lunes, 13 de enero de 2020

Mariana Osorio Gumá: La novelísitica de las infancias



He ido modificando mis hábitos de lectura. Hubo un tiempo en que los libros y los personajes habitaban la mesa de noche hasta organizar un gran festín. Nos conocíamos de a poco. Nos cortejábamos. Algunos, sin importar la historia que pudieran revelarme, una mañana sin mayor aviso, pasaban al librero. Iban a su lugar. A otro lugar. Acomodaditos en espacio que una destina para el futuro que se sabe, aunque una lo niegue, que será un eterno futuro. Un olvido disfrazado de “en otra ocasión”, “en otro momento de vida” o un simple (que nunca es simple) “luego”. Ahora, la gran trampa, la pila de lecturas, de historias, de personajes, de autoras, es “el dispositivo”. El anaquel digital que, de uno u otro modo me acompaña “a cualquier sitio” siempre y cuando, obviamente, traiga conmigo un dispositivo. En ese contexto, entre la mesa de noche y el dispositivo, las historias pendientes, las narrativas, los personajes van comunicándose, segura estoy, entre ellos, mientras yo, espero ese momento en el que nos encontraremos. Sí, a veces, los lectores, las lectoras, tenemos nuestros rituales. Nuestras decidias. Nuestras reticencias.

Más o menos, fue lo que me ocurrió esta vez. Sucede que me tomé mi tiempo para darle click al ebook y adentrarme al universo que me ofrecía Cuando llegues al otro lado (Grijalbo, 2019) de Mariana Osorio Gumá (La Habana, 1967). Tanto me di mi tiempo que, cuando caí en cuenta, el 2019 estaba por concluir y el libro había dejado de ser “novedad en librerías” meses atrás. Afortunadamente, la lectura no tiene los tiempos del mercado. ¿Cuándo se está tarde? ¿Cuándo se está a tiempo? Basta iniciar, comenzar el viaje. Echarse la mochila al hombro o leer la primera frase y seguir. Seguir. Seguir. Sin pausas pero sin prisas. Entonces la a-ventura es otra. Siempre iniciática, acompasada, acompañada, sin importar lo sinuoso del camino.

Es entonces cuando comienzo a hablar de la novela, de esta novela y no sólo de la historia misma que Osorio Gumá propone, sino de esa otra novela, me atrevería a decir novelística conjunta, una narrativa encabalgada de las infancias, de las diversas infancias y ese peculiar universo que la autora ha elaborado desde su primera novela El paraíso de las moscas (Ediciones B, 2010).

No hagamos retrospectiva aún. Volvamos a este trayecto: Cuando llegues al otro lado, narra el tránsito de dos hermanos, infantes: Emilia y Gregorio Ventura, que deciden, tras la muerte de su abuela, Mamá Lochi, y por ende frente a una orfandad destinal, ir en búsqueda de su padre quien años atrás, ha migrado. De Amatlán a Arizona. De la palabra al silencio. De la luz a la oquedad. Del lenguaje de las aves al ruido de motores. El dolor del saberse solo. El desamparo. La infancia migrante hacia lo desconocido. Esperanzados, los infantes, en el encuentro con el otro, el Padre, tan  lejano y ahora desconocido como añorado. El trayecto de la búsqueda. Los signos. Las señales. Sobrevivir para encontrar. Para encontrarse. “(Emilia Ventura)…A sus doce años, ya intuía la dimensión infranqueable de tiempo que tenía que transcurrir antes de recuperar siquiera un pedacito del mundo en el que había crecido”

Y, hay que decirlo desde ahora, si esta historia, sólo fuera la historia, una más, de migración, como tantas y muchas que se escriben (las conozcamos o no, nos acerquemos a ellas, o no) desde el periodismo narrativo, desde el realismo más crudo o desde la nota roja, no valdría la pena detenerse, porque, normalizado como tenemos el dolor ajeno (e incluso el propio) nos parecería eso, una historia más. Pero no. No es así. Pone el dedo en la llaga (y nunca más dolorosa la imagen) en un tema que nos negamos a visibilizar, a discutir: las infancias migrantes. Los cientos, miles, de niños y niñas que migran a diario de sus tierras de origen hacia un destino cruento e ignoto, sostenidos apenas por la ¿a-ventura? son invisibilizados, desaparecidos, me atrevo a decir, no sin espanto, exterminados. De ahí que el tránsito, su andar, y el constante anhelo de buen resguardo de Emilia y Gregorio Ventura valga el encuentro, el acompañamiento. Ir con ellos, es también acompañarlos e internarnos sutilmente en su historia que es nuestra historia como país: tendemos a prescindir de nuestros infantes. De nuestras infancias. 

­“-En este mundo hay más de lo que podemos ver con los ojos, Emilia. El más allá no está más allá. Está aquí mero. No se puede ver todo lo que está. Ni lo que vemos es lo que parece que es. Tú misma lo vas a saber. Eres mi sangre. ¿Ves allí adelante, donde se juntan esas dos piedras? Por ahí anda un ánima. Si te quedas quieta y divisas de verdad, verás pasar su sombra”, le dice Mamá Lochi, a su nieta, Emilia/Calandria, en algún momento, muy al principio de las páginas. Es aquí, desde aquí, donde se construye la narrativa, el cada vez más claro estilo y lait motiv de la obra de Osorio Gumá: la intertextualidad que deviene en intratextualidad, entendida ésta como el conjunto de su novelística (Hasta ahora cuatro novelas publicadas).

Es ahí, en la intertextualidad donde se sientan las bases de Cuando llegues al otro lado. Si bien la anécdota es el trayecto de Caco y Calandria (dejaré a los personajes secundarios de lado, por ahora), la Historia de la historia es otra. Son otras. Un entramado en el que, la lógica de nuestra cotidianidad nos hace intuir aquello que ocurrirá. De ahí que aprendamos, también como lectores a leer subtextos. La historia cuenta lo que cuenta, pero narra mucho más. Aquello que nombran (con razón literaria) desde la propia cuarta de forros como “tradición del realismo mágico” es también parte importante de nuestra cultura. De nuestras tradiciones. Es ahí donde, desde el relato donde autora y lector(es/as) pueden re-conocerse y formar parte de un aprendizaje ancestral, apropiándose de un linaje de creencias. La trama misma, conlleva asumirse miembro de una sociedad sincrética, copartícipe de esa cultura mucho más allá del neofolklor (afortunadamente, ni siquiera se asemeja) que romatiza ad nauseam principios de vida, menospreciándolos. El personaje pivote que facilita entrar al mundo psi, que no a un mundo mágico, aunque lo incluya, es Mamá Lochi. Es ella y sólo ella quien posee este vínculo mágico con la naturaleza, es ella la de los dones adivinatorios, entregados por la naturaleza misma y para fines de sanación. La mujer sabia. La mujer ancestral. El linaje. Ella, Mamá Lochi, que al tiempo que educa, enseña. Y Calandria/Emilia, que hereda. Que transita. Que vuela. ¿Y el don de la niña qué presagia? ¿De qué da cuenta cuando canta? ¿De qué se da cuenta, Emilia, cuando canta? El canto, ¿qué simboliza y qué permite? ¿Qué impide? ¿Qué provoca?

Esa magia-psi es la que propone. La que aporta. La que nombra. Bien se lo explica Mamá Lochi a Emilia: “Tú nomás tienes un nombre porque un solo nombre te va a hacer más fuerte”. Y esa sola frase, junto con los cuestionamientos posteriores de la niña le permiten y permiten al lector una serie de referencias simbólicas y lingüsticas de múltiples aristas a explorar. Signo. 

Si bien tengo que reconocer que, para fines literarios, de teoría literaria, de canon, no hay de otra que meter en el costal del “realismo mágico” la narrativa de Osorio Gumá, me gustaría poner sobre la mesa esa otra manera de contar, de generar interlocución que va más allá de una “etiqueta” y que tiene que ver más con un “realismo psi”, sin que este caiga (y no cae) en la “psicomagia” pues éste, el de la autora, está construido desde y a partir de un universo propio y personal aunque tome prestados significados y significantes de otras narrativas, en lo más extenso del término.

Mariana Osorio Gumá, también autora de Tal vez vuelvan los pájaros (Ediciones Castillo, 2014) ha enriquecido su discurso novela tras novela; cada vez con mayor eficacia y pulcritud dota su narrativa de algo que me gusta llamar fantasmagonía analítico-lingüística pues ha encontrado en las frases candado y su repetición, una paráfrasis simbólica que enriquece tramas y reinventa a cada uno de los personajes e involucrar al lector. De sus historias, de sus personajes, no hay cómo salir indemne. Ahondar en este tema, por ahora, quedará pendiente, pero dejaré por ahí apenas el hilo de una próxima conversación en torno a la simbología del lenguaje en su obra.

Uno de los ejemplos más claros, distinguibles dentro de Cuando llegues al otro lado, en torno a las simbologías y a sus representaciones linguísticas, aunado a la apropiación y resignificación de otredades, un delicado pero referencial homenaje (y desde luego para quienes tengamos el referente guardado por ahí) es un personaje que aunque pudiera considerarse incidental tiene cierto misterio y relevancia: Don Jacinto. Aun cuando no he de revelar ningún dato, su presencia/escencia, me refería, en más de una ocasión a la obra misma, a las enseñanzas de Carlos Castaneda, de él mismo, incluido el relato de su mítica trascendencia.

El otro lado, es otros lados. El otro lado es un lugar. O un no lugar. El otro lado es el origen pero también es el destino. El otro lado es la ruptura. El otro lado son los sonidos. El otro lado es la frontera. El otro lado es el espejo. El otro lado es el Otro. Ese Otro que a veces doble a veces reflejo, a veces canto. Nos encanta y nos asusta. Nos pertenece y nos invita. El otro lado. Eso hay del otro lado: lo que tú quieras.(Tal vez vuelvan los pájaros, Ediciones Castillo, 2014) Y siempre, siempre, atravesado, el Omnipersonaje, el gran personaje de su narrativa: la escucha. Los sonidos de la escucha activa ¿Quieres aprender a usar la boca para que la oreja luego entienda los ruidos? (El paraíso de las moscas, ediciones B, 2010). Y tú, ¿qué harás, cuando llegues al otro lado? ¿Cuál es tu otro lado? ¿Y el mío? Cada uno con nuestras fronteras. Con nuestros tránsitos.

Esos niños, aquellos, traslúcidos, difuminados, sombras: los niños y niñas migrantes. Estos niños, Goyo/Caco y Emilia/Calandria, con su historia a la espalda. En la mochila. En un papel con una dirección y un número telefónico. Y esperanza. Y miedo. Y dudas. Niños que, desde la fantasmagonía de Osorio Gumá, son también Elías, Rebeca, Mar e Iván, infantes también, habitantes de la intratextualidad de la autora. Migrar, transitar, recorrer caminos que permitan otras realidades, otro darse cuenta, y faciliten herramientas de encuentro consigo mismos, sea cual sea la anécdota, circunstancia o historia de la que parten sus personajes, es la pulsión que le da sentido a su escritura. El Padre que violenta, el Padre que desparece, el Padre ausente. El padre y su presencia ausente. La Pérdida. Porque padre y pérdida se escriben con P. Y la mayúscula es mía. Y las ausencias en tanto vacíos, son pérdida hasta que sales en su búsqueda. Y entonces enfrentas. Y tal vez y sólo tal vez, se sigue un camino, el propio, para como Emilia, narrarle, a quien se deje, las historias que la habitan, “dibujando palabras sobre la hoja, como le gustaba decir a Mamá Lochi”. Y dibujar es representar. y re-presentar es nombrar. Signos. Símbolos. 

Quede hasta aquí, por ahora, la invitación a aventurarse, al tránsito por la narrativa que Mariana Osorio Gumá propone y, ya si me preguntan (y aunque no lo hagan), si yo fuera ustedes leería, a pesar de que no han sido publicadas en ese orden, primero “Tal vez vuelvan los pájaros” y “Cuando llegues al otro lado”. Me daría un respiro para procesar las lecturas y seguiría con “Escucha las sombras bajo el palmar” y, al final, leería “El paraíso de las moscas”… Ello quizá, y sólo quizá, si han llegado hasta este punto de mi texto, les entregará una perspectiva más cercana, a lo que he mencionado en párrafos anteriores y que es apenas un esbozo de un ensayo literario mucho más amplio, pero como comprenderán, si me tomo mi tiempito para leer ¡imagínense lo que me tardo en escribir!, así que no se confíen, porque conociéndome ese largo ensayo, quedará en mi cabeza, eso sí, muy bien escrito, y clarito, clarito, según yo, quién sabe hasta cuándo.











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