miércoles, 31 de julio de 2019

La clandestinidad de existir


“La literatura, al menos la literatura que a mí me gusta, es también musicalidad, sonoridad, yo escribo narrativa, igual que escribo  poesía, cuidando cada palabra y  además leyendo en voz alta permanentemente. Leo las oraciones, los fragmentos, voy leyendo los capítulos, y voy corrigiendo también al ritmo del sonido. Me interesa mucho eso. Yo quería que, además de hablar de música, la novela sonara.  Que hubiera un ritmo de lectura, porque el ritmo también es respiración, es cuerpo y va provocando ciertas sensaciones, eso me importaba mucho explorarlo. Que la música acompañe a la lectura o la música como posibilidad de construir otra cosa una atmósfera sonora y ésta genera ciertas sensaciones. Cuando uno escribe no sólo es el pensamiento, es lo afectivo, lo emotivo, la vida; los músicos trabajan con el más inasible de los elementos de la creación artística: los sonidos y los silencios que son más inasibles, todavía. Creo que en la buena literatura, el silencio tiene un papel clave”. 

El misterio: la propia biografía. La expectativa: una fotografía. La esperanza: recuperar la voz creativa. El reto: desvelar toda una vida, varias, de hecho, a partir de una postal, en sepia: la memoria inventada, el recuerdo construido. En el subtexto: Tratar de construirse, a sí mismo, en clave, sobre un cuaderno pautado  que a su vez, a pesar de los lápices con punta sobre el piano, no logran escribirse ni transcribir la melodía fundante. En reciprocidad, en espejo hacia todo aquello que no se comprende, que no se sabe, el silencio. El silencio de la creación, por un lado, pero la creación, la construcción y visibilización de ese silencio interno que facilite un encuentro, sobre todo, consigo mismo. Con uno mismo.  Poco a poco y de manera artesanal, delicada, apasionada, construir el cuerpo del silencio. Del silencio facilitador. Del silencio que permite ( o no) la deconstrucción). Darle escucha al silencio y entonces, sólo entonces, al escucharlo, escucharle y recobrar la voz. Esa otra, silenciada porque no es propia, sino construida a partir de un espacio para ser feliz”, aunque dañe, aunque también calle. Tantos silencios que son uno solo: El silencio del silencio.

“La novela exige que tú interpretes. No hay una sola interpretación, hay cosas escondidas que te van a permitir ir dándole diferentes lecturas. El mundo  está hecho así, hay miles de interpretaciones posibles”.

Es así que Leo, el personaje de Fuga en mí menor, trata de reconstruirse en el silencio y, dentro de éste, hallar su voz creativa. Por su parte, Sandra Lorenzano, lutier del lenguaje, encuentra en la voz narradora, “su propio silencio” y vierte y subvierte la poesía, la frase corta, y la suavidad de una prosa que es al tiempo, viento frío, al tiempo playa,  de su construcción creativa… entonces el silencio deja de ser fuga para transformarse a lo largo de las páginas, primero en allegro y después en sinfonía. “Me despierto a las 5:30 de la mañana y es la hora en la que escribo. Antes de que el ruido del mundo me entre a la cabeza. Necesito tener ese espacio de silencio que no necesariamente tiene que ver con el silencio exterior; es un silencio interior, fundamentalmente. Y me da la sensación de que, si lo que escribo no surge de ahí, no termina de ser auténtico. Necesito escuchar una voz, por debajo de todos los ruidos que se me cruzan en la vida y para escuchar esa voz, tengo que construir ese espacio”.
Silencios diversos. Silencios adversos. Internos y externos. La sensación de tener ése “sabor óxido en la tráquea”. No poder hablar, de la vida. Querer y no poder. Componer. La cadencia. El acorde. De-acuerdo. Acorde. “Esa sombra, la del padre, que está presente en una  fotografía de los años 40 y que hace eclosión cuando se suman otras ausencias: la madre que muere, el hijo que se va a vivir lejos; Leo de  pronto se da cuenta que, por muy solitario que sea el espacio en el que está viviendo, no aparece el silencio. Siempre lo he pensado así:  hay dos tipos de silencio:  uno luminoso, por decirlo así, que  te permite la creación, que es el “silencio del desierto” como dice Edmond Jabès, donde puedes escuchar lo inefable”  y sólo con ese silencio puedes llegar a ello, lo entendamos como lo entendamos y, hay otro silencio oscuro, de bloqueo, un silencio que impide la creación, ése es el silencio de Leo el personaje, pues quería que, de alguna manera en la novela, se hablara de esa búsqueda de silencio que facilite la creación. Llevé a Leo, que camina sin parar por una playa a tratar de encontrar ese espacio en ese lugar vacío, solitario, en el fin del mundo, que es esa playa a la que se va a vivir. Ahí descubre y descubrimos los lectores que él puede vivir en el lugar más silencioso y solitario de este mundo y que sin embargo su voz creativa no va a aparecer; y no va a aparecer porque hay algo que lo está bloqueando: las ausencias.

“¿A dónde van los que se van? ¿Se van?, ¿Y si se van, a dónde van?” El halo de la forma. La sombra que hace figura. El recuerdo de, también una voz que se va perdiendo con los años y, ante la desaparición, sólo una silueta que va difuminándose, adivinándose de generación en generación. El padre que estuvo sólo dos años, aquel que en su nombre se renombra, sin nombrarlo. El padre presente desde su ausencia, en todo su gris, a través de una fotografía: la del pasado, ésta, la fotografía que no es posible revelar. Los detalles que no pueden interpretarse. El hijo entonces, siendo después, padre, de un hijo único. Que también se irá. A revelar sus propias fotografías. A mandar señuelos, desde la distancia, al padre. Mientras el padre observa pero se mantiene inmerso en su silencio verbal, pero rompiéndolo desde la escritura. El hijo del padre ausente, es ahora un padre presente pero ausente. Lejano. Silente, que no silencioso: “Él, Leo, ésta perdiéndose a sí mismo. Está en la sombra. La ausencia que  lo va a marcar, aunque él decida negarlo durante muchos años, pasa del pensar que su padre era un héroe a pensarlo traidor a pensarlo un mentiroso… y esta sombra regresa a él con la muerte de la madre y la ausencia del hijo, y el siguiente en la  lista de convertirse en un ausente, es él”.

Pero, más allá de las ausencias, ¿Cuáles son las presencias que construyen? ¿Es posible de-construir las ausencias? Toda ausencia es carencia. Algo en el alguien que la padece le mantiene en falta. ¿Se puede salir en búsqueda de lo que falta?

Leo se encontrará con Max Bauer y con él, a través de la construcción de un no diálogo, pero generando un vínculo afectivo desentrañarán sus historias y las transformarán en una música otra. Atrás quedará la emocionalidad musical y entonces desde la emotividad y el encuentro con los instrumentos y herramientas personales, mucho más simbólicos y atravesados por la actividad física de la “construcción” artesanal de un violonchelo, Leo irá reencontrándose con su propio lutier. Max, el lutier, irá reencontrándose con su propia música, al punto de lograr hallar ( o no, eso tendrá que descubrirlo el lector) “el sonido que surge del silencio más profundo”, al ritmo mismo de la madera, la gulla, la lija, que una y otra vez, al pasarse por la madera, la acaricia, la busca, la disfruta, detalle a detalle, aun cuando a veces necesite de prensas. Y poco a poco, mientras el violonchelo compone una melodía, el humo del cigarrillo de Bauer evoca. Entonces sucede la creación otra. La otra creación. Caminando en homenaje, lijándo la creación, amando su labor de artesano luthier que es también el escritor. O el artista plástico. O el lienzo. Artesana pluma, artesana lija. Llevar la literatura al cuerpo, traducirla en él. Traducirse en ella:

“Una de las cosas que yo quería explorar también, está en la relación de Bauer con Leo, es algo que me interesa mucho: las complicidades a través del silencio, cómo se construye una  relación (a veces creo que es algo más masculino que femenino, aunque no lo sé, pero me parece  que las mujeres nos hablamos y nos contamos muchos, nuestras relaciones se basan en general en el relato, en cambio, me da la sensación que las relaciones masculinas, u otro tipo de relaciones, quizá no tenga que ver con varones y mujeres, hay otro tipo de relaciones, se construyen más a través de  las complicidades que dan los silencios), esos silencios compartidos que terminan llenos de sobrentendidos y en el caso de Bauer y Leo, en realidad tú te vas enterando de  muchas cosas de su propia historia a través de la voz narradora, no a través de lo que ellos cuentan, porque ellos cuentan muy poco. Hay una cosa del silencio como espacio de creación también, de vínculos afectivos. Finalmente, Leo es todo silencio, claro, es un silencio que le permite  llegar a la música, cuando ese silencio se convierte en la imposibilidad de llegar a la música, truena, porque esa  es su forma de comunicación”.

Y nuestra vida, sepamos leerlas o no, nos da claves.  Y la clave es encontrarlas. Saberlas leer. La metáfora misma de lo anterior, Sandra la construye en un personaje, Bruna, quien le escribe una larga carta que acompañará a Leo en su periodo de silencio. Las claves mismas de la novela están, enclavadas, y no tan en clave, para el lector acucioso, desde la epígrafe de Pavese. Habrá lectores que prefieran olvidarla: “Todos son sombras de sí mismos. Todos son sombras que tendrás que ir develando. Para mí, una de las preguntas de la novela, o las claves de lectura, es develar esa interrogación que es la sombra. De algún modo todos somos sombras que hay que develar, aunque le veamos la cara a la gente. La cara no es nada. Vamos  pasando como sombras y habrá quien se interese en una lectura cabalística de su propia sombra, de su propio ser y eso es lo que  estamos haciendo. En realidad como lectores, nosotros no develamos la sombra del padre, sino la de Leo, él tiene que develar la del padre. Lo que  nos interesa es la forma en que él se va a vincular con esa sombra, no tanto la historia de la sombra”.

Fuga en mí menor, no es sólo melancolía y memoria. También es cuerpo, por eso fluye. Necesita esa sensación de fluir, cada uno de sus personajes que por incidentales que parezcan son protagónicos. Como cada sombra en nuestra vida. Como cada lectura. Como cada nota. Negrita o blanca. Tocatta o fuga. Las sombras de lo que fuimos. Las sombras que nos deforman, las luces que nos conforman. El ritmo. La armonía. Las disonancias. Es también el ritual de dejar ir.  De permitir y permitirse el continuar. “Este desprenderte de lo que te está bloqueando, de lo que te está torturando, para darle paso al placer de la creación. En realidad yo no sé cómo escriben los demás, pero ahí estoy yo.  Uno está ahí, está su intimidad. La poca gente que mira un libro, lo mira.  Y ¿cuánto quiere uno mostrar de su intimidad? Y en gran medida eso es lo que le pasa a Leo. Al escribir, te estás exponiendo”.


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