martes, 30 de julio de 2019

Elsa Cross: la embriaguez del placer




El ser humano es seducido constantemente por la idea de placer. Su significado, a pesar de ser único lleva a la búsqueda personal de significantes que exacerben el término o ayuden a explorarlo al máximo. El arquetipo para él es Baco (o Dionisios), quien enseñó a los mortales a cultivar la vid y cómo hacer vino con el fruto que de ella emanaba. A pesar de ser bueno y amable con sus seguidores, podía llevar a la locura y a la destrucción a aquellos que despreciaban su persona o sus rituales orgiásticos. Sus grandes devotas: las Bacantes. Su símbolo: el vino. En medio de Baco, sus símbolos y sus devotas: el hombre que, en su continua ignorancia se entrega a los placeres per sé, sin medir consecuencias donde la destrucción se hace presente invariablemente, baste recordar cómo cayó el imperio griego y romano.

Como parte de esta devoción al gran dios, surgen en la poesía, los ditirambos, cuyo significado es dos puertas (dado que Baco tuvo dos nacimientos) y su   composición poética es libre, de versos sueltos, no gobernados por un modelo métrico-rítmico, o de gran variedad de metros, donde se busca imitar (dice Helena Beristáin) “el delirio y el desorden de la embriaguez, saltando caprichosamente de un objeto a otro y empleando metáforas exageradas y términos retumbantes”.

Elsa Cross (México, 1946) una de nuestras más importantes poetas, reconocida en el extranjero y quien hubiera comenzado su trayectoria literaria en el taller de Juan José Arreola allá por los años sesenta, ha hecho de la lírica no sólo una búsqueda formal sino personal y, en pos del encuentro con la poesía del vivir, ahora se acerca, a los ditirambos, en su más reciente poemario El vino de las cosas (Era, 2004) como una gran bacante no sólo devota a Baco, sino de la exacerbación en  la contemplación de la belleza en una mística, sólo posible en la libertad de ser y amar comenzando su sendero con una invocación al dios hecho palabra: “Ahí donde tu voz se oye,/ el mundo se vuelve/ esa sustancia pálida./ (...)/Allí tu voz/ ensancha sus hojas,/ y no hay cómo resistir/ la nada que acecha tras tus formas./” Tras los deseos que comience a girar el amor, los seres buscándose (o destruyéndose) pero bailando al compás que, el ritmo de la voz poética entrega vía la pluma de la poeta, una alabanza donde el ritual lo define el lector.

“Donde el tiempo/ se devora a sí mismo/ la conciencia vuelta de revés/ comienza su caída.” Ditirambos (primer apartado de siete que componen el poemario) de la orgía de palabras donde las emociones sentidas van encabalgando figuras de éxtasis con rostro de mujer hecha musa: “Tus formas se pegan a mis huesos./ Dejo de existir,/sólo tú quedas/ como jade en estas faldas. (...)/  (¿Estoy en tu abismo/ o lo rodeo?)/”. Sí el canto a la deidad va más allá de lo experimentado y se pierde en una sensación que puede seducir igual al dios que al mortal. Es más, sea por la seducción, por el encuentro deseoso y sin límites que vive mortal en eterna alabanza, entregado al goce de aquello llamado amor y donde los amantes, en la lejanía, aún se entregan: “Tu silencio/ disimula las palabras/ talladas en la piel,/ tu voz les arranca/ armonías que riman con la muerte./ A fin de cuentas, que es el placer en su éxtasis sino “un veneno que cesa/ sólo cuando ha invadido todo”.

Poseído, envuelto por el sentimiento orgiástico, el sujeto amoroso da paso entonces a las Eolides, sección del libro donde, como si fuesen frases sueltas 12 pequeños poemas irán entregando al lector, gemidos, ritmos, sofocos, sonidos que “Escriben con sus dedos ligeros/ tu Nombre/ sobre la arena/ repiten como plegaria/ su grafía”.

Los Cántaros donde se guarda el vino y las Oceanidades son dos nuevos espacios donde hallar significantes de delirio van llevando a los amantes a nuevas experiencias guiadas por los sorbos de conciencia, por la belleza de la vegetación, por los colores de la estela de la delicia sensual del encuentro, sin embargo, como las olas, los amantes se han, al menos distanciado: “todo dejan revuelto/ como después de un huracán/ todo lo esconden// desprenden de la orilla/ una barca sin remos/ distorsionan el tiempo/ borran la línea de horizonte//” Y, de pronto, sin ningún pretexto ni razón, “ Mar adentro/ escapan de las manos/ para emerger en otras playas/ y perderse/ en un comienzo/ que ahora no sabemos.”

Llegarán las Ofrendas, las Nictides y las Canciones del Egeo. Los devotos de Baco, las bacantes, los amorosos o los amantes de ocasión habrán que dado en el espíritu poético de un sueño de placer. El éxtasis será recuerdo. El amor, una ilusión pasajera que, en el dolor de la ausencia, resurge en la vid, en las aceitunas en lugares donde, misteriosamente “Toma el silencio la forma” y el fondo es un canto un largo canto de disfrute donde Dionisios, la sombra, se siente aludido pero donde se espera que Apolo sea el equilibrio, la luz: “Tu frente abre la luz/ Son tus ojos distancia/ y tus cabellos fuego./ Tú brillas en la altura,/pero cuanto más alto/ tanta más sombra arrojas. (...) Tú lo iluminas todo,/ ¿pero quién ve tu sombra?”. Y nosotros los mortales, amantes o no de Dionisios ¿vemos las sombras del placer?

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