de evidenciar una realidad, termina caricaturizándola, encasillándola e incluso repitiendo patrones de estigmatización.

Cuando uno cree que no puede haber un personaje más patético, más inverosímil, aparece otro que lo supera. Y cuando uno cree que no podría haber una subtrama peor, también llega otra. De entre tanto horror y por demás in-creíble apenas y se salva Nagore, la única niña que parece tener cierta fortaleza y claridad. De su historia. De la historia que la nombra. De la historia en la que está involucrada. Ella tiene nombre. Al igual que su madre, Amara. ¿En serio? ¿En serio, la niña que vio como su padre asesinaba a su madre, es la que tiene más claridad, fortaleza y 
la única que puede enfrentar su realidad? ¡Caray! Y no es un dato menor que, el otro nombre de mujer relevante en la historia, sea Sylvia, casualmente en su papel de amante. La otra siempre tiene nombre. O apodo. ¿Los varones? Con nombre. Las mujeres. En su mayoría despojadas de él. Del nombre. Y sin nombre no existes. ¿Y sin hombre? ¡Ay, la eterna re-victimización que pretende empoderar! ¡Ay, el falso discurso de ese "feminismo trasformador" y de esa "literatura reveladora"!

Sin embargo, racionalizar más de lo que la propia autora intentó racionalizar en cada párrafo, me parece innecesario. De Casas vacías me interesan dilucidar los porqués y cierto es que no lo logré. Como novela, me parece una novela fallida. Como puente entre la teoría de Género y Literatura, pudo interesarme, pero me sabe a poco. Lo que pudo ser un acierto, resultó en un acto fallido. La intención narrativa está ahí, la intención social, también. Sin embargo, algo falta. Está en falta. 

En un país de más de 100 mil desaparecidos, de miles de familias rotas, de cientos de niños secuestrados de plazas comerciales, parques, arrebatados en el súpermercado o arrancados de sus madres simplemente al salir del colegio, me parece por decir lo menos, poco empático; y por decir lo más, una falta de respeto. Sí, narrar también es cuidar. 

Sin embargo, ¿qué más polémico y oportuno para algunos feminismos actuales, que escribir una novela donde las protagonistas repudian su maternidad? ¿Cuál tiempo si no éste, podría permitirnos una historia inverosímil, tan dolorosamente inverosímil, donde una mujer se roba de un parque el hijo de otra, para darle una niña, sí niña, a ese marido que le ha dicho hasta la saciedad que no le dará un hijo ni una hija y ella, obsesionada, empecinada en ser madre y ver si así, recupera a su hombre, robándose justo al niño que parece niña porque guerito y blanquito? ¿Dónde, sino en el mundo que vivimos puede decirse que un varón asesinó a su esposa delante de su hija y paradójicamente, esa niña, después mujer es la que tiene más fortaleza, claridad y fuerza para enfrentar su vida que el resto de los personajes? ¿Dónde sino en este mundo es “normal” robarte un niño y que después tu mamá, en lugar de denunciarte, lo re-desaparezca?

Sí, las narrativas contemporáneas también pueden ser artificiosas, oportunas, hasta el oportunismo. Pero no son literatura. Casas vacías no lo es.  No importa cuántas reseñas de boletín de prensa publiquen. Ni cuánto aumente en el aplausómetro. ¿Cuerpos como cajas vacías? Sí CAJAS, no casas. Estas casas, si han de entenderse las casas como los espacios que habitan las familias de estas páginas, están repletas de incapacidades, rabias, dolores, conductas violentas y violencias. Incluso, Fran el ecuánime no es sino un hombre controlador pasivo-agresivo que ve para sí. 

Y sí, cuando una novela de pronto escala en el aplaúsometro, a mí me da urticaria. Casas vacías no es una novela, es un artefacto intencional y como tal, hay que acercarse a sus páginas. Con reticencias o sin ellas, habrá que ir más allá y darnos cuenta qué nos dice un texto o qué no nos dice. No porque un texto incomode es genial como tampoco un texto que entretenga es patético, pero ambos textos, estarán a años luz de textos que disimuladamente traen la leyenda “amiga date cuenta”, pues tras de ello, hay una “evangelización”, un “tirar agenda” sobre algunos temas, como la maternidad y sus olas de pluralización. Porque a estas alturas del texto, si usted sigue creyendo que Casas vacías habla de desapariciones, así en plural, pues no. O de la Desaparición. Así, con mayúscula y en singular, pues tampoco.



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lunes, 13 de enero de 2020

Mariana Osorio Gumá: La novelísitica de las infancias



He ido modificando mis hábitos de lectura. Hubo un tiempo en que los libros y los personajes habitaban la mesa de noche hasta organizar un gran festín. Nos conocíamos de a poco. Nos cortejábamos. Algunos, sin importar la historia que pudieran revelarme, una mañana sin mayor aviso, pasaban al librero. Iban a su lugar. A otro lugar. Acomodaditos en espacio que una destina para el futuro que se sabe, aunque una lo niegue, que será un eterno futuro. Un olvido disfrazado de “en otra ocasión”, “en otro momento de vida” o un simple (que nunca es simple) “luego”. Ahora, la gran trampa, la pila de lecturas, de historias, de personajes, de autoras, es “el dispositivo”. El anaquel digital que, de uno u otro modo me acompaña “a cualquier sitio” siempre y cuando, obviamente, traiga conmigo un dispositivo. En ese contexto, entre la mesa de noche y el dispositivo, las historias pendientes, las narrativas, los personajes van comunicándose, segura estoy, entre ellos, mientras yo, espero ese momento en el que nos encontraremos. Sí, a veces, los lectores, las lectoras, tenemos nuestros rituales. Nuestras decidias. Nuestras reticencias.

Más o menos, fue lo que me ocurrió esta vez. Sucede que me tomé mi tiempo para darle click al ebook y adentrarme al universo que me ofrecía Cuando llegues al otro lado (Grijalbo, 2019) de Mariana Osorio Gumá (La Habana, 1967). Tanto me di mi tiempo que, cuando caí en cuenta, el 2019 estaba por concluir y el libro había dejado de ser “novedad en librerías” meses atrás. Afortunadamente, la lectura no tiene los tiempos del mercado. ¿Cuándo se está tarde? ¿Cuándo se está a tiempo? Basta iniciar, comenzar el viaje. Echarse la mochila al hombro o leer la primera frase y seguir. Seguir. Seguir. Sin pausas pero sin prisas. Entonces la a-ventura es otra. Siempre iniciática, acompasada, acompañada, sin importar lo sinuoso del camino.

Es entonces cuando comienzo a hablar de la novela, de esta novela y no sólo de la historia misma que Osorio Gumá propone, sino de esa otra novela, me atrevería a decir novelística conjunta, una narrativa encabalgada de las infancias, de las diversas infancias y ese peculiar universo que la autora ha elaborado desde su primera novela El paraíso de las moscas (Ediciones B, 2010).

No hagamos retrospectiva aún. Volvamos a este trayecto: Cuando llegues al otro lado, narra el tránsito de dos hermanos, infantes: Emilia y Gregorio Ventura, que deciden, tras la muerte de su abuela, Mamá Lochi, y por ende frente a una orfandad destinal, ir en búsqueda de su padre quien años atrás, ha migrado. De Amatlán a Arizona. De la palabra al silencio. De la luz a la oquedad. Del lenguaje de las aves al ruido de motores. El dolor del saberse solo. El desamparo. La infancia migrante hacia lo desconocido. Esperanzados, los infantes, en el encuentro con el otro, el Padre, tan  lejano y ahora desconocido como añorado. El trayecto de la búsqueda. Los signos. Las señales. Sobrevivir para encontrar. Para encontrarse. “(Emilia Ventura)…A sus doce años, ya intuía la dimensión infranqueable de tiempo que tenía que transcurrir antes de recuperar siquiera un pedacito del mundo en el que había crecido”

Y, hay que decirlo desde ahora, si esta historia, sólo fuera la historia, una más, de migración, como tantas y muchas que se escriben (las conozcamos o no, nos acerquemos a ellas, o no) desde el periodismo narrativo, desde el realismo más crudo o desde la nota roja, no valdría la pena detenerse, porque, normalizado como tenemos el dolor ajeno (e incluso el propio) nos parecería eso, una historia más. Pero no. No es así. Pone el dedo en la llaga (y nunca más dolorosa la imagen) en un tema que nos negamos a visibilizar, a discutir: las infancias migrantes. Los cientos, miles, de niños y niñas que migran a diario de sus tierras de origen hacia un destino cruento e ignoto, sostenidos apenas por la ¿a-ventura? son invisibilizados, desaparecidos, me atrevo a decir, no sin espanto, exterminados. De ahí que el tránsito, su andar, y el constante anhelo de buen resguardo de Emilia y Gregorio Ventura valga el encuentro, el acompañamiento. Ir con ellos, es también acompañarlos e internarnos sutilmente en su historia que es nuestra historia como país: tendemos a prescindir de nuestros infantes. De nuestras infancias. 

­“-En este mundo hay más de lo que podemos ver con los ojos, Emilia. El más allá no está más allá. Está aquí mero. No se puede ver todo lo que está. Ni lo que vemos es lo que parece que es. Tú misma lo vas a saber. Eres mi sangre. ¿Ves allí adelante, donde se juntan esas dos piedras? Por ahí anda un ánima. Si te quedas quieta y divisas de verdad, verás pasar su sombra”, le dice Mamá Lochi, a su nieta, Emilia/Calandria, en algún momento, muy al principio de las páginas. Es aquí, desde aquí, donde se construye la narrativa, el cada vez más claro estilo y lait motiv de la obra de Osorio Gumá: la intertextualidad que deviene en intratextualidad, entendida ésta como el conjunto de su novelística (Hasta ahora cuatro novelas publicadas).

Es ahí, en la intertextualidad donde se sientan las bases de Cuando llegues al otro lado. Si bien la anécdota es el trayecto de Caco y Calandria (dejaré a los personajes secundarios de lado, por ahora), la Historia de la historia es otra. Son otras. Un entramado en el que, la lógica de nuestra cotidianidad nos hace intuir aquello que ocurrirá. De ahí que aprendamos, también como lectores a leer subtextos. La historia cuenta lo que cuenta, pero narra mucho más. Aquello que nombran (con razón literaria) desde la propia cuarta de forros como “tradición del realismo mágico” es también parte importante de nuestra cultura. De nuestras tradiciones. Es ahí donde, desde el relato donde autora y lector(es/as) pueden re-conocerse y formar parte de un aprendizaje ancestral, apropiándose de un linaje de creencias. La trama misma, conlleva asumirse miembro de una sociedad sincrética, copartícipe de esa cultura mucho más allá del neofolklor (afortunadamente, ni siquiera se asemeja) que romatiza ad nauseam principios de vida, menospreciándolos. El personaje pivote que facilita entrar al mundo psi, que no a un mundo mágico, aunque lo incluya, es Mamá Lochi. Es ella y sólo ella quien posee este vínculo mágico con la naturaleza, es ella la de los dones adivinatorios, entregados por la naturaleza misma y para fines de sanación. La mujer sabia. La mujer ancestral. El linaje. Ella, Mamá Lochi, que al tiempo que educa, enseña. Y Calandria/Emilia, que hereda. Que transita. Que vuela. ¿Y el don de la niña qué presagia? ¿De qué da cuenta cuando canta? ¿De qué se da cuenta, Emilia, cuando canta? El canto, ¿qué simboliza y qué permite? ¿Qué impide? ¿Qué provoca?

Esa magia-psi es la que propone. La que aporta. La que nombra. Bien se lo explica Mamá Lochi a Emilia: “Tú nomás tienes un nombre porque un solo nombre te va a hacer más fuerte”. Y esa sola frase, junto con los cuestionamientos posteriores de la niña le permiten y permiten al lector una serie de referencias simbólicas y lingüsticas de múltiples aristas a explorar. Signo. 

Si bien tengo que reconocer que, para fines literarios, de teoría literaria, de canon, no hay de otra que meter en el costal del “realismo mágico” la narrativa de Osorio Gumá, me gustaría poner sobre la mesa esa otra manera de contar, de generar interlocución que va más allá de una “etiqueta” y que tiene que ver más con un “realismo psi”, sin que este caiga (y no cae) en la “psicomagia” pues éste, el de la autora, está construido desde y a partir de un universo propio y personal aunque tome prestados significados y significantes de otras narrativas, en lo más extenso del término.

Mariana Osorio Gumá, también autora de Tal vez vuelvan los pájaros (Ediciones Castillo, 2014) ha enriquecido su discurso novela tras novela; cada vez con mayor eficacia y pulcritud dota su narrativa de algo que me gusta llamar fantasmagonía analítico-lingüística pues ha encontrado en las frases candado y su repetición, una paráfrasis simbólica que enriquece tramas y reinventa a cada uno de los personajes e involucrar al lector. De sus historias, de sus personajes, no hay cómo salir indemne. Ahondar en este tema, por ahora, quedará pendiente, pero dejaré por ahí apenas el hilo de una próxima conversación en torno a la simbología del lenguaje en su obra.

Uno de los ejemplos más claros, distinguibles dentro de Cuando llegues al otro lado, en torno a las simbologías y a sus representaciones linguísticas, aunado a la apropiación y resignificación de otredades, un delicado pero referencial homenaje (y desde luego para quienes tengamos el referente guardado por ahí) es un personaje que aunque pudiera considerarse incidental tiene cierto misterio y relevancia: Don Jacinto. Aun cuando no he de revelar ningún dato, su presencia/escencia, me refería, en más de una ocasión a la obra misma, a las enseñanzas de Carlos Castaneda, de él mismo, incluido el relato de su mítica trascendencia.

El otro lado, es otros lados. El otro lado es un lugar. O un no lugar. El otro lado es el origen pero también es el destino. El otro lado es la ruptura. El otro lado son los sonidos. El otro lado es la frontera. El otro lado es el espejo. El otro lado es el Otro. Ese Otro que a veces doble a veces reflejo, a veces canto. Nos encanta y nos asusta. Nos pertenece y nos invita. El otro lado. Eso hay del otro lado: lo que tú quieras.(Tal vez vuelvan los pájaros, Ediciones Castillo, 2014) Y siempre, siempre, atravesado, el Omnipersonaje, el gran personaje de su narrativa: la escucha. Los sonidos de la escucha activa ¿Quieres aprender a usar la boca para que la oreja luego entienda los ruidos? (El paraíso de las moscas, ediciones B, 2010). Y tú, ¿qué harás, cuando llegues al otro lado? ¿Cuál es tu otro lado? ¿Y el mío? Cada uno con nuestras fronteras. Con nuestros tránsitos.

Esos niños, aquellos, traslúcidos, difuminados, sombras: los niños y niñas migrantes. Estos niños, Goyo/Caco y Emilia/Calandria, con su historia a la espalda. En la mochila. En un papel con una dirección y un número telefónico. Y esperanza. Y miedo. Y dudas. Niños que, desde la fantasmagonía de Osorio Gumá, son también Elías, Rebeca, Mar e Iván, infantes también, habitantes de la intratextualidad de la autora. Migrar, transitar, recorrer caminos que permitan otras realidades, otro darse cuenta, y faciliten herramientas de encuentro consigo mismos, sea cual sea la anécdota, circunstancia o historia de la que parten sus personajes, es la pulsión que le da sentido a su escritura. El Padre que violenta, el Padre que desparece, el Padre ausente. El padre y su presencia ausente. La Pérdida. Porque padre y pérdida se escriben con P. Y la mayúscula es mía. Y las ausencias en tanto vacíos, son pérdida hasta que sales en su búsqueda. Y entonces enfrentas. Y tal vez y sólo tal vez, se sigue un camino, el propio, para como Emilia, narrarle, a quien se deje, las historias que la habitan, “dibujando palabras sobre la hoja, como le gustaba decir a Mamá Lochi”. Y dibujar es representar. y re-presentar es nombrar. Signos. Símbolos. 

Quede hasta aquí, por ahora, la invitación a aventurarse, al tránsito por la narrativa que Mariana Osorio Gumá propone y, ya si me preguntan (y aunque no lo hagan), si yo fuera ustedes leería, a pesar de que no han sido publicadas en ese orden, primero “Tal vez vuelvan los pájaros” y “Cuando llegues al otro lado”. Me daría un respiro para procesar las lecturas y seguiría con “Escucha las sombras bajo el palmar” y, al final, leería “El paraíso de las moscas”… Ello quizá, y sólo quizá, si han llegado hasta este punto de mi texto, les entregará una perspectiva más cercana, a lo que he mencionado en párrafos anteriores y que es apenas un esbozo de un ensayo literario mucho más amplio, pero como comprenderán, si me tomo mi tiempito para leer ¡imagínense lo que me tardo en escribir!, así que no se confíen, porque conociéndome ese largo ensayo, quedará en mi cabeza, eso sí, muy bien escrito, y clarito, clarito, según yo, quién sabe hasta cuándo.











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