El ser humano es
seducido constantemente por la idea de placer. Su significado, a pesar de ser
único lleva a la búsqueda personal de significantes que exacerben el término o
ayuden a explorarlo al máximo. El arquetipo para él es Baco (o Dionisios),
quien enseñó a los mortales a cultivar la vid y cómo hacer vino con el fruto que
de ella emanaba. A pesar de ser bueno y amable con sus seguidores, podía llevar
a la locura y a la destrucción a aquellos que despreciaban su persona o sus
rituales orgiásticos. Sus grandes devotas: las Bacantes. Su símbolo: el vino.
En medio de Baco, sus símbolos y sus devotas: el hombre que, en su continua
ignorancia se entrega a los placeres per sé, sin medir consecuencias
donde la destrucción se hace presente invariablemente, baste recordar cómo cayó
el imperio griego y romano.
Como parte de esta devoción
al gran dios, surgen en la poesía, los ditirambos, cuyo significado es
dos puertas (dado que Baco tuvo dos nacimientos) y su composición poética es libre, de versos
sueltos, no gobernados por un modelo métrico-rítmico, o de gran variedad de
metros, donde se busca imitar (dice Helena Beristáin) “el delirio y el desorden
de la embriaguez, saltando caprichosamente de un objeto a otro y empleando
metáforas exageradas y términos retumbantes”.
Elsa Cross (México,
1946) una de nuestras más importantes poetas, reconocida en el extranjero y
quien hubiera comenzado su trayectoria literaria en el taller de Juan José
Arreola allá por los años sesenta, ha hecho de la lírica no sólo una búsqueda
formal sino personal y, en pos del encuentro con la poesía del vivir, ahora se
acerca, a los ditirambos, en su más reciente poemario El vino de las
cosas (Era, 2004) como una gran bacante no sólo devota a Baco, sino de la
exacerbación en la contemplación de la
belleza en una mística, sólo posible en la libertad de ser y amar comenzando su
sendero con una invocación al dios hecho palabra: “Ahí donde tu voz se oye,/ el
mundo se vuelve/ esa sustancia pálida./ (...)/Allí tu voz/ ensancha sus hojas,/
y no hay cómo resistir/ la nada que acecha tras tus formas./” Tras los deseos
que comience a girar el amor, los seres buscándose (o destruyéndose) pero
bailando al compás que, el ritmo de la voz poética entrega vía la pluma de la
poeta, una alabanza donde el ritual lo define el lector.
“Donde el tiempo/
se devora a sí mismo/ la conciencia vuelta de revés/ comienza su caída.” Ditirambos
(primer apartado de siete que componen el poemario) de la orgía de palabras
donde las emociones sentidas van encabalgando figuras de éxtasis con rostro de
mujer hecha musa: “Tus formas se pegan a mis huesos./ Dejo de existir,/sólo tú
quedas/ como jade en estas faldas. (...)/
(¿Estoy en tu abismo/ o lo rodeo?)/”. Sí el canto a la deidad va más
allá de lo experimentado y se pierde en una sensación que puede seducir igual
al dios que al mortal. Es más, sea por la seducción, por el encuentro deseoso y
sin límites que vive mortal en eterna alabanza, entregado al goce de aquello
llamado amor y donde los amantes, en la lejanía, aún se entregan: “Tu silencio/
disimula las palabras/ talladas en la piel,/ tu voz les arranca/ armonías que
riman con la muerte./ A fin de cuentas, que es el placer en su éxtasis sino “un
veneno que cesa/ sólo cuando ha invadido todo”.
Poseído, envuelto
por el sentimiento orgiástico, el sujeto amoroso da paso entonces a las Eolides,
sección del libro donde, como si fuesen frases sueltas 12 pequeños poemas irán
entregando al lector, gemidos, ritmos, sofocos, sonidos que “Escriben con sus
dedos ligeros/ tu Nombre/ sobre la arena/ repiten como plegaria/ su grafía”.
Los Cántaros
donde se guarda el vino y las Oceanidades son dos nuevos espacios donde
hallar significantes de delirio van llevando a los amantes a nuevas
experiencias guiadas por los sorbos de conciencia, por la belleza de la
vegetación, por los colores de la estela de la delicia sensual del encuentro,
sin embargo, como las olas, los amantes se han, al menos distanciado: “todo
dejan revuelto/ como después de un huracán/ todo lo esconden// desprenden de la
orilla/ una barca sin remos/ distorsionan el tiempo/ borran la línea de
horizonte//” Y, de pronto, sin ningún pretexto ni razón, “ Mar adentro/ escapan
de las manos/ para emerger en otras playas/ y perderse/ en un comienzo/ que
ahora no sabemos.”
Llegarán las
Ofrendas, las Nictides y las Canciones del Egeo. Los devotos
de Baco, las bacantes, los amorosos o los amantes de ocasión habrán que dado en
el espíritu poético de un sueño de placer. El éxtasis será recuerdo. El amor,
una ilusión pasajera que, en el dolor de la ausencia, resurge en la vid, en las
aceitunas en lugares donde, misteriosamente “Toma el silencio la forma” y el
fondo es un canto un largo canto de disfrute donde Dionisios, la sombra, se
siente aludido pero donde se espera que Apolo sea el equilibrio, la luz: “Tu
frente abre la luz/ Son tus ojos distancia/ y tus cabellos fuego./ Tú brillas
en la altura,/pero cuanto más alto/ tanta más sombra arrojas. (...) Tú lo
iluminas todo,/ ¿pero quién ve tu sombra?”. Y nosotros los mortales, amantes o
no de Dionisios ¿vemos las sombras del placer?
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