Cuando una novela genera, de
pronto, una avalancha de aplausos y reconocimientos en determinados sectores de
la población o determinados grupos y se leen comentarios, sobre todo en las
redes sociales, más propios del aplausómetro que, ya no digamos de crítica
literaria, sino por lo menos de una lectura comprometida, analítica y contextalizada,
a mí me dan unos cuantos espasmos, me empieza el telele y, después, llegan las
tres preguntas casi mandato: ¿Estamos frente a un nuevo Best Seller? ¿Un relato políticamente correcto/incorrecto? ¿Una
diatriba? También, me da por pensar que exagero y que simplemente es un carrousel
de entrevistas bien hecho y que, apenas pase el mes (en el mejor de los casos) de
ola expansiva, nada volveremos a escuchar del texto y su “éxito”. Sin embargo
hay textos que, se “revitalizan” y tienen un segundo aire. Tal es la
circunstancia de Casas vacías (Kaja
negra, 2018/Sexto Piso, 2019) de Brenda Navarro (1982).
Revitalizada pues, la novela en
cuestión y, a diferencia de su primera época, no sólo aumentó el aplausómetro
sino las reseñas nimias porque, si te regalan la novedad, si hay carrusel de
entrevistas, hay que publicarlas y, si se puede, banalizar el discurso lo más
posible para que el lector común se identifique con la historia para lo cual
hay que contar de qué va, recomendarla sí o sí dejando de lado la crítica
literaria y priorizando la promoción y publicidad. ¿Y eso, cómo es que puede
aportar a la literatura? ¿A la creación? ¿Y eso, cómo ayuda al lector?
Yo volví entonces, a mis
preguntas, a la relectura del mismo ejemplar digital que, en algún momento de
2018 descargué de kajanegra.com, pues el tiempo, la relectura, facilita otras
reflexiones, otras interrogantes y me revelaría, o no, aquello que no me entregó
la primera vez. Las interrogantes se agolparon. Los subrayados anteriores (que
en ebook pueden guardarse y después eliminarse) desaparecían para dar su lugar
a otros. Algunos simplemente quedaban ahí, en otro color. Para distinguirlos.
Para seguir pensándolos, aun cuando no sabía muy bien qué habría de re-pensarle.
Casas vacías está dividida en tres partes. Cada una de éstas enumera
más que contar o narrar, aun cuando “todo” sucede hacia adentro y hacia afuera. Y es que ese todo y esa nada, nunca es claro. Es una “novela” ¿fragmentaria? en torno al dolor, las pérdidas y las
maternidades. Mejor dicho: anti-maternidades.
El acto que desatará este discursar es la desaparición de Daniel frente a los ojos de su madre y las emociones, sentimientos, pensares y recriminaciones que van encabalgándose a partir de ello en la propia madre y su entorno. Desde esta primera parte, el "jugar" con la "idea del horror" de las mujeres, ella que radica en que tu hijo o hija te lo roben, en el parque, en frente de tus narices, ya trae una carga simbólica y de limitado análisis. A partir de ahí, la empatía lectora se torna complicada, al menos para mí. No es que esté colonizada ni que no entienda el dolor. Es que el espacio inverosímil empieza apropiarse de la atmósfera. Pero no nos detengamos ahí. Este hecho nos llevará de la mano, a la parte dos de la novela, en la que sabremos el destino de Daniel, ahora Leonel, quien además tiene autismo. Es aquí, donde las circustancias van tornándose inverosímiles, dolorosas, inauditas. ¿Todos los involucrados aceptan el secustro de un menor porque sí? ¿Porque machos? ¿porque pobres? ¿por qué? ¿No hay mínima cordura? ¿MI NI MA? Y pinta para peor: para la tercera parte de la novela, ambos discursos “antimaternales” convivirán sin rozarse, pero convulsionarán. Le explotarán ambos mundos al lector que, si ha soportado, sí soportado, llegar a este punto, si bien no espera un final feliz, porque no debiera tenerlo dados los acontecimientos, no espera que, precisamente, ese discurso antimaternidad concluya con el asesinato del menor.
El acto que desatará este discursar es la desaparición de Daniel frente a los ojos de su madre y las emociones, sentimientos, pensares y recriminaciones que van encabalgándose a partir de ello en la propia madre y su entorno. Desde esta primera parte, el "jugar" con la "idea del horror" de las mujeres, ella que radica en que tu hijo o hija te lo roben, en el parque, en frente de tus narices, ya trae una carga simbólica y de limitado análisis. A partir de ahí, la empatía lectora se torna complicada, al menos para mí. No es que esté colonizada ni que no entienda el dolor. Es que el espacio inverosímil empieza apropiarse de la atmósfera. Pero no nos detengamos ahí. Este hecho nos llevará de la mano, a la parte dos de la novela, en la que sabremos el destino de Daniel, ahora Leonel, quien además tiene autismo. Es aquí, donde las circustancias van tornándose inverosímiles, dolorosas, inauditas. ¿Todos los involucrados aceptan el secustro de un menor porque sí? ¿Porque machos? ¿porque pobres? ¿por qué? ¿No hay mínima cordura? ¿MI NI MA? Y pinta para peor: para la tercera parte de la novela, ambos discursos “antimaternales” convivirán sin rozarse, pero convulsionarán. Le explotarán ambos mundos al lector que, si ha soportado, sí soportado, llegar a este punto, si bien no espera un final feliz, porque no debiera tenerlo dados los acontecimientos, no espera que, precisamente, ese discurso antimaternidad concluya con el asesinato del menor.
Y aquello que pareciera una
novela, que intenta ser una novela y que nos han vendido como una, no lo es, tiene más tintes de diatriba o una antidiatriba o ¿una diatriba decolonizada? Quizá un soliloquio. El pie de un ensayo literario progre.
Casas vacías es un rompecabezas donde las piezas no encajan, se meten con calzador. Los personajes no se sostienen y, peor aún, tras la búsqueda de evidenciar una realidad, termina caricaturizándola, encasillándola e incluso repitiendo patrones de estigmatización.
Cuando uno cree que no puede haber un personaje más patético, más inverosímil, aparece otro que lo supera. Y cuando uno cree que no podría haber una subtrama peor, también llega otra. De entre tanto horror y por demás in-creíble apenas y se salva Nagore, la única niña que parece tener cierta fortaleza y claridad. De su historia. De la historia que la nombra. De la historia en la que está involucrada. Ella tiene nombre. Al igual que su madre, Amara. ¿En serio? ¿En serio, la niña que vio como su padre asesinaba a su madre, es la que tiene más claridad, fortaleza y
la única que puede enfrentar su realidad? ¡Caray! Y no es un dato menor que, el otro nombre de mujer relevante en la historia, sea Sylvia, casualmente en su papel de amante. La otra siempre tiene nombre. O apodo. ¿Los varones? Con nombre. Las mujeres. En su mayoría despojadas de él. Del nombre. Y sin nombre no existes. ¿Y sin hombre? ¡Ay, la eterna re-victimización que pretende empoderar! ¡Ay, el falso discurso de ese "feminismo trasformador" y de esa "literatura reveladora"!
Casas vacías es un rompecabezas donde las piezas no encajan, se meten con calzador. Los personajes no se sostienen y, peor aún, tras la búsqueda de evidenciar una realidad, termina caricaturizándola, encasillándola e incluso repitiendo patrones de estigmatización.
Cuando uno cree que no puede haber un personaje más patético, más inverosímil, aparece otro que lo supera. Y cuando uno cree que no podría haber una subtrama peor, también llega otra. De entre tanto horror y por demás in-creíble apenas y se salva Nagore, la única niña que parece tener cierta fortaleza y claridad. De su historia. De la historia que la nombra. De la historia en la que está involucrada. Ella tiene nombre. Al igual que su madre, Amara. ¿En serio? ¿En serio, la niña que vio como su padre asesinaba a su madre, es la que tiene más claridad, fortaleza y
la única que puede enfrentar su realidad? ¡Caray! Y no es un dato menor que, el otro nombre de mujer relevante en la historia, sea Sylvia, casualmente en su papel de amante. La otra siempre tiene nombre. O apodo. ¿Los varones? Con nombre. Las mujeres. En su mayoría despojadas de él. Del nombre. Y sin nombre no existes. ¿Y sin hombre? ¡Ay, la eterna re-victimización que pretende empoderar! ¡Ay, el falso discurso de ese "feminismo trasformador" y de esa "literatura reveladora"!
Sin embargo, racionalizar más de
lo que la propia autora intentó racionalizar en cada párrafo, me parece innecesario. De Casas vacías me interesan dilucidar los porqués y cierto es que no lo logré. Como novela, me parece una novela fallida. Como puente entre la teoría de Género y Literatura, pudo interesarme, pero me sabe a poco. Lo que pudo ser un acierto, resultó en un acto fallido. La intención narrativa está ahí, la intención social, también. Sin embargo, algo falta. Está en falta.
En un país de más de 100 mil desaparecidos, de miles de familias rotas, de cientos de niños secuestrados de plazas comerciales, parques, arrebatados en el súpermercado o arrancados de sus madres simplemente al salir del colegio, me parece por decir lo menos, poco empático; y por decir lo más, una falta de respeto. Sí, narrar también es cuidar.
En un país de más de 100 mil desaparecidos, de miles de familias rotas, de cientos de niños secuestrados de plazas comerciales, parques, arrebatados en el súpermercado o arrancados de sus madres simplemente al salir del colegio, me parece por decir lo menos, poco empático; y por decir lo más, una falta de respeto. Sí, narrar también es cuidar.
Sin embargo, ¿qué más polémico y oportuno para
algunos feminismos actuales, que escribir una novela donde las protagonistas repudian su maternidad? ¿Cuál tiempo si no éste, podría
permitirnos una historia inverosímil, tan dolorosamente inverosímil, donde una mujer se
roba de un parque el hijo de otra, para darle una niña, sí niña, a ese marido
que le ha dicho hasta la saciedad que no le dará un hijo ni una hija y ella, obsesionada, empecinada en ser madre
y ver si así, recupera a su hombre, robándose justo al niño que parece niña porque guerito y blanquito? ¿Dónde,
sino en el mundo que vivimos puede decirse que un varón asesinó a su esposa
delante de su hija y paradójicamente, esa niña, después mujer es la que tiene más
fortaleza, claridad y fuerza para enfrentar su vida que el resto de los
personajes? ¿Dónde sino en este mundo es “normal” robarte un niño y que después
tu mamá, en lugar de denunciarte, lo re-desaparezca?
Sí, las narrativas contemporáneas
también pueden ser artificiosas, oportunas, hasta el oportunismo. Pero no son literatura. Casas vacías no lo es. No importa cuántas reseñas de boletín de prensa publiquen. Ni cuánto aumente en el aplausómetro. ¿Cuerpos como cajas vacías? Sí CAJAS, no casas. Estas casas, si han de entenderse las casas como los espacios que habitan las familias de estas páginas, están repletas de incapacidades, rabias, dolores, conductas violentas y violencias. Incluso, Fran el ecuánime no es sino un hombre controlador pasivo-agresivo que ve para sí.
Y sí, cuando una novela de pronto escala en el aplaúsometro, a mí me da urticaria. Casas vacías no es una novela, es un artefacto intencional y como
tal, hay que acercarse a sus páginas. Con reticencias o sin ellas, habrá que ir
más allá y darnos cuenta qué nos dice un texto o qué no nos dice. No porque un
texto incomode es genial como tampoco un texto que entretenga es patético, pero
ambos textos, estarán a años luz de textos que disimuladamente traen la leyenda
“amiga date cuenta”, pues tras de ello, hay una “evangelización”, un “tirar
agenda” sobre algunos temas, como la maternidad y sus olas de pluralización. Porque
a estas alturas del texto, si usted sigue creyendo que Casas vacías habla de desapariciones, así en plural, pues no. O de
la Desaparición. Así, con mayúscula y en singular, pues tampoco.
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