miércoles, 31 de julio de 2019

Claudia Marcucetti: Reinventarse entre fantasmas


“Muchas veces escribo sin pensar. No tengo agenda. No soy tan visual. Con todo mi pasado de arquitecta, me impresiona mucho más una frase que una imagen. Hay un instinto  primario en uno que me hace crear personajes como Gía sin saber por qué. Inconsciente e  instintivamente te imaginas algo y no lo sabes explicar, aun cuando al final, lo analices”.

Una piedra circular en la entrada de la casa número 2 del callejón de Santo Domingo: la rueca que facilitaba la molienda de harina de trigo y que se desgastó a lo largo de tres siglos. Entre avenida Observatorio y Periférico. A espaldas de la fábrica “Baco”. Ahí, en pleno pero no a pleno Distrito Federal, un testigo fiel de los últimos cinco siglos de nuestra historia. Construido en 1529 y nombrado por Hernán Cortés como “El Molino de santa Ana” y hasta donde se sabe, el primer molino de agua de la Nueva España. Una troje, cuya carcaza, por demás hermosa da cuenta de que ahí, entre sus ruinas hubo vida. Estructuras. Montones de tierra. Un candelabro antiguo al centro de su espacio, sin olvidarse de que alguna vez, dio luz. Un juego de herrería, que seguramente colgaban de alguna viga y que ahora descansan en un escalón de cemento pintado de azul.

Pasado y presente conviven entre costales carcomidos por el clima fundiéndose con la tierra que alguna vez almacenaron y una silla antigua le hace el amor a una lata de pintura “comex”, sin pintar su raya.  De frente, la piedra. De espaldas, la vida. De frente, la belleza, el goce estético, la contemplación de la cotidianidad y paradójicamente, la magia. Es ahora, propiedad privada. Un enorme letrero da cuenta de ello y es que la Historia, no está para visitas. Atrás el ruido de la urbe, al atravesar la reja negra y comenzar a andar el empedrado, por el que alguna vez, corría el río Tacubaya, la redimensión de la estética de la estática, vívida.

Caminar. Observar. Detenerse. En la emoción. En la sensación. En el recuerdo de la historia y la Historia. Aquella que se aprendió y desde la que se intentó aprehender algo. Observo a Claudia y busco a Gioconda. Mundos paralelos. Mi afición por los fantasmas, me hace, al tiempo fantasear que camina por la troje. La imagino incluso, caminando de la mano de Gia. Trato de adelantarme, tras la lectura de Heridas de agua, a la posibilidad de reconocer dónde podría haber sucedido qué. Entonces, me acuerdo que leí una novela, que la Historia es ficción y viceversa.

Seguir el cauce del río. Navegar en lugar de nadar. Hacer de las piedras de río frases y de mis pies, remos. Andar. ¿Cuál sería la casa de Celeste? ¿Cómo sería vivir aquí? ¿Si sigo caminando voy a encontrar la casa de Fortunato? ¿Por cuál de estos portales o zaguanes, como prefieran llamarle, es que entraron los zapatistas (en sus dos versiones históricas)?  ¿Cómo se accedería a los túneles? ¿Por dónde entraba Limantour al Molino? Eran demasiadas preguntas.

¿Qué Historia es la que novela Heridas de agua? Hay una parte de mí que cree (esa es una licencia literaria mía) que esta novela se novela a sí misma. Es la unicidad. La posibilidad desde y dentro la imposibilidad para a partir de ella, si no caigo en un enredijo filosófico, hacerse posible. Enraizarse para desenraizarse. El árbol genealógico. Buscar entre los archivos históricos, documentarse, enriquecerse para entender la historia de la Historia y entonces historiar. La autora. Construirse, conocerse, entenderse, verbalizar filias y fobias, miedos y enojos, para después perdonarse. Los personajes.  Estructura. Misterio. Belleza. Dejar de ser testigo para ser protagonista. De tu historia. Desde tus ruinas. Desde la erosión misma de este edificio que es cuerpo: El Molino. De ahí: la novela. La re-construcción. Desde la belleza. Desde el proceso que sana siempre: la palabra.

En cuanto al venderles la historia, les revelaré apenas lo siguiente:

En 1529,  Hernán Cortés mandó a construir el molino de Santo Domingo, uno de los primeros del continente americano. Levantado sobre las ruinas de un antiguo templo prehispánico, el molino se convirtió en testigo de los secretos, los sueños y las ilusiones de quienes lo habitaron. 

En el siglo XIX, llega a vivir a ese entrañable sitio Gioconda Cattaneo, una mujer de carácter rebelde e indomable que viaja desde Italia a la Ciudad de México con la esperanza de que esta nueva vida le depare aventuras y un amor apasionado. La trama de esta novela arranca justo con su muerte, ocurrida en circunstancias poco claras que despiertan sospechas. ¿Se trató de un suicidio o fue un asesinato?  Lo demás, sólo usted podrá descubrirlo. Podría extenderme en miles de detalles, de acciones, de anécdotas que, como un cajón chino, desvelarían una tras otra una decena de posibilidades. Heridas de agua tiene la particularidad de entregarle a cada lector, sus propias revelaciones y no es materia de este texto, revelarle lo que me reveló a mí.

Mas entre todo lo que sí puedo decirle, le diré que Heridas de agua es una novela de pasiones. Arriesgada. Su motor es el deseo. Aún cuando el gozo y el placer traiga consigo una cierta carga de sufrimiento. Incitación. La historia escindida y escondida en la historia. De un molino como testigo. De una mujer que se ha suicidado pero no lo recuerda. De un México que sin ser ya el de hace cinco siglos, es terroríficamente semejante. Figura y fondo. Contexto. Dos universos que construyen la fantasmagonía del ser. Del atreverse. A preguntar. A perdonar.

En esta novela Claudia Marcucetti ha creado, también, esa creación posible. Hay mucho más que disfrutar (lo cual es encomiable) y analizar, pues hay un metadiscurso (intencional o no) de construcción de subtexto. El subtexto, lo imperceptible en la lectura rápida, la invisibilidad de los hilos que amarran la historia están tejidos en filigrana. “La literatura es leer las líneas en blanco”. La Historia, los cinco siglos de vida del Molino de Santo Domingo, son el propio fantasma de él mismo. Ahí donde el testigo, ese tercero testigo de Lacan es el tiempo y su devenir. Ahí él, fiel más que firme, construye ideas, las posibilita. Ese Molino que es también Historia y tumba de su propia historia. Como es tumba de Gioconda. Los panteones también son cuerpos. Monumentos. Pero en la muerte quedan los huesos de esa, la propia historia. Mientras el Molino, como corpus y personaje construye Ideas y vidas. El Molino se transforma en un ser doliente. En una estructura capaz de amar. “El Molino en ruinas, tratando incluso de quitar una parte de sí, lastimada, es una metáfora en sí misma, de los ciclos. De otros ciclos. Tan otros, que son nuestros.

Dos universos. La Historia con mayúscula. La historia con minúscula. Ambas vinculándose, generando un universo alterno que, si bien se escribe con H tiene sus altas y sus bajas en conjunto. Una integra a la otra. Se pertenecen.

La fusión entre el testigo edificio (El Molino de Santo Domingo) y el personaje protagónico (Gioconda Cattaneo) paradójicamente construyéndose desde su muerte, cuando parece en sí mismo una contradicción, es en realidad una alteridad deconstructiva donde toda herida no habrá de cicatrizar, sino, justamente, hacerse agua, diluirse ahí desde y en el “otro” universo, el literario, construido a partir de la “novela histórica” como subgénero. El que permite no sólo contextualizar sino generar un afluente donde los personajes sigan su propio cauce hasta desembocar en una corriente única: la ficción posible.


Las heridas de agua no son como tal, un término arquitectónico. Esta manera de nombrar la cascada entre las montañas, lo encontró Claudia en un texto antiguo que decía: ‘Hernán Cortés mandó poner los primeros canjilones y paletas, en las heridas de agua que bajaban de la santa Fé’: “Tuve entonces que ponerme a pensar qué eran las heridas de agua. Si lo observas bien, el agua, cuando sale de entre las montañas, parece que la hubieran rasgado y estuviera sangrando. Sangrando agua; y me pareció una imagen muy poética. Ya a lo largo de las páginas fue transformándose en símbolo. El agua  permea a la novela, al igual que las heridas, como gran metáfora del sufrimiento tanto de los personajes como del país. Cazó muy bien el título, aunque costó mucho trabajo encontrarlo, aún cuando nació como texto, en la primera intervención del Molino”.

Asimismo, las lágrimas se convierten en esa herida en la montaña-cuerpo de los personajes. Ellos, cada uno, incluso quienes mueren, tienen en el padecimiento interno, la herida profunda. “Es un sufrimiento un poco etéreo. Contradictorio. Aquí el agua cura. Es lágrima pero el Molino no puede sino llorar a través del agua. Está llorando el mundo, está llorando él”.

Son también, los fluidos, un símbolo a lo largo de las páginas. “Hay una intención  mía de transmitirle al lector todo aquello que sucede en el cuerpo. Todo lo que éste emana. Todos los fluidos del cuerpo salen. Hay una intención de nombrar. De verbalizar. Esta novela trata de los humanos. De humanizar la historia. No importa (aunque a la Historia le importe) quién es ese personaje construido por Claudia y cuáles personajes son “reales”, pues la Historia misma puede ser o no ficción. El corpus literario de Heridas de agua es otro. Sustentado en el otro. En lo otro posible. Incluso, la otredad literaria.

Cada capítulo, cada personaje está continuamente, tratando de enjugarse las lágrimas. Y cuando éstas se secan, rayan el rostro. Desvanecerlas, implica acariciar,  limpiar aquello que las genera. Implica, al contacto con el rostro tratar de desvanecer las heridas mismas. La marca de que una lágrima ha tenido su propio recorrido: “La interpretación  de un lector va mucho más allá de lo que uno como escritor imagina. Uno escribe instintivamente. Quizá hay una carga  de lo que se quiere decir, pero no necesariamente uno la plasma así. Es el lector quién hace suya la historia”


Para Claudia, recorrer los terrenos del Molino, desde la ficción, fue una obra de ocho años. Del dibujo al render. De los cimientos a la obra negra. De las ruinas a los muros. De las ventanas a las puertas. La pintura. La obra terminada. Ocho años de construcción, re construcción y deconstrucción: “En este  tiempo yo también fui transformándome mucho como persona. No soy la misma de aquel tiempo. Y la novela tampoco es la misma. Nació con la idea de que, a partir de haber encontrado unas cartas, yo quería contar la historia del Molino. De un lugar que me afectó tanto y me marcó, en el que había vivido por  mucho años.  Estaban una serie de emociones guardadas de lo que me representaba el edificio y después se transformó en muchas cosas. Creo que uno va cambiado. En ese momento había un sufrimiento que ahí estaba y que era el toparse de frente con la muerte temprana. Uno cuando es joven no te lo imaginas. Sabes que tus abuelos o tus padres van a morir pero hasta que  vives una muerte de frente y de golpe, realmente te pones a pensar en el tema de la muerte. Yo siempre tuve claro que se la iba a dedicar a él. Un tributo a este encuentro-desencuentro que tuve con mi marido  y su muerte temprana a los 28 años. No te  puedo decir que fue una decisión consciente pero estaba ahí, en mi instinto, en mi corazón, en mi inconsciente, en mi manera de ver el Molino. Él siempre estuvo relacionado con ese espacio; el suceso quedó plasmado, aunque yo no lo quisiera, en la novela. Heridas de Agua, transita sobre la muerte. Acompaña el proceso de muerte y aceptación de la misma a partir de cierta reconsideración del contexto, del reconocimiento de la propia historia.”

Y es que cuando uno hace un recorrido, también por la propia historia de escritura de Claudia Marcucetti, hay en sí una interesante transformación. Sin dejar de ser ella, su pluma va enriqueciéndose al tiempo que se complejiza. Del libro de relatos (¡Lotería!) a la novela breve (Los inválidos, de próxima aparición también en Suma de Letras) y de ahí a la novela histórica, está un universo por descubrirse que se revela en la frescura con que es narrada Heridas de agua. “El proceso personal que me llevó a la escritura fue una crisis.  Me considero una persona en búsqueda constante, tanto personal como  profesional, en todos los ámbitos de mi vida. Creo que la única manera de  vivir real y dignamente es ir más allá de uno mismo: mejorarse, ver perspectivas. En la crisis de los treinta, empecé a ver mi vida y dije, híjole, esto no me está gustando nada. No me encontraba. De repente empecé a escribir ¡Lotería! porque mis amigas escritoras me decían que contaba historias muy divertidas que por qué no las escribía. La primera vez que me senté a escribir fue tan terapéutico y enriquecedor que  fue quedando como la única parte de mi vida que me agradaba. Reconocí que me gustaba y entonces me fui seis meses sabáticos a París y ahí fue cuando surgió la idea de escribir una novela y así surgió “Los inválidos” esa novela fue  el catalizador o la decisión consciente de que me quería dedicar a escribir. Creo que Heridas de agua es mi libro más literario. Muy distinto a lo que había escrito. Esta novela quiere  ir más allá. Hay un popurrí de personajes y  trataba de ponerme ahí, en el lugar de cada uno de ellos y escribir desde ellos”.

En cuanto al proceso de escritura, hay que reconocer, en Heridas de agua “una referencia literaria muy importante de un libro que no es muy conocido en Hispanoamérica: Los Virreyes que es fantástico. Adelanta el Gatopardo 50 años e incluso va mucho más allá; es un libro que acaba de ser rescatado en Italia. Como fue publicado en el siglo XIX, casi al mismo tiempo en que yo sitúo la novela, en el libro en cuestión, hay un retrato psicológico desde su perspectiva que casi, casi, te metes en el personaje y logras ver la vida desde ahí. Y yo aprendí eso. A ver desde otros lugares, desde otros puntos de vista, el de los personajes.”


“Existe la intención de manejar la estructura de una manera casi geométrica. Me forcé a que cada capítulo iniciara con la voz del molino y un documento. Éstos eran también  un tributo a la palabra escrita al punto también en que se evidencia su transformación hasta llegar al SMS del teléfono.” Ir más allá. Donde quiera que éste se ubique, es una premisa de esta novela, aun cuando el gran tema es “la transformación de y desde, cada uno de nosotros. Ir al pasado para reencontrarse con su presente. Celeste no existiría sin Gioconda, pero ella a su vez, no puede resarcirse sin Celeste. Asumir el árbol genealógico. Reconocer quién se es a partir de tratar de darse cuenta de dónde se viene. Reconvenir, negociar con el pasado y desde ahí, construir otro presente”. Trazar un sendero que va haciendo de la historia, algo entrañable. “Al final, es una manera de hablar de lo humano de una forma distinta. Un edificio  está siendo amenazado, como nosotros, por cuestiones distintas a nosotros; la impotencia que se refleja, también en Gioconda, de estar pero no poder hacer nada para transformar la realidad. Esa es un poco la metáfora del suicidio y las consecuencias: seguirás viviendo tu vida, donde la concluiste pero sin poder cambiar nada, y eso debe ser un infierno. El  Molino, por su parte, vive las cosas más monstruosa, es testigo, sabe qué ocurrió, pero no puede intervenir. Así la dimensión alterna maravillosa del recoveco, del túnel que lo atraviesa, porque el Molino, al igual que los humanos, tiene lugares a los que no quiere ir. Nosotros tenemos nuestros lugares más profundos, horror, negrura y,  aunque si bien es cierto que hay una visión trágica, también hay una visión esperanzadora, la  de intentar recuperar un poco esta idea de que  todos vamos a morir y ¿qué va a pasar allá? A lo mejor está divertido o a lo mejor es igual de  traumático que aquí. Al final es un poco la filosofía o la visión que ofrezco en  la novela: no se esperen grandes soluciones en la muerte, no se esperen grandes cambios. El final no está ahí”.

La construcción circular. En círculo, no en espiral. El ciclo de vida. Nacer y renacer. De la Historia. De las historias personales. Cada uno de los personajes principales tiene, lo reconozca o no, un camino que recorrer y, hasta no andarlo no dejará de estar. Un juego de negativos que necesitan reconocerse. Re-conocerse. Dejar de ser contradicción para ser aprendizaje. Transformar sus emociones y transitar del enojo y el dolor, al perdón. Lo cual sólo es posible, si se voltea a ver al otro.

Heridas de agua es también el ciclo de la pérdida. La Historia dentro de la historia. Nuestro contexto histórico no nos es ajeno: uno es a partir también del  momento histórico que vive y nos atraviesa, para bien y para mal. Y con todos sus grises. Y sociedades y personas, tenemos al parecer un gozo inconsciente, generacional y colectivo, de compulsión a la repetición. Generación tras generación. Siglo tras siglo. El mismo conflicto. La misma resolución. Casi semejantes procesos. Hasta que alguien, se atreve hacer algo distinto. Hasta que alguien decide transitar por el túnel y enfrentar su propia oquedad. Tratando de encontrarse, haciéndose preguntas. Si no hay preguntas, no llegarán las respuestas. Gioconda, ante todo en un proceso de absoluta negación y reconocimiento de sí misma. Ella se deja ahí. En una especie de autocastigo, a partir del “no recuerdo” y mientras más negación más complejo es el seguir caminando. El poderte mover y transitar, hacia otro lugar. Es esa imposibilidad de ir hacia…: “Ojalá a través de esta lectura uno pueda entender mejor este ciclo, ya sea a partir del evitar ciertas acciones o utilizarlo para que el ciclo mismo te enriquezca y funcione, para entenderte mejor, para no repetir”.

“Me exilio continuamente. Uso la literatura como un exilio de mi vida. Tal vez este libro es también, mi sanación." Con esta novela, “descubrí que hay muchísimos vínculos entre los edificios, sus heridas, sus amenazas, sus impotencias, sus grietas, porque va pasando el tiempo y lo van parchando y él se va desgastando. Yo me dediqué a la arquitectura durante diez años y llegar a un lugar y  saber que, de alguna manera uno también va a influenciar de alguna manera al edificio, es una gran experiencia. El edificio deja que el arquitecto quede en él. Como arquitecto quedas ahí, algo de ti queda ahí. El edificio, en este caso El Molino,  es al final muy humanizante. Tendríamos que ir más allá de ser testigos, apostar por la continuidad del hombre y es lo que trato de transmitir en Heridas de agua”, porque el tiempo para el edificio transcurre distinto al tiempo de las personas. De los personajes. El edificio sigue transformándose y sólo la troje permanece intocada. Por ella han pasado los años y sigue desgastándose. Pero permanece. Y es esperanza.

“Mi oficio: inventar. Eso es lo que me gusta hacer. En lo personal, aprendí a no tenerle miedo a la muerte. A poder, de alguna manera, reconciliarme con los muertos y un poco con el fracaso. Eso representa Heridas de agua para mí”.

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Betina González: "Sin estructura no hay novela"

El martes 27 de noviembre de 2012, en el marco de las actividades de la 26 FIL Guadalajara, como ya es tradición, se dio a conocer el VIII Premio Tusquets de Novela. Por primera vez, desde su fundación, dicho premio es otorgado a una mujer y, mejor aún, de la generación de los 70, la cual cuenta ya con interesantes plumas. Así, de propia voz, Beatriz de Moura, directora de Tusquets, reveló a Betina González (Buenos Aires, 1972) con la obra Las poseídas de quien, la misma autora, en la ceremonia comentó al respecto: es un libro raro, distinto a los anteriores”.

Dentro de esas rarezas, habría de destacarse, al menos a mí me gusta destacarlo, que es la única entrevista FIL que me emociona más de la cuenta porque, entrevistar a un autor, sobre una obra que no conocemos, salvo la sinopsis, dota la conversación de un halo de misterio, aunado a que, en esta ocasión, Betina fue más que un misterio una revelación pues, asumida mi ignorancia descubrirla y descubrir su narrativa es al tiempo que placer, reto.

Betina González es doctora en Literatura Latinoamericana por la Universidad de Pittsburg. Su primer libro, en 2008, fue Arte menor, novela galardonada por Clarín. Su segundo libro, Juegos de playa es una colección de relatos el cual fue reconocido con el segundo premio del Certamen Nacional de Libros de Cuentos del Fondo Nacional de las Artes. Además de Las poseídas, en el 2013 también verá la luz el libro La conspiración de la forma, una investigaciónón sobre textos menores del siglo XIX latinoamericano.

En cuanto a Las Poseídas, sabemos apenas el entramado: Una chica nueva, Felisa Wilmer, ingresa en un colegio religioso para niñas en la zona norte de Buenos Aires. Recién llegada de Londres, Felisa se convierte en el centro de atención por su actitud rebelde y su mal comportamiento, rodeada además por el “aura poética” que le dan sus aficiones artísticas, su perfecto inglés y su carácter tan impenetrable como independiente. Al menos así la ve López, la narradora y protagonista, que no tardará en amiga suya. Las chicas viven entre leyendas más o menos escabrosas que se cuentan en voz baja sobre la historia del colegio y algunos “peligros” más reales que se encuentran en sus cercanías. Pero poco a poco, López irá descubriendo la historia de Felisa, que vie con su abuela después e la muerte de su madre en un accidente, y de las razones de su comportamiento excéntrico y suicida, como de poseída por las razones de su entorno”.

Posesión. Entorno. Adolescencia. Los ochenta. Dictadura. La iglesia. Postdictadura. Argentina. La historia Argentina. Suicidio. Problemática. Con mayúscula. Y las otras historias. La amistad femenina. Complicidad. Adentro y Afuera. Mayúsculas. Estructuras. Temas que de uno u otro modo, persiguen y suscriben. Se inscriben para escribirse. Se escriben y entonces, desde la conversación se con-vierten.

Para mí escribir un libro es el primer desafío, es una batalla conmigo misma, porque considero un libro un desafío y éste lo fue particularmente. Igual  no quiere decir que haya sido un libro de sufrimiento. Es un  libro que a mí me tomó como por arrebato, como si me quemara en la cabeza. Sabía que no era  un libro del todo convencional. Que había cierta diferencia con los libros anteriores, otro tipo de realidad”.

No me gusta trabajar con lo autobiográfico directamente. Me aburro hablando de mí. Una  de las razones por las que escribo es para ser otra. Para ser otros. Me encanta la gran pasión  narrativa de inventar de la nada. Creo que más que reescribirme a mí, reescribí una generación y lo hice no tanto pensando en la Historia. Lo hice más desde una manera muy intuitiva; pero sí  reconstruí una atmósfera propia de los años ochenta en la Argentina marcada, por ejemplo, por la música dark, que se va metiendo en la novela como una especie de  leit motiv, también, de esta oscuridad y ese ambiente  opresivo de la post-dictadura. Está presente el contexto, el trasfondo político, pero de una manera muy sutil, porque la vida  cotidiana de estas chicas pasa por la escuela, por la música. Pasa también por  los chicos y por este microclima que es la  iglesia católica. Tengo que decir  que un colegio religioso es un microclima que ofrece al escritor esas posibilidades y puedes jugar con el intertexto de los santos, los mártires y eso puede tener también algo de gótico, algo de terror. Puedes jugar con la filosofía,  todo eso está en la novela, pero no como referencias letradas sino como sustrato narrativo”.

Hay épocas. Se habla de la literatura postdictadura. La  narrativa argentina narrándose a sí misma, también, una y otra vez. Se habla del silencios y se busca darles voz. Desde diversos lugares. Se habla, también, de la transformación. De la búsqueda. Del encuentro con nuevas voces e intenciones. El juego del lenguaje. La apuesta por la estructura dentro de la ficción, ahí donde ésta genera un subtexto revelador. Sin estructura no hay novela. Habría que pensar cómo es y como se desarrolla ésta en Las poseídas. Es una narrativa no lineal. No podría funcionar. Hay momentos de  suspensión dentro de lo que sería la lógica cronológica de las acciones. Esas interrupciones se dan porque,  así la novela adquiere profundidad. Hay capítulos que interrumpen esa lógica porque se  necesita contar una historia que está en el rincón, de hace más de un siglo, que tiene que ver con el colegio. En dos momentos, se adelanta y se atrasa la historia, para contar. Estas historias de terror que vivimos los argentinos en esos años, están muy lejos de la lógica cronológica.”

Los planos suspendidos. Los planos narrativos. La historia narrativa de Argentina. La Argentina en y desde su narrativa. La escrita. La contada. El relato narrado. El papel que jugó  la iglesia católica dentro de la dictadura. El propio horror social enfrentado y confrontado en la adolescencia que, es en sí mismo otro muy peculiar y particular terror, con sus particularísimos horrores. Lo terrorífico del dogma, la presión política y la olla express misma que implica ser adolescente. Creo que confluyen los elementos en las tres chicas. Cada una  de ellas es diferente entre sí. No es que cada una de ellas encarne una  versión o un estereotipo, sino que son muy complejas. Eso se mezcla en la trama frente a cuestionamientos como el miedo a (y en)la adolescencia, el contexto político y su horror, el rol de la escuela religiosa y cómo tranzar con eso siendo chica, sobre todo siendo mujer. Y se  complejizan las resoluciones. Al principio, el lector cree que está todo resuelto y resulta que a mitad de la novela eso se derrumba. Se le derrumba a la protagonista su familia, su mundo estable, sí que hice  mucho hincapié en romper  ese mundo. En romper el mundo de las etiquetas, porque de pronto, tus pares te encasillan y funciona. Hasta que estalla. Y eso sucede en la escuela. Explota, al llegar al colegio esta chica, Felisa, más rara.”

El vuelco. El giro. La figura del personaje protagonista que es adolescente en una ficción que no está encasillada en ese rubro. Una historia. Un personaje. Mostrar el universo de los jóvenes. Entrar en la atmósfera, en el ser y estar adolescente. La figura de la adolescente tiene en sí tantos matices, incluso demoniacos,  que me parecía que no estaban del todo aprovechados en nuestra literatura. Fue clave para mí una  novela que se llama Los hermosos años del castigode Fleur Jaeggy (Tusquets, 1991), la  cual sucede en un internado. Cuando yo leí lo que la autora había creado, ahí se me encendió un mundo, ese mundo adolecente con todos esos matices, no lo había leído en español. Si  hay algo que hace Las poseídas, creo, es ironizar sobre la mirada masculina de la chica adolescente. El cliché de la colegiala, del tipo que se calienta con ella, también entra todo eso en el universo de la novela”.

Recorrer  y recurrir a la historia literaria. Asumir y homenajear a las propias influencias. Romper con la imagen  y mito de La Lolita”, así como con los mitos de la chica católica: o virgen o puta. “Hay referencias muy veladas a Nabokov, a Onetti.  El lector sabio encontrará eso muy enterrado en la trama”. “Me han preguntado muchas veces si tengo padres literarios. Yo no creo que los tenga, pero tampoco, no los tengo por haberlos matado. Soy consciente de que escribo dentro de una tradición muy rica. Las lecturas me han formado como escritor y éstas entran, aunque una no quiera, cuando una narra. Toco un tema, como el de las chicas y ¡cómo no va a aparecer el chico de los chocolatines!

Me siento muy cómoda con los escritores de mi generación aun cuando tengamos estéticas muy diferentes. Me  parece que hay preguntas similares y un acercamiento a la tradición de una manera mucho más liberada. Lo que permea. Lo que marca. Formas y fondos menos pretensiosos. Contar historias. Yo hace poco que viví a Buenos Aires. Viví ocho años en Estados Unidos. No  me siento extranjera, para nada, pero estoy reinsertándome. Con respecto a Las Poseídas, yo creo que esta novela va a interesar en Argentina, porque algo de lo que ha pasado en estos años de Kritchnerismo fue el reabrir estas historias de la dictadura que  se creían clausuradas de una manera fatal. Hubo un montón de cosas que pasaron ya durante  la democracia y esta novela habla de cómo las estructuras represivas fueron demolidas  pero muchas pervivieron dentro de los gobiernos de Alfonsín y Mennem. Ese trasfondo está porque lo vivimos cotidianamente.

Un encuentro. Un descubrimiento. Una escritora latinoamericana que sin metaficción ni excesivas reflexiones figurativas se muestra potente en el universo literario actual. Habrá que esperar Las Poseídas, el año que viene, mientras tanto, a esperar sin perder el ansia.

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La clandestinidad de existir


“La literatura, al menos la literatura que a mí me gusta, es también musicalidad, sonoridad, yo escribo narrativa, igual que escribo  poesía, cuidando cada palabra y  además leyendo en voz alta permanentemente. Leo las oraciones, los fragmentos, voy leyendo los capítulos, y voy corrigiendo también al ritmo del sonido. Me interesa mucho eso. Yo quería que, además de hablar de música, la novela sonara.  Que hubiera un ritmo de lectura, porque el ritmo también es respiración, es cuerpo y va provocando ciertas sensaciones, eso me importaba mucho explorarlo. Que la música acompañe a la lectura o la música como posibilidad de construir otra cosa una atmósfera sonora y ésta genera ciertas sensaciones. Cuando uno escribe no sólo es el pensamiento, es lo afectivo, lo emotivo, la vida; los músicos trabajan con el más inasible de los elementos de la creación artística: los sonidos y los silencios que son más inasibles, todavía. Creo que en la buena literatura, el silencio tiene un papel clave”. 

El misterio: la propia biografía. La expectativa: una fotografía. La esperanza: recuperar la voz creativa. El reto: desvelar toda una vida, varias, de hecho, a partir de una postal, en sepia: la memoria inventada, el recuerdo construido. En el subtexto: Tratar de construirse, a sí mismo, en clave, sobre un cuaderno pautado  que a su vez, a pesar de los lápices con punta sobre el piano, no logran escribirse ni transcribir la melodía fundante. En reciprocidad, en espejo hacia todo aquello que no se comprende, que no se sabe, el silencio. El silencio de la creación, por un lado, pero la creación, la construcción y visibilización de ese silencio interno que facilite un encuentro, sobre todo, consigo mismo. Con uno mismo.  Poco a poco y de manera artesanal, delicada, apasionada, construir el cuerpo del silencio. Del silencio facilitador. Del silencio que permite ( o no) la deconstrucción). Darle escucha al silencio y entonces, sólo entonces, al escucharlo, escucharle y recobrar la voz. Esa otra, silenciada porque no es propia, sino construida a partir de un espacio para ser feliz”, aunque dañe, aunque también calle. Tantos silencios que son uno solo: El silencio del silencio.

“La novela exige que tú interpretes. No hay una sola interpretación, hay cosas escondidas que te van a permitir ir dándole diferentes lecturas. El mundo  está hecho así, hay miles de interpretaciones posibles”.

Es así que Leo, el personaje de Fuga en mí menor, trata de reconstruirse en el silencio y, dentro de éste, hallar su voz creativa. Por su parte, Sandra Lorenzano, lutier del lenguaje, encuentra en la voz narradora, “su propio silencio” y vierte y subvierte la poesía, la frase corta, y la suavidad de una prosa que es al tiempo, viento frío, al tiempo playa,  de su construcción creativa… entonces el silencio deja de ser fuga para transformarse a lo largo de las páginas, primero en allegro y después en sinfonía. “Me despierto a las 5:30 de la mañana y es la hora en la que escribo. Antes de que el ruido del mundo me entre a la cabeza. Necesito tener ese espacio de silencio que no necesariamente tiene que ver con el silencio exterior; es un silencio interior, fundamentalmente. Y me da la sensación de que, si lo que escribo no surge de ahí, no termina de ser auténtico. Necesito escuchar una voz, por debajo de todos los ruidos que se me cruzan en la vida y para escuchar esa voz, tengo que construir ese espacio”.
Silencios diversos. Silencios adversos. Internos y externos. La sensación de tener ése “sabor óxido en la tráquea”. No poder hablar, de la vida. Querer y no poder. Componer. La cadencia. El acorde. De-acuerdo. Acorde. “Esa sombra, la del padre, que está presente en una  fotografía de los años 40 y que hace eclosión cuando se suman otras ausencias: la madre que muere, el hijo que se va a vivir lejos; Leo de  pronto se da cuenta que, por muy solitario que sea el espacio en el que está viviendo, no aparece el silencio. Siempre lo he pensado así:  hay dos tipos de silencio:  uno luminoso, por decirlo así, que  te permite la creación, que es el “silencio del desierto” como dice Edmond Jabès, donde puedes escuchar lo inefable”  y sólo con ese silencio puedes llegar a ello, lo entendamos como lo entendamos y, hay otro silencio oscuro, de bloqueo, un silencio que impide la creación, ése es el silencio de Leo el personaje, pues quería que, de alguna manera en la novela, se hablara de esa búsqueda de silencio que facilite la creación. Llevé a Leo, que camina sin parar por una playa a tratar de encontrar ese espacio en ese lugar vacío, solitario, en el fin del mundo, que es esa playa a la que se va a vivir. Ahí descubre y descubrimos los lectores que él puede vivir en el lugar más silencioso y solitario de este mundo y que sin embargo su voz creativa no va a aparecer; y no va a aparecer porque hay algo que lo está bloqueando: las ausencias.

“¿A dónde van los que se van? ¿Se van?, ¿Y si se van, a dónde van?” El halo de la forma. La sombra que hace figura. El recuerdo de, también una voz que se va perdiendo con los años y, ante la desaparición, sólo una silueta que va difuminándose, adivinándose de generación en generación. El padre que estuvo sólo dos años, aquel que en su nombre se renombra, sin nombrarlo. El padre presente desde su ausencia, en todo su gris, a través de una fotografía: la del pasado, ésta, la fotografía que no es posible revelar. Los detalles que no pueden interpretarse. El hijo entonces, siendo después, padre, de un hijo único. Que también se irá. A revelar sus propias fotografías. A mandar señuelos, desde la distancia, al padre. Mientras el padre observa pero se mantiene inmerso en su silencio verbal, pero rompiéndolo desde la escritura. El hijo del padre ausente, es ahora un padre presente pero ausente. Lejano. Silente, que no silencioso: “Él, Leo, ésta perdiéndose a sí mismo. Está en la sombra. La ausencia que  lo va a marcar, aunque él decida negarlo durante muchos años, pasa del pensar que su padre era un héroe a pensarlo traidor a pensarlo un mentiroso… y esta sombra regresa a él con la muerte de la madre y la ausencia del hijo, y el siguiente en la  lista de convertirse en un ausente, es él”.

Pero, más allá de las ausencias, ¿Cuáles son las presencias que construyen? ¿Es posible de-construir las ausencias? Toda ausencia es carencia. Algo en el alguien que la padece le mantiene en falta. ¿Se puede salir en búsqueda de lo que falta?

Leo se encontrará con Max Bauer y con él, a través de la construcción de un no diálogo, pero generando un vínculo afectivo desentrañarán sus historias y las transformarán en una música otra. Atrás quedará la emocionalidad musical y entonces desde la emotividad y el encuentro con los instrumentos y herramientas personales, mucho más simbólicos y atravesados por la actividad física de la “construcción” artesanal de un violonchelo, Leo irá reencontrándose con su propio lutier. Max, el lutier, irá reencontrándose con su propia música, al punto de lograr hallar ( o no, eso tendrá que descubrirlo el lector) “el sonido que surge del silencio más profundo”, al ritmo mismo de la madera, la gulla, la lija, que una y otra vez, al pasarse por la madera, la acaricia, la busca, la disfruta, detalle a detalle, aun cuando a veces necesite de prensas. Y poco a poco, mientras el violonchelo compone una melodía, el humo del cigarrillo de Bauer evoca. Entonces sucede la creación otra. La otra creación. Caminando en homenaje, lijándo la creación, amando su labor de artesano luthier que es también el escritor. O el artista plástico. O el lienzo. Artesana pluma, artesana lija. Llevar la literatura al cuerpo, traducirla en él. Traducirse en ella:

“Una de las cosas que yo quería explorar también, está en la relación de Bauer con Leo, es algo que me interesa mucho: las complicidades a través del silencio, cómo se construye una  relación (a veces creo que es algo más masculino que femenino, aunque no lo sé, pero me parece  que las mujeres nos hablamos y nos contamos muchos, nuestras relaciones se basan en general en el relato, en cambio, me da la sensación que las relaciones masculinas, u otro tipo de relaciones, quizá no tenga que ver con varones y mujeres, hay otro tipo de relaciones, se construyen más a través de  las complicidades que dan los silencios), esos silencios compartidos que terminan llenos de sobrentendidos y en el caso de Bauer y Leo, en realidad tú te vas enterando de  muchas cosas de su propia historia a través de la voz narradora, no a través de lo que ellos cuentan, porque ellos cuentan muy poco. Hay una cosa del silencio como espacio de creación también, de vínculos afectivos. Finalmente, Leo es todo silencio, claro, es un silencio que le permite  llegar a la música, cuando ese silencio se convierte en la imposibilidad de llegar a la música, truena, porque esa  es su forma de comunicación”.

Y nuestra vida, sepamos leerlas o no, nos da claves.  Y la clave es encontrarlas. Saberlas leer. La metáfora misma de lo anterior, Sandra la construye en un personaje, Bruna, quien le escribe una larga carta que acompañará a Leo en su periodo de silencio. Las claves mismas de la novela están, enclavadas, y no tan en clave, para el lector acucioso, desde la epígrafe de Pavese. Habrá lectores que prefieran olvidarla: “Todos son sombras de sí mismos. Todos son sombras que tendrás que ir develando. Para mí, una de las preguntas de la novela, o las claves de lectura, es develar esa interrogación que es la sombra. De algún modo todos somos sombras que hay que develar, aunque le veamos la cara a la gente. La cara no es nada. Vamos  pasando como sombras y habrá quien se interese en una lectura cabalística de su propia sombra, de su propio ser y eso es lo que  estamos haciendo. En realidad como lectores, nosotros no develamos la sombra del padre, sino la de Leo, él tiene que develar la del padre. Lo que  nos interesa es la forma en que él se va a vincular con esa sombra, no tanto la historia de la sombra”.

Fuga en mí menor, no es sólo melancolía y memoria. También es cuerpo, por eso fluye. Necesita esa sensación de fluir, cada uno de sus personajes que por incidentales que parezcan son protagónicos. Como cada sombra en nuestra vida. Como cada lectura. Como cada nota. Negrita o blanca. Tocatta o fuga. Las sombras de lo que fuimos. Las sombras que nos deforman, las luces que nos conforman. El ritmo. La armonía. Las disonancias. Es también el ritual de dejar ir.  De permitir y permitirse el continuar. “Este desprenderte de lo que te está bloqueando, de lo que te está torturando, para darle paso al placer de la creación. En realidad yo no sé cómo escriben los demás, pero ahí estoy yo.  Uno está ahí, está su intimidad. La poca gente que mira un libro, lo mira.  Y ¿cuánto quiere uno mostrar de su intimidad? Y en gran medida eso es lo que le pasa a Leo. Al escribir, te estás exponiendo”.


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Ana Terán: Mirar el espejo de alguien más



“Este espejo mío. Este corsé de lineamientos”. “Esta niña que se mira a través del espejo del, que muchos años después, descubre que era su propio espejo. En el que ella se miraba y la miraba, su tía, dando cuenta de ello en un cuento, mismo que fuera premiado, paradójicamente, en el Primer Concurso Nacional de Cuento de este país y que llevaba por título “La niña que vivía en el espejo”. Espejo. Espejismos. Reflejos. Duplicidad. Armonía inversa entre lo que se mira y lo que se refleja. En contraste. En comunión. Ser dos siendo una misma persona.

“Últimamente,  tengo la sensación  de que  esta concepción del tiempo lineal no es tal, como si todo ocurriera en un mismo tiempo y, como un acontecimiento que quizás  ocurrió, me imagino a mi tía escribiéndome este cuento para disuadirme de que me mirara en el espejo. Además  en esta pequeña historia, la cual yo recordaba tremenda y que al releerla me parece de una ingenuidad terrible,  trata de una niña  que  se mira al espejo y éste se la traga. Todo lo que le ocurre ahí, sin poder salir.  ¿Cómo nos vemos al espejo? ¿Qué nos vemos?: Si en la mañana te descubres al mirarte, una arruga, sientes que se potencia y que todo mundo es lo que mira de ti. Es tu propia percepción y son tus propios demonios, lo que observas al observarte y, de alguna manera esta historia era mirar el espejo de alguien más en el cual, casi como una carambola, tenía que ver con mi propia mirada, sin mirarme en ella”. 

Apenas inicia la charla. Ana tiene una voz no sólo grave sino peculiar, que en su cadencia, genera un ritmo firme y sólido. Como sus frases. La sorpresa era mayúscula dadas las nulas expectativas que tenía en torno a la charla agendada días antes, motivada siempre por el impulso al encuentro con las obras que con las personas, aun cuando unas me conduzcan hacia las otras y viceversa.

Este caso no fue sólo la consecución de lo que auto profesó, sino el refrendo de la convicción de que, en ocasiones, el marketing literario es no sólo injusto sino que se equivoca con textos y autores. La “visión creativa del mercado” impone sus reglas y compromisos y, también a veces, patina en la estrategia. Muestra de ello es la novela No te detengas (Plaza y Janés, 2012) de Ana Terán (Sonora, 1949) la cual tiene muchos más méritos de los que su portada (“slogan” incluido) proponen al lector.

Y justamente, si un lector logra reponerse a la intención editorial (como fue mi caso)  y hace caso omiso de la portada, principalmente cuando no se sabe a quién se hace referencia en ella (hasta que la “goglea” tras leer la novela) encuentra no sólo una pluma sólida sino una serie de personajes entrañables que han hecho de su existencia una encrucijada sustentada en las expectativas sociales, en el encono, al punto en el que, la locura (y sus diversas representaciones) no son sino la realidad y su delirio consecuente.

La biografía, como género literario, se transforma en proceso de descubrimiento. De revelación. Es desde ahí, desde donde puede hacerse una lectura sensata, vinculante con la literatura. El propio proceso de escritura y de construcción de personaje de la escritora Ana Terán lo amerita. Y para la construcción, la deconstrucción primera: “Fue un proceso muy importante. Una vez que MC y yo determinamos que sería una novela y nos pusimos de acuerdo en cómo la escribiría, en sesiones de dos o tres horas, durante cuatro meses, la entrevisté. Durante nuestras charlas, no la grabé ni tomé notas; si acaso una línea que me permitiera recordar después, si acaso, cuando ya estaba a solas escribía algo, pero muy poco porque lo que buscaba, desde el principio era atrapar un tono. Una atmósfera que además facilitara –porque así se había planeado en un inicio– la transición a lenguaje cinematográfico para ulteriormente llevarla al cine. De ahí la estructura. Hay desde luego, muchísimas cosas que ella me contó y que no están en la novela pero que a mí me sirvieron de disparador. Esto, en combinación con la propia experiencia, pues creo  que todos los escritores, de una manera u otra partimos de ahí, de lo que  sabemos y de lo que no  sabemos. En el proceso de escritura uno aprende a conocer aquello que creías que no sabías pero sí lo sabías, pero solamente escribiendo te das cuenta de ello”.

A la autora, la seducía una imagen que permanecía en su memoria largo tiempo atrás: “El padre dentro de un pino”, generada a partir de un relato que la propia MC hubiese escrito para el taller de narrativa que ella coordinaba, trece años atrás. Esa imagen no sólo daría cuerpo y forma a muchísima de la imaginería planteada dentro de No te detengas sino que es metáfora e imagen misma de No te detengas. Casi un lait motiv.

A lo largo de las páginas, vamos caminando como lectores hacia el epicentro de un espiral de dolor y violencia. De la concepción a la revelación. Donde la revelación es el punto nodal, mismo que parte del exterior, de los sucesos que involucran la historia de Crista incluso antes de ver las sombras de este mundo.  Una narrativa hacia adentro. Un túnel. El dolor que inicia en la humillación primera camino al nacer. Desde el vientre materno. La mujer como objeto. La paradoja de la creación femenina. Mientras se humilla a la mujer se desea una hija, para crearla. A su imagen   y semejanza: “Lo que yo me imaginé, durante la construcción de esta historia es que el padre de Crista, ni siquiera es homosexual; yo creo que era un transexual. Un hombre que llevaba una mujer adentro. Imagínate el odio de tener anatomía masculina que competía con esta otra, que sí tenía el cuerpo que él quería tener. De ahí el odio. El choque y la transferencia”.

El nombre te marca. Crista como cristal. Como fragilización expuesta. Una jovencita que vive y existe a partir de los designios de los otros. Que sufre, continuamente, el desprecio de la madre y, aun así, se logra  construir: “Para mí sigue siendo un enigma. Yo no sé hasta que punto el alma se rompe. Creo que este personaje es una sobreviviente. Ella le cierra la puerta al padre cuando se da cuenta e intuye que es posible que el padre quiera hacer algo con los hijos de ella. Cuando existe la posibilidad de que la historia personal se repita. Y, en la novela,  me parecía fundamental que no se involucrara a más generaciones. No quería entrar dentro de la ficción a los hijos. De ahí que el límite de la historia llega hasta los 21 años de Crista. Poco a poco, se da la transformación, el atravesar la línea del dolor para caminar hacia la empatía. Hacia las fortalezas, hacia las debilidades del otro, en este caso, la madre y poder caminar si no hacia la identificación, sí hacia la reconciliación. Creo que logré que la percepción fuese transformadora.”

Hay un mundo. Una historia que se construyó en el universo real e imaginario de Ana Terán y el cual se mantuvo alejado de ese otro universo, verídico, sustento y semilla de esta novela. Tarea nada sencilla: “Me  imagino que a algunos personajes del cotidiano, les hubiese dolido mucho leer esta novela y lo que en ella se cuenta. Traté, en la medida en que me lo permitió la trama, ser lo más delicada posible”.

Y es que de algún modo, los detonadores que propician el relato violento, son, por cruel que suene decirlo, los mismos que se padecen en la sociedad actual y los cuales son evidentes, principalmente para el que está afuera del círculo de la violencia física y psicológica. El mecanismo del opresor y el oprimido. Del amo y el esclavo: “Es  increíble como las mujeres que padecen violencia, les cuesta mucho trabajo reconocer, incluso vuelven al mismo lugar, hasta que, cuando llega a suceder, pueden escapar. Pero es tan difícil que a veces, no se puede salir de él, incluso por la economía.”

En este pozo, en esta oquedad en la que va internándonos la novela, el título precisamente, el mandato “No te detengas” si bien es un anclaje, hacia el lector, genera justo el impacto contrario. Mientras las páginas avanzan, lo que un lector dice, en medio de la vorágine es “Detente, por favor”. “Basta”. Es entrar en un ciclo de angustia. Porque la violencia, el espiral hacia la oquedad del alma, conlleva tal sufrimiento interno en cada uno de los personajes y desde sus particulares puntos de vista en donde se atisba, como alternativa posible, el frenar. Se desea frenar. Pero se está imposibilitado. Por las inercias, por las historias. Por los deseos truncos, truncados y expectantes, desde y para el otro, pero sin mirarse de frente. Sin conocerse, en pos de aceptación.

Caminos opuestos en los que convergen historias. El espejo de Ana. El espejo de Crista. Un juego de espejos. Ahí, donde en la identificación escritural y la ficción, entrelazadas con la realidad y la veracidad, se construye un enigma literario. ¿Qué hay en medio de los espejos?: Un personaje literario. Una persona que logró narrarse a sí misma, jugándosela. No te detengas no es la historia de, es la vivencia literaria sobre la base de… que se hace posible en las semejanzas. La casualidad no existe. La vida tiene hechos causales. Entre más te adentras en las páginas de la novela, menos puedes escapar de las perversiones, de la maldad del padre y de la debilidad, la fragilidad y la cobardía de la madre. Del desamor hacia la protagonista. De su vacío y su tristeza infinita. De su necesidad de afecto y reconocimiento que va más allá del logro físico, sino del encuentro deseable. El encuentro con los anhelos. Hay a lo largo de las páginas una continua resignificación del dolor, sobre todo en el temor a la cercanía. En el miedo a no hacer lo correcto y del encrispamiento de la duda de amar: “Me acuerdo que mientras escribía, leía un ensayo de MS sobre la sonrisa en la infancia y, en algún momento me puse a llorar. Yo me recordaba a mí misma con gesto congelado en las fotos. Con una mueca, con algo parecido a una sonrisa. Y, está ahí el complacer al padre. El cobrar conciencia de ello. Ese espejo personal,  va a estar sin duda, está, como esa plata que sostiene el reflejo de esta historia. Al menos de lo que intenté reflejar”.

La crueldad de la autoimposición, vertida e invertida en el otro. Violencia y placer. Deseo e incesto: “Por eso el padre siente traición cuando la hija se emancipa”

¿Y para emanciparse de esta historia? ¿Y para tratar de salir de la casa de los espejos?: “Mucho whisky en las noches. Soy un ave nocturna. Esta novela la escribí de ocho de la noche  a las cuatro de la mañana.  Necesitaba primero relajare. Entrar en mis propios sentimientos primero. Que no suene el teléfono, que nadie me molestara. Poderme meter en esto. MC nunca leyó nada hasta que estuvo terminada la novela. No sabía como iba a llegar al final. En el último capítulo me solté a llorar, no sabes cómo. Sentí que ya había atravesado todo aquello que para mí había significado escribirla. Fue una inmersión  en los territorios más profundos que puede tener un personaje en sí mismo, desde mi ser escritora”.

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Sara Sefchovich: De mujer a mujer


“De mujer a mujer, el debate feminista. Ser mujer y a partir de ahí, hablarle, escribirle, leerle; quizá también enojarse y convivir con esa otredad femenina y feminista.  He ahí el punto que quizá me movió más al escribir este libro: el proceso de aceptar sin imaginar lo que sería la revisión de 40 años de trabajo, de textos.

Generar un nuevo diálogo a partir de muchos diálogos anteriores. Reencontrarme con ellas y conmigo misma como mujer, no sólo con las otras mujeres, sino con el movimiento feminista desde también su ser escritoras, militantes, amigas. Es éste reconocerse en el trabajo de una vida entera pensando en el tema de las mujeres y preguntarse continuamente sobre México, sobre el mundo. Son también, 40 años de escribir ficción, periodismo, ensayo; conversar y traducir; de charlas con mis hijos e incluso mis nietos sobre el tema.

Todo ese mundo se mueve brutalmente cuando empiezo a buscar el material que he de re-organizar para el libro ¿Somos mejores las mujeres? (Debate Feminista y Editorial Paidós, 2011) y el cual, por invitación de Marta Lamas en conjunto con Braulio Peralta como editor, acepté escribir. El ejercicio de recuperación de memoria fue fascinante; en paralelo te das cuenta, me di cuenta, de todo lo que está ahí, de que sobre esa otredad hay que seguir hablando de ella y que hay que encontrar lo que sirvió, lo que falló, lo que hay que revisar, componer, valorar y, desde luego, qué es lo que hay que felicitar.

Vuelvo a la pregunta, ¿son mejores las mujeres? No seré yo quien responda, sino este recorrido que va mucho más allá de un paseo por el feminismo pues es también un camino de crecimiento personal donde están, la mujer y la pensadora, transversalizadas, como si de verdad, los gajos del feminismo estuvieran ahí y la opción para los lectores estuviera diversificada y asequible desde donde su particularidad se lo permita.

Son también, estas páginas, las facetas que componen mi vida: investigadora, escritora, madre de familia, amiga, militante; la mujer preocupada por la historia, por los libros, por lo social, todo eso está ahí, pero no nada más me incluye a mí, ni está sólo en mí, sino también todo lo que es y ha sido la lucha por las mujeres, o si le quieres llamar el movimiento feminista, el saber que eres un ser de tu tiempo al que le  han preocupado todos estos temas y haber tenido el privilegio de haber sido  testigo de los cambios.

Realmente  México es otro tras la circulación en la sangre nacional, del feminismo; después vendrían una serie de luchas por los derechos humanos, mismas que siguen y seguirán y si el libro, que ya circula desde hace algunos meses, logra dar cuenta de eso, yo no tengo más qué decir.

Yo también tengo  mis dudas, en cuanto al feminismo, como seguro las tienes tú. Sé que falta mucho, pero también, aparte de demostrar los desacuerdos que sí lo demuestro y lo digo en un capítulo específico , aparte de mostrar mis enojos, también quiero hablar de toda esa felicidad que significaron esos cambios y el haber podido participar y estar participando en ellos. Aun cuando haya las críticas que haya al feminismo, no seríamos las mujeres que somos sin todas las mujeres que han allanado el camino y sin su influencia, principalmente la italiana, francesa, inglesa y estadunidense.

Pero tú, ¿qué tan feminista eres?, ¿importa? ¿es medible?

El feminismo y el mundo no podrían salir adelante si sólo existiera una cara de la moneda. No es menos (pero tampoco más) la mujer que atiende a sus hijos, que la activista que pugna por derechos. Y viceversa.  Hay  quienes hacen de lo político algo personal y quienes hacen de lo personal algo político, según las condiciones con las que tuviste la suerte o la mala suerte de nacer. Te puedes dedicar nada más a la lucha de tu supervivencia cotidiana y la de tus seres queridos o puedes trascender eso y tener ciertos privilegios y poder ir a la ONU; puedes estudiar en la  universidad, escribir libros; o escoger que tu camino sea la lucha en cualquier terreno de los derechos ya sean indígenas, personas que viven con VIH, de mujeres, de mayorías blancas, de minorías étnicas; cualquier causa requiere de las dos caras: de la gente que se está rompiendo el alma en la cotidianidad y la gente que convierte eso en  teorías, en movimiento social, en gestión o en lucha. Con uno solo de los elementos, no habría cambios en la sociedad.

Pero el feminismo no es mujerismo…

Y cuando eso sucede, nada más se invierte aquello contra lo que luchamos. Cuando nosotros luchábamos por entrar y tener un lugar, un espacio, reconocimiento. Ahor, se dice o dicen algunas mujeres, “pues ya que yo estoy aquí, ya no te dejo entrar aquí”. En lo personal yo no camino por ese sendero; me podrás acusar de liberal, de reformista, de todo lo que quieras, pues no me asustan esos términos, pero no camino por ahí, donde lo que inviertes son los sujetos y donde la manera de jugarlo consiste en cerrarle de igual manera,  la puerta al otro, llámense mujeres y varones, negros y blancos, indios y no indios, no comulgo con ninguna idea de simplemente invertir: comulgo con la idea de abrirse, no sólo a la equidad, sino a todas las diversidades posibles.

Esa es, otra de las cosas que hemos aprendido a lo largo de 40 años de feminismo: muchas veces, algunas creemos que hay cosas que son buenas para todas y no lo son para todas; el ejemplo más concreto que tengo de los temas que me ha obsesionado y apasionado: es el tema de la multiculturalidad. Yo nunca te aceptaré que me digas que, entre los usos  y costumbres de X región de México está el de vender a las niñas y que yo tengo que respetar eso porque tengo que respetar cualquier tipo de cultura; fíjate que no. Como contraparte, también me pueden a venir a decir a mí, como nos lo dijeron mucho en los años 70: ustedes universitarias, urbanas, blancas, no nos  van a venir a decir a nosotras, africanas, negras, de las zonas rurales, en qué consiste la lucha de las mujeres. Y también tienen razón, porque son luchas distintas, culturas distintas, objetivos distintos. Es decir, siguiendo con un ejemplo cotidiano, una discusión actual y viva sucede hoy en Francia cuando las occidentales, siempre decimos: “el velo es un ejemplo de opresión de la mujer” y muchas mujeres con velo dicen: “ no, para mí, el velo  es mi señal de identidad”. Yo no puedo imponer mi manera de pensar y ver el  mundo a otras mujeres, pero también, al mismo tiempo, hay una manera de ver el mundo que no podré nunca tolerar.

La tolerancia y su terminología es compleja. El feminismo tiene que empezar desde lo personal. Tú no puedes ser feminista peleando con un gobierno para que haga políticas públicas a favor de las mujeres si no vives en una vida cotidiana en la que haya feminismo porque ¿tú vas a irte a pelear con el gobierno, con el Estado para que no exista la posibilidad de violencia contra las mujeres, para que haya leyes en contra de la violencia, para que esté penada la violencia, para que haya ministerios públicos que atiendan a las mujeres y vas a llegar a tu casa y vas a tener ahí a alguien que te golpee? No puedes. No es posible.

Ésa es la grandeza del feminismo en relación con los otros movimientos políticos anteriores a él, que hubo en el siglo XIX y XX; movimientos en los que tú podías tener una vida pública y otra vida privada. El feminismo te enseñó que, o van juntas o no van. No hay forma. Si a ti el marido te golpea en la casa, tú no puedes salir a luchar en contra de la violencia hacia las mujeres. Si tú no tienes  libertad reproductiva, no puedes luchar por los derechos sexuales y reproductivos de las otras. Las diferencias son culturales. Yo puedo decirle a una mujer africana “a mí me parece que te corten el clítoris es una aberración”, pero tendrá que ser ella la que decida ese tipo de lucha, porque yo no lo he vivido, entonces no sé qué significa.

De acuerdo a su construcción, en su forma más orgánica, el feminismo es una lucha social, política e ideológica que siempre lleva consigo tres pasos: la reflexión, la militancia activa y la gestoría para ayudar en situaciones muy específicas, concretas, en el aquí y el ahora. Si en este instante las mujeres necesitan para salir a trabajar, recibir ciertos servicios, como una guardería o una cocina económica, ahí está la gestoría y, al mismo tiempo la militancia se encarga de otra área; al unísono, hay mujeres que están reflexionando todo el tiempo sobre estos temas.

Algunas mujeres, como Mata Lamas, están en los tres estratos, otras, somos mucho más limitadas y sólo estamos en alguno de los  tres o en dos, yo, por ejemplo, sólo estoy en la escritura. Todo esto, tiene que ir junto, de otra manera, no hay posibilidad de que eso sea a favor de las mujeres.

Si tu estás en tu lucha por ti solita y por tu ámbito de poder, ya sea en la Cámara de Diputados, o por ser Gobernadora, o para escribir tus novelas y que se vendan mucho en el mundo, está bien, es muy tu derecho, pero no estás haciendo nada que sea lucha para las mujeres; para que sea a favor de las mujeres es porque está enmarcada en una agenda feminista y  se está actuando desde diversas aristas.

En lo que se refiere a estructurar una agenda feminista, ésta no parte necesariamente de una necesidad personal, puede partir a raíz de la experiencia de otras y a raíz de las discusiones en las que se va viendo qué es lo necesario; afortunadamente, por ejemplo, nunca he vivido la violencia doméstica o sexual, eso no quiere decir que no puedo estar en los grupos o en los movimientos que reflexionan sobre el tema y que luchan para que eso se acabe.

Por otro lado, contrario a lo que podría pensarse hay un numeroso grupo de mujeres de derecha en el feminismo, eso no quiere decir que no  sean feministas, sino que sus agendas no son totalmente las agendas de los grupos liberales o de izquierda, el tema que más lo clarifica es el aborto. Casi todos los grupos de mujeres feministas están en  contra de la violencia y luchan en contra de la violencia, en contra de los feminicidios, en contra del maltrato, pero no todas están de acuerdo con  el aborto, no todas están de acuerdo con que la mujer no se case ni se ocupe del  hogar, por mencionar algunos. Las diferencias están ahí, son  distintas agendas, todas a favor de las mujeres, pero sí son agendas  diferentes. El feminismo de izquierda y buena parte del  feminismo liberal, pone a los derechos sexuales y reproductivos en el centro de su lucha, junto con las otras luchas; el feminismo conservador, no.

Quizá entonces, es momento de hablar de distintos feminismos. Los hay, existen, tan diversos como la mujer misma. Dentro del conservadurismo, no se usa el término feminismo, se utilizan otros como “la lucha de las mujeres”, “a favor de las mujeres”, e incluso entre la izquierda y los liberales, no todo mundo utiliza el término. Por alguna razón, las mujeres jóvenes no quieren llamarse a sí mismas como feministas, están huyendo de ese término, le encuentran reminiscencias de cosas en las que ellas no quieren estar, entonces, tanto izquierda, derecha y como al centro, ya no se está utilizando este término.

Yo con toda intención lo reivindico en este libro porque a mí me parece que es un término muy claro, rico simbólicamente e históricamente importante; es más, reconozco que muchas, que sí son feministas, no quieren llamarse así, a sí mismas.

Sea quizá por eso que, cuando decidí dedicarle el libro a mis nietas digo que ellas son “ya nacidas feministas”, entonces, suceden actos como el de mi nuera que me llama por teléfono y me dice: “y yo también, y te doy las gracias a ti, a mi madre y a todas”.

Creo que, aunque no nos llamemos feministas, aunque ni siquiera hallamos o hayan (algunas mujeres) pensado en el término, simplemente, caminaron pensando por la vida que así son las cosas y que es normal, ¡qué padre!, esperemos que así sea con la Democracia, los Derechos Humanos, que puedas caminar por la vida sabiendo que nadie te puede violar, ni golpear; que tienes derechos, que vives en un país donde existe la libertad de expresión. Eso es lo que queremos; no necesitaremos a los grupos que abanderen eso cuando ya sea una situación social general. Se necesitan grupos que lo abanderen cuando (como ahora)todavía no lo es.

El día que algo deje de ser  un problema, no necesitaremos los grupos y las banderas. Nosotras. Como feministas, hemos hecho una lucha enorme para que la mujer que quería estar en el ejército o ser policía , boxeadora o manejar un camión de carga lo pudiera ser o hacer. Hemos dicho, claro, ¿por qué no?, pero no lo hemos pensado al revés: ¿y el niño que no quiere hacer “lo que le toca” y que quiere vestirse de Blanca Nieves? ¿Y el señor que quiere quedarse en casa, cuidar a los niños y hacer la comida, mientras la mujer trabaja? ¿Por qué a ellos los seguimos viendo mal? Pues porque estamos solamente invirtiendo roles, no estamos cambiando la  esencia estructural, mental, de la sociedad y eso es a lo que tenemos que apuntar, en todos los rubros: en el feminismo, en la democracia , en la educación. En México estamos como en un primer momento, que ha sido muy importante y de grandes cambios, pero de que hay que profundizar y profundizar, entender que la democracia no es sólo votar, que la  multiculturalidad no significa aceptar cualquier cosa, que el feminismo no es nada más cambiar e invertir los papeles, por eso quise terminar el libro como lo hice.

Hagamos un esfuerzo por cambiar todas y todos. Los ciudadanos sí sabemos lo que  significan términos como solidaridad, cambio, transformación; no tienen por qué quedarse en manos de nadie, nuestros términos. En lo personal, yo ¿por qué voy a dejarlos de usar? Acaso, sólo porque se los apropió alguien que no tenía ni idea del asunto? No tengo por qué regalarle mi terminajo si es buenísimo.

La reivindicación de la palabra feminismo es la misma que como la de la palabra cambio o la palabra solidaridad, ¿por qué voy a tirarlos a la basura sólo porque otros que los usan mal se lo apropiaron si son “míos de mí”?

Y al nombrar se corren riesgos que hay que asumir. Lo mismo que en los silencios; lo nada recomendable: el silencio de las mujeres sobre las cosas de las mujeres. Y tampoco tenemos que aceptarlo. Siendo así, incluso en ¡Son mejores las mujeres?, en un apartado es a mis propias amigas a las que critico, para evitar problemas sobre todo de tipo político y que me digan que es sólo un grupo, hablo de mi propio grupo y los silencios que hace en torno a las mujeres, porque nosotras también tenemos mucho que aprender; esto no quiere decir que tengamos todos los pelos de la burra en la mano, nos faltan muchos.

Dentro del propio feminismo hay muchos silencios, hay envidias, hay agravios, hay enojos, porque no somos más que seres humanos, nada más eso, en todo su sentido, en el positivo y en el negativo, en el amplio y en el estrecho, no somos más que seres humanos, cada una de nosotras haciendo lo que puede, en una sociedad muy individualista, en un  país muy difícil para vivir, entonces, pues vas haciendo lo que puedes, no eres perfecta, te falta mucho y lo único  que nos queda en esta vida es aceptar la crítica y reírnos, porque si no, te tiras por la ventana.”

¿Son mejores las mujeres?, se pregunta Sara Sefchovich en su más reciente libro co-editado por Editorial Debate Feminista y Editorial Paidós (2011). Hoy, 8 de marzo, un día que originalmente llevaba por nombre Día Internacional de la Mujer Trabajadora, es esta pregunta, en conjunto con la reflexión lo que nos ocupa. Este día va mucho más allá de “un día internacional más de…”, tampoco debiera significar que, este día (y sólo éste) generemos homenajes, reflexiones, mitines en torno a la mujer y sus necesidades desde su diversidad y multiculturalidad.

Así, hoy, también, es uno de esos días, en los que esa lucha de las mujeres, por los derechos de las mujeres debiera más que festejarse, conmemorarse y activarse. No son pocos los retos, ni mucho menos los logros.

Sara Sefchovich, lo sabe bien, pues ella, en conjunto con cientos de mujeres, ha dedicado gran parte de su vida a la lucha feminista, desde la trinchera que ha decidido: la academia, la escritura, la palabra como el gran eje transversal de su estudio, investigación y análisis, no sólo de ‘La mujer’ sino de su diversidad y multiculturalidad.
Quede aquí su testimonio, el cual fue escrito a partir de una charla con ella.

(Actualización 2019: Si quieres seguir conociendo a Sara Sefchovich, puedes escucharla en el podcast de #hablemosescritoras, sólo dándole click al enlace: https://www.hablemosescritoras.com/tags/671 )
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