“Muchas veces escribo sin pensar. No tengo agenda. No soy tan visual. Con todo mi pasado de arquitecta, me impresiona mucho más una frase que una imagen. Hay un instinto primario en uno que me hace crear personajes como Gía sin saber por qué. Inconsciente e instintivamente te imaginas algo y no lo sabes explicar, aun cuando al final, lo analices”.
Una piedra circular en la entrada de la casa número 2 del callejón de Santo Domingo: la rueca que facilitaba la molienda de harina de trigo y que se desgastó a lo largo de tres siglos. Entre avenida Observatorio y Periférico. A espaldas de la fábrica “Baco”. Ahí, en pleno pero no a pleno Distrito Federal, un testigo fiel de los últimos cinco siglos de nuestra historia. Construido en 1529 y nombrado por Hernán Cortés como “El Molino de santa Ana” y hasta donde se sabe, el primer molino de agua de la Nueva España. Una troje, cuya carcaza, por demás hermosa da cuenta de que ahí, entre sus ruinas hubo vida. Estructuras. Montones de tierra. Un candelabro antiguo al centro de su espacio, sin olvidarse de que alguna vez, dio luz. Un juego de herrería, que seguramente colgaban de alguna viga y que ahora descansan en un escalón de cemento pintado de azul.
Pasado y presente conviven entre costales carcomidos por el clima fundiéndose con la tierra que alguna vez almacenaron y una silla antigua le hace el amor a una lata de pintura “comex”, sin pintar su raya. De frente, la piedra. De espaldas, la vida. De frente, la belleza, el goce estético, la contemplación de la cotidianidad y paradójicamente, la magia. Es ahora, propiedad privada. Un enorme letrero da cuenta de ello y es que la Historia, no está para visitas. Atrás el ruido de la urbe, al atravesar la reja negra y comenzar a andar el empedrado, por el que alguna vez, corría el río Tacubaya, la redimensión de la estética de la estática, vívida.
Caminar. Observar. Detenerse. En la emoción. En la sensación. En el recuerdo de la historia y la Historia. Aquella que se aprendió y desde la que se intentó aprehender algo. Observo a Claudia y busco a Gioconda. Mundos paralelos. Mi afición por los fantasmas, me hace, al tiempo fantasear que camina por la troje. La imagino incluso, caminando de la mano de Gia. Trato de adelantarme, tras la lectura de Heridas de agua, a la posibilidad de reconocer dónde podría haber sucedido qué. Entonces, me acuerdo que leí una novela, que la Historia es ficción y viceversa.
Seguir el cauce del río. Navegar en lugar de nadar. Hacer de las piedras de río frases y de mis pies, remos. Andar. ¿Cuál sería la casa de Celeste? ¿Cómo sería vivir aquí? ¿Si sigo caminando voy a encontrar la casa de Fortunato? ¿Por cuál de estos portales o zaguanes, como prefieran llamarle, es que entraron los zapatistas (en sus dos versiones históricas)? ¿Cómo se accedería a los túneles? ¿Por dónde entraba Limantour al Molino? Eran demasiadas preguntas.
¿Qué Historia es la que novela Heridas de agua? Hay una parte de mí que cree (esa es una licencia literaria mía) que esta novela se novela a sí misma. Es la unicidad. La posibilidad desde y dentro la imposibilidad para a partir de ella, si no caigo en un enredijo filosófico, hacerse posible. Enraizarse para desenraizarse. El árbol genealógico. Buscar entre los archivos históricos, documentarse, enriquecerse para entender la historia de la Historia y entonces historiar. La autora. Construirse, conocerse, entenderse, verbalizar filias y fobias, miedos y enojos, para después perdonarse. Los personajes. Estructura. Misterio. Belleza. Dejar de ser testigo para ser protagonista. De tu historia. Desde tus ruinas. Desde la erosión misma de este edificio que es cuerpo: El Molino. De ahí: la novela. La re-construcción. Desde la belleza. Desde el proceso que sana siempre: la palabra.
En cuanto al venderles la historia, les revelaré apenas lo siguiente:
En 1529, Hernán Cortés mandó a construir el molino de Santo Domingo, uno de los primeros del continente americano. Levantado sobre las ruinas de un antiguo templo prehispánico, el molino se convirtió en testigo de los secretos, los sueños y las ilusiones de quienes lo habitaron.
En el siglo XIX, llega a vivir a ese entrañable sitio Gioconda Cattaneo, una mujer de carácter rebelde e indomable que viaja desde Italia a la Ciudad de México con la esperanza de que esta nueva vida le depare aventuras y un amor apasionado. La trama de esta novela arranca justo con su muerte, ocurrida en circunstancias poco claras que despiertan sospechas. ¿Se trató de un suicidio o fue un asesinato? Lo demás, sólo usted podrá descubrirlo. Podría extenderme en miles de detalles, de acciones, de anécdotas que, como un cajón chino, desvelarían una tras otra una decena de posibilidades. Heridas de agua tiene la particularidad de entregarle a cada lector, sus propias revelaciones y no es materia de este texto, revelarle lo que me reveló a mí.
Mas entre todo lo que sí puedo decirle, le diré que Heridas de agua es una novela de pasiones. Arriesgada. Su motor es el deseo. Aún cuando el gozo y el placer traiga consigo una cierta carga de sufrimiento. Incitación. La historia escindida y escondida en la historia. De un molino como testigo. De una mujer que se ha suicidado pero no lo recuerda. De un México que sin ser ya el de hace cinco siglos, es terroríficamente semejante. Figura y fondo. Contexto. Dos universos que construyen la fantasmagonía del ser. Del atreverse. A preguntar. A perdonar.
En esta novela Claudia Marcucetti ha creado, también, esa creación posible. Hay mucho más que disfrutar (lo cual es encomiable) y analizar, pues hay un metadiscurso (intencional o no) de construcción de subtexto. El subtexto, lo imperceptible en la lectura rápida, la invisibilidad de los hilos que amarran la historia están tejidos en filigrana. “La literatura es leer las líneas en blanco”. La Historia, los cinco siglos de vida del Molino de Santo Domingo, son el propio fantasma de él mismo. Ahí donde el testigo, ese tercero testigo de Lacan es el tiempo y su devenir. Ahí él, fiel más que firme, construye ideas, las posibilita. Ese Molino que es también Historia y tumba de su propia historia. Como es tumba de Gioconda. Los panteones también son cuerpos. Monumentos. Pero en la muerte quedan los huesos de esa, la propia historia. Mientras el Molino, como corpus y personaje construye Ideas y vidas. El Molino se transforma en un ser doliente. En una estructura capaz de amar. “El Molino en ruinas, tratando incluso de quitar una parte de sí, lastimada, es una metáfora en sí misma, de los ciclos. De otros ciclos. Tan otros, que son nuestros.
Dos universos. La Historia con mayúscula. La historia con minúscula. Ambas vinculándose, generando un universo alterno que, si bien se escribe con H tiene sus altas y sus bajas en conjunto. Una integra a la otra. Se pertenecen.
La fusión entre el testigo edificio (El Molino de Santo Domingo) y el personaje protagónico (Gioconda Cattaneo) paradójicamente construyéndose desde su muerte, cuando parece en sí mismo una contradicción, es en realidad una alteridad deconstructiva donde toda herida no habrá de cicatrizar, sino, justamente, hacerse agua, diluirse ahí desde y en el “otro” universo, el literario, construido a partir de la “novela histórica” como subgénero. El que permite no sólo contextualizar sino generar un afluente donde los personajes sigan su propio cauce hasta desembocar en una corriente única: la ficción posible.
Las heridas de agua no son como tal, un término arquitectónico. Esta manera de nombrar la cascada entre las montañas, lo encontró Claudia en un texto antiguo que decía: ‘Hernán Cortés mandó poner los primeros canjilones y paletas, en las heridas de agua que bajaban de la santa Fé’: “Tuve entonces que ponerme a pensar qué eran las heridas de agua. Si lo observas bien, el agua, cuando sale de entre las montañas, parece que la hubieran rasgado y estuviera sangrando. Sangrando agua; y me pareció una imagen muy poética. Ya a lo largo de las páginas fue transformándose en símbolo. El agua permea a la novela, al igual que las heridas, como gran metáfora del sufrimiento tanto de los personajes como del país. Cazó muy bien el título, aunque costó mucho trabajo encontrarlo, aún cuando nació como texto, en la primera intervención del Molino”.
Asimismo, las lágrimas se convierten en esa herida en la montaña-cuerpo de los personajes. Ellos, cada uno, incluso quienes mueren, tienen en el padecimiento interno, la herida profunda. “Es un sufrimiento un poco etéreo. Contradictorio. Aquí el agua cura. Es lágrima pero el Molino no puede sino llorar a través del agua. Está llorando el mundo, está llorando él”.
Son también, los fluidos, un símbolo a lo largo de las páginas. “Hay una intención mía de transmitirle al lector todo aquello que sucede en el cuerpo. Todo lo que éste emana. Todos los fluidos del cuerpo salen. Hay una intención de nombrar. De verbalizar. Esta novela trata de los humanos. De humanizar la historia. No importa (aunque a la Historia le importe) quién es ese personaje construido por Claudia y cuáles personajes son “reales”, pues la Historia misma puede ser o no ficción. El corpus literario de Heridas de agua es otro. Sustentado en el otro. En lo otro posible. Incluso, la otredad literaria.
Cada capítulo, cada personaje está continuamente, tratando de enjugarse las lágrimas. Y cuando éstas se secan, rayan el rostro. Desvanecerlas, implica acariciar, limpiar aquello que las genera. Implica, al contacto con el rostro tratar de desvanecer las heridas mismas. La marca de que una lágrima ha tenido su propio recorrido: “La interpretación de un lector va mucho más allá de lo que uno como escritor imagina. Uno escribe instintivamente. Quizá hay una carga de lo que se quiere decir, pero no necesariamente uno la plasma así. Es el lector quién hace suya la historia”
Para Claudia, recorrer los terrenos del Molino, desde la ficción, fue una obra de ocho años. Del dibujo al render. De los cimientos a la obra negra. De las ruinas a los muros. De las ventanas a las puertas. La pintura. La obra terminada. Ocho años de construcción, re construcción y deconstrucción: “En este tiempo yo también fui transformándome mucho como persona. No soy la misma de aquel tiempo. Y la novela tampoco es la misma. Nació con la idea de que, a partir de haber encontrado unas cartas, yo quería contar la historia del Molino. De un lugar que me afectó tanto y me marcó, en el que había vivido por mucho años. Estaban una serie de emociones guardadas de lo que me representaba el edificio y después se transformó en muchas cosas. Creo que uno va cambiado. En ese momento había un sufrimiento que ahí estaba y que era el toparse de frente con la muerte temprana. Uno cuando es joven no te lo imaginas. Sabes que tus abuelos o tus padres van a morir pero hasta que vives una muerte de frente y de golpe, realmente te pones a pensar en el tema de la muerte. Yo siempre tuve claro que se la iba a dedicar a él. Un tributo a este encuentro-desencuentro que tuve con mi marido y su muerte temprana a los 28 años. No te puedo decir que fue una decisión consciente pero estaba ahí, en mi instinto, en mi corazón, en mi inconsciente, en mi manera de ver el Molino. Él siempre estuvo relacionado con ese espacio; el suceso quedó plasmado, aunque yo no lo quisiera, en la novela. Heridas de Agua, transita sobre la muerte. Acompaña el proceso de muerte y aceptación de la misma a partir de cierta reconsideración del contexto, del reconocimiento de la propia historia.”
Y es que cuando uno hace un recorrido, también por la propia historia de escritura de Claudia Marcucetti, hay en sí una interesante transformación. Sin dejar de ser ella, su pluma va enriqueciéndose al tiempo que se complejiza. Del libro de relatos (¡Lotería!) a la novela breve (Los inválidos, de próxima aparición también en Suma de Letras) y de ahí a la novela histórica, está un universo por descubrirse que se revela en la frescura con que es narrada Heridas de agua. “El proceso personal que me llevó a la escritura fue una crisis. Me considero una persona en búsqueda constante, tanto personal como profesional, en todos los ámbitos de mi vida. Creo que la única manera de vivir real y dignamente es ir más allá de uno mismo: mejorarse, ver perspectivas. En la crisis de los treinta, empecé a ver mi vida y dije, híjole, esto no me está gustando nada. No me encontraba. De repente empecé a escribir ¡Lotería! porque mis amigas escritoras me decían que contaba historias muy divertidas que por qué no las escribía. La primera vez que me senté a escribir fue tan terapéutico y enriquecedor que fue quedando como la única parte de mi vida que me agradaba. Reconocí que me gustaba y entonces me fui seis meses sabáticos a París y ahí fue cuando surgió la idea de escribir una novela y así surgió “Los inválidos” esa novela fue el catalizador o la decisión consciente de que me quería dedicar a escribir. Creo que Heridas de agua es mi libro más literario. Muy distinto a lo que había escrito. Esta novela quiere ir más allá. Hay un popurrí de personajes y trataba de ponerme ahí, en el lugar de cada uno de ellos y escribir desde ellos”.
En cuanto al proceso de escritura, hay que reconocer, en Heridas de agua “una referencia literaria muy importante de un libro que no es muy conocido en Hispanoamérica: Los Virreyes que es fantástico. Adelanta el Gatopardo 50 años e incluso va mucho más allá; es un libro que acaba de ser rescatado en Italia. Como fue publicado en el siglo XIX, casi al mismo tiempo en que yo sitúo la novela, en el libro en cuestión, hay un retrato psicológico desde su perspectiva que casi, casi, te metes en el personaje y logras ver la vida desde ahí. Y yo aprendí eso. A ver desde otros lugares, desde otros puntos de vista, el de los personajes.”
“Existe la intención de manejar la estructura de una manera casi geométrica. Me forcé a que cada capítulo iniciara con la voz del molino y un documento. Éstos eran también un tributo a la palabra escrita al punto también en que se evidencia su transformación hasta llegar al SMS del teléfono.” Ir más allá. Donde quiera que éste se ubique, es una premisa de esta novela, aun cuando el gran tema es “la transformación de y desde, cada uno de nosotros. Ir al pasado para reencontrarse con su presente. Celeste no existiría sin Gioconda, pero ella a su vez, no puede resarcirse sin Celeste. Asumir el árbol genealógico. Reconocer quién se es a partir de tratar de darse cuenta de dónde se viene. Reconvenir, negociar con el pasado y desde ahí, construir otro presente”. Trazar un sendero que va haciendo de la historia, algo entrañable. “Al final, es una manera de hablar de lo humano de una forma distinta. Un edificio está siendo amenazado, como nosotros, por cuestiones distintas a nosotros; la impotencia que se refleja, también en Gioconda, de estar pero no poder hacer nada para transformar la realidad. Esa es un poco la metáfora del suicidio y las consecuencias: seguirás viviendo tu vida, donde la concluiste pero sin poder cambiar nada, y eso debe ser un infierno. El Molino, por su parte, vive las cosas más monstruosa, es testigo, sabe qué ocurrió, pero no puede intervenir. Así la dimensión alterna maravillosa del recoveco, del túnel que lo atraviesa, porque el Molino, al igual que los humanos, tiene lugares a los que no quiere ir. Nosotros tenemos nuestros lugares más profundos, horror, negrura y, aunque si bien es cierto que hay una visión trágica, también hay una visión esperanzadora, la de intentar recuperar un poco esta idea de que todos vamos a morir y ¿qué va a pasar allá? A lo mejor está divertido o a lo mejor es igual de traumático que aquí. Al final es un poco la filosofía o la visión que ofrezco en la novela: no se esperen grandes soluciones en la muerte, no se esperen grandes cambios. El final no está ahí”.
La construcción circular. En círculo, no en espiral. El ciclo de vida. Nacer y renacer. De la Historia. De las historias personales. Cada uno de los personajes principales tiene, lo reconozca o no, un camino que recorrer y, hasta no andarlo no dejará de estar. Un juego de negativos que necesitan reconocerse. Re-conocerse. Dejar de ser contradicción para ser aprendizaje. Transformar sus emociones y transitar del enojo y el dolor, al perdón. Lo cual sólo es posible, si se voltea a ver al otro.
Heridas de agua es también el ciclo de la pérdida. La Historia dentro de la historia. Nuestro contexto histórico no nos es ajeno: uno es a partir también del momento histórico que vive y nos atraviesa, para bien y para mal. Y con todos sus grises. Y sociedades y personas, tenemos al parecer un gozo inconsciente, generacional y colectivo, de compulsión a la repetición. Generación tras generación. Siglo tras siglo. El mismo conflicto. La misma resolución. Casi semejantes procesos. Hasta que alguien, se atreve hacer algo distinto. Hasta que alguien decide transitar por el túnel y enfrentar su propia oquedad. Tratando de encontrarse, haciéndose preguntas. Si no hay preguntas, no llegarán las respuestas. Gioconda, ante todo en un proceso de absoluta negación y reconocimiento de sí misma. Ella se deja ahí. En una especie de autocastigo, a partir del “no recuerdo” y mientras más negación más complejo es el seguir caminando. El poderte mover y transitar, hacia otro lugar. Es esa imposibilidad de ir hacia…: “Ojalá a través de esta lectura uno pueda entender mejor este ciclo, ya sea a partir del evitar ciertas acciones o utilizarlo para que el ciclo mismo te enriquezca y funcione, para entenderte mejor, para no repetir”.
“Me exilio continuamente. Uso la literatura como un exilio de mi vida. Tal vez este libro es también, mi sanación." Con esta novela, “descubrí que hay muchísimos vínculos entre los edificios, sus heridas, sus amenazas, sus impotencias, sus grietas, porque va pasando el tiempo y lo van parchando y él se va desgastando. Yo me dediqué a la arquitectura durante diez años y llegar a un lugar y saber que, de alguna manera uno también va a influenciar de alguna manera al edificio, es una gran experiencia. El edificio deja que el arquitecto quede en él. Como arquitecto quedas ahí, algo de ti queda ahí. El edificio, en este caso El Molino, es al final muy humanizante. Tendríamos que ir más allá de ser testigos, apostar por la continuidad del hombre y es lo que trato de transmitir en Heridas de agua”, porque el tiempo para el edificio transcurre distinto al tiempo de las personas. De los personajes. El edificio sigue transformándose y sólo la troje permanece intocada. Por ella han pasado los años y sigue desgastándose. Pero permanece. Y es esperanza.
“Mi oficio: inventar. Eso es lo que me gusta hacer. En lo personal, aprendí a no tenerle miedo a la muerte. A poder, de alguna manera, reconciliarme con los muertos y un poco con el fracaso. Eso representa Heridas de agua para mí”.
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