“La literatura, al menos la literatura que a mí me gusta, es también musicalidad, sonoridad, yo escribo narrativa, igual que escribo poesía, cuidando cada palabra y además leyendo en voz alta permanentemente. Leo las oraciones, los fragmentos, voy leyendo los capítulos, y voy corrigiendo también al ritmo del sonido. Me interesa mucho eso. Yo quería que, además de hablar de música, la novela sonara. Que hubiera un ritmo de lectura, porque el ritmo también es respiración, es cuerpo y va provocando ciertas sensaciones, eso me importaba mucho explorarlo. Que la música acompañe a la lectura o la música como posibilidad de construir otra cosa una atmósfera sonora y ésta genera ciertas sensaciones. Cuando uno escribe no sólo es el pensamiento, es lo afectivo, lo emotivo, la vida; los músicos trabajan con el más inasible de los elementos de la creación artística: los sonidos y los silencios que son más inasibles, todavía. Creo que en la buena literatura, el silencio tiene un papel clave”.
El
misterio: la propia biografía. La expectativa: una fotografía. La esperanza:
recuperar la voz creativa. El reto: desvelar toda una vida, varias, de hecho, a
partir de una postal, en sepia: la memoria inventada, el recuerdo construido.
En el subtexto: Tratar de construirse, a sí mismo, en clave, sobre un cuaderno
pautado que a su vez, a pesar de los
lápices con punta sobre el piano, no logran escribirse ni transcribir la
melodía fundante. En reciprocidad, en espejo hacia todo aquello que no se
comprende, que no se sabe, el silencio. El silencio de la creación, por un lado,
pero la creación, la construcción y visibilización de ese silencio interno que
facilite un encuentro, sobre todo, consigo mismo. Con uno mismo. Poco a poco y de manera artesanal, delicada,
apasionada, construir el cuerpo del silencio. Del silencio facilitador. Del
silencio que permite ( o no) la deconstrucción). Darle escucha al silencio y
entonces, sólo entonces, al escucharlo, escucharle y recobrar la voz. Esa otra,
silenciada porque no es propia, sino construida a partir de un espacio para ser
feliz”, aunque dañe, aunque también calle. Tantos silencios que son uno solo:
El silencio del silencio.
“La
novela exige que tú interpretes. No hay una sola interpretación, hay cosas
escondidas que te van a permitir ir dándole diferentes lecturas. El mundo está hecho así, hay miles de interpretaciones
posibles”.
Es
así que Leo, el personaje de Fuga en mí
menor, trata de reconstruirse en el silencio y, dentro de éste, hallar su
voz creativa. Por su parte, Sandra Lorenzano, lutier del lenguaje, encuentra en la voz narradora, “su propio
silencio” y vierte y subvierte la poesía, la frase corta, y la suavidad de una prosa
que es al tiempo, viento frío, al tiempo playa, de su construcción creativa… entonces el
silencio deja de ser fuga para transformarse a lo largo de las páginas, primero
en allegro y después en sinfonía. “Me despierto a las 5:30 de la mañana y es la
hora en la que escribo. Antes de que el ruido del mundo me entre a la cabeza.
Necesito tener ese espacio de silencio que no necesariamente tiene que ver con
el silencio exterior; es un silencio interior, fundamentalmente. Y me da la
sensación de que, si lo que escribo no surge de ahí, no termina de ser
auténtico. Necesito escuchar una voz, por debajo de todos los ruidos que se me
cruzan en la vida y para escuchar esa voz, tengo que construir ese espacio”.
Silencios
diversos. Silencios adversos. Internos y externos. La sensación de tener ése
“sabor óxido en la tráquea”. No poder hablar, de la vida. Querer y no poder.
Componer. La cadencia. El acorde. De-acuerdo. Acorde. “Esa sombra, la del
padre, que está presente en una
fotografía de los años 40 y que hace eclosión cuando se suman otras
ausencias: la madre que muere, el hijo que se va a vivir lejos; Leo de pronto se da cuenta que, por muy solitario
que sea el espacio en el que está viviendo, no aparece el silencio. Siempre lo
he pensado así: hay dos tipos de
silencio: uno luminoso, por decirlo así,
que te permite la creación, que es el
“silencio del desierto” como dice Edmond Jabès, donde puedes escuchar lo inefable” y sólo con ese silencio puedes llegar a ello,
lo entendamos como lo entendamos y, hay otro silencio oscuro, de bloqueo, un
silencio que impide la creación, ése es el silencio de Leo el personaje, pues
quería que, de alguna manera en la novela, se hablara de esa búsqueda de
silencio que facilite la creación. Llevé a Leo, que camina sin parar por una
playa a tratar de encontrar ese espacio en ese lugar vacío, solitario, en el
fin del mundo, que es esa playa a la que se va a vivir. Ahí descubre y
descubrimos los lectores que él puede vivir en el lugar más silencioso y
solitario de este mundo y que sin embargo su voz creativa no va a aparecer; y
no va a aparecer porque hay algo que lo está bloqueando: las ausencias.
“¿A
dónde van los que se van? ¿Se van?, ¿Y si se van, a dónde van?” El halo de la
forma. La sombra que hace figura. El recuerdo de, también una voz que se va
perdiendo con los años y, ante la desaparición, sólo una silueta que va
difuminándose, adivinándose de generación en generación. El padre que estuvo
sólo dos años, aquel que en su nombre se renombra, sin nombrarlo. El padre presente
desde su ausencia, en todo su gris, a través de una fotografía: la del pasado,
ésta, la fotografía que no es posible revelar. Los detalles que no pueden
interpretarse. El hijo entonces, siendo después, padre, de un hijo único. Que
también se irá. A revelar sus propias fotografías. A mandar señuelos, desde la
distancia, al padre. Mientras el padre observa pero se mantiene inmerso en su
silencio verbal, pero rompiéndolo desde la escritura. El hijo del padre
ausente, es ahora un padre presente pero ausente. Lejano. Silente, que no
silencioso: “Él, Leo, ésta perdiéndose a sí mismo. Está en la sombra. La
ausencia que lo va a marcar, aunque él
decida negarlo durante muchos años, pasa del pensar que su padre era un héroe a
pensarlo traidor a pensarlo un mentiroso… y esta sombra regresa a él con la
muerte de la madre y la ausencia del hijo, y el siguiente en la lista de convertirse en un ausente, es él”.
Pero,
más allá de las ausencias, ¿Cuáles son las presencias que construyen? ¿Es
posible de-construir las ausencias? Toda ausencia es carencia. Algo en el
alguien que la padece le mantiene en falta. ¿Se puede salir en búsqueda de lo
que falta?
Leo
se encontrará con Max Bauer y con él, a través de la construcción de un no
diálogo, pero generando un vínculo afectivo desentrañarán sus historias y las
transformarán en una música otra. Atrás quedará la emocionalidad musical y
entonces desde la emotividad y el encuentro con los instrumentos y herramientas
personales, mucho más simbólicos y atravesados por la actividad física de la
“construcción” artesanal de un violonchelo, Leo irá reencontrándose con su
propio lutier. Max, el lutier, irá reencontrándose con su propia música, al
punto de lograr hallar ( o no, eso tendrá que descubrirlo el lector) “el sonido
que surge del silencio más profundo”, al ritmo mismo de la madera, la gulla, la
lija, que una y otra vez, al pasarse por la madera, la acaricia, la busca, la
disfruta, detalle a detalle, aun cuando a veces necesite de prensas. Y poco a
poco, mientras el violonchelo compone una melodía, el humo del cigarrillo de
Bauer evoca. Entonces sucede la creación otra. La otra creación. Caminando en
homenaje, lijándo la creación, amando su labor de artesano luthier que es
también el escritor. O el artista plástico. O el lienzo. Artesana pluma,
artesana lija. Llevar la literatura al cuerpo, traducirla en él. Traducirse en
ella:
“Una
de las cosas que yo quería explorar también, está en la relación de Bauer con
Leo, es algo que me interesa mucho: las complicidades a través del silencio,
cómo se construye una relación (a veces
creo que es algo más masculino que femenino, aunque no lo sé, pero me
parece que las mujeres nos hablamos y
nos contamos muchos, nuestras relaciones se basan en general en el relato, en
cambio, me da la sensación que las relaciones masculinas, u otro tipo de
relaciones, quizá no tenga que ver con varones y mujeres, hay otro tipo de
relaciones, se construyen más a través de
las complicidades que dan los silencios), esos silencios compartidos que
terminan llenos de sobrentendidos y en el caso de Bauer y Leo, en realidad tú
te vas enterando de muchas cosas de su
propia historia a través de la voz narradora, no a través de lo que ellos
cuentan, porque ellos cuentan muy poco. Hay una cosa del silencio como espacio
de creación también, de vínculos afectivos. Finalmente, Leo es todo silencio,
claro, es un silencio que le permite
llegar a la música, cuando ese silencio se convierte en la imposibilidad
de llegar a la música, truena, porque esa
es su forma de comunicación”.
Y
nuestra vida, sepamos leerlas o no, nos da claves. Y la clave es encontrarlas. Saberlas leer. La
metáfora misma de lo anterior, Sandra la construye en un personaje, Bruna,
quien le escribe una larga carta que acompañará a Leo en su periodo de
silencio. Las claves mismas de la novela están, enclavadas, y no tan en clave,
para el lector acucioso, desde la epígrafe de Pavese. Habrá lectores que
prefieran olvidarla: “Todos son sombras de sí mismos. Todos son sombras que
tendrás que ir develando. Para mí, una de las preguntas de la novela, o las
claves de lectura, es develar esa interrogación que es la sombra. De algún modo
todos somos sombras que hay que develar, aunque le veamos la cara a la gente.
La cara no es nada. Vamos pasando como
sombras y habrá quien se interese en una lectura cabalística de su propia sombra,
de su propio ser y eso es lo que estamos
haciendo. En realidad como lectores, nosotros no develamos la sombra del padre,
sino la de Leo, él tiene que develar la del padre. Lo que nos interesa es la forma en que él se va a
vincular con esa sombra, no tanto la historia de la sombra”.
Fuga en mí menor, no
es sólo melancolía y memoria. También es cuerpo, por eso fluye. Necesita esa
sensación de fluir, cada uno de sus personajes que por incidentales que
parezcan son protagónicos. Como cada sombra en nuestra vida. Como cada lectura.
Como cada nota. Negrita o blanca. Tocatta o fuga. Las sombras de lo que fuimos.
Las sombras que nos deforman, las luces que nos conforman. El ritmo. La
armonía. Las disonancias. Es también el ritual de dejar ir. De permitir y permitirse el continuar. “Este
desprenderte de lo que te está bloqueando, de lo que te está torturando, para
darle paso al placer de la creación. En realidad yo no sé cómo escriben los
demás, pero ahí estoy yo. Uno está ahí,
está su intimidad. La poca gente que mira un libro, lo mira. Y ¿cuánto quiere uno mostrar de su intimidad?
Y en gran medida eso es lo que le pasa a Leo. Al escribir, te estás exponiendo”.
0 comentarios:
Publicar un comentario