martes, 30 de julio de 2019

El otro rostro de la novela histórica

Portada de 2006, México.

Isabel Allende (Lima, Perú, 1942) no es sólo la escritora más leída en la actualidad, sino una de las autoras latinoamericanas contemporáneas más prolijas. No pocos consideran su trabajo una mezcla de narrativa comercial con un dejo best-selleriano, sin mayor trascendencia, producto de la combinatoria de su apellido, el boom de la “Narrativa escrita por mujeres” y el hecho de que llegara a la pantalla grande, estelarizada por Antonio Banderas, lo que muchos críticos consideran “La Novela” de dicha autora: La Casa de los Espíritus.

Más allá de coincidir —o no— con la crítica especializada, autoras como Isabel Allende y Marcela Serrano, vinieron a darle un giro a la literatura encasillada en lo feminista o en lo femenino y la respuesta del mercado, fue indiscutible. Las lectoras las recibieron con agrado y más adelante, sobre todo Isabel Allende, encontró un nuevo brío literario, cautivando también a los jóvenes en su trilogía La Ciudad de las Bestias, El Reino del Dragón de Oro y El Bosque de los Pigmeos.

Siempre preocupada por la historia y la memoria personal y colectiva; preocupada por contar historias que muestran universos, la también autora de Eva Luna ha incursionado en casi todos los géneros de la novela, en el cuento, el teatro. Así, llega a las librerías mundiales, su más reciente novela: Inés del Alma Mía, (Plaza y Janés, 2006) en donde entra, con paso firme a la novela histórica (cuyo primer guiño fue, el año pasado, El Zorro (Plaza y Janés)).

¿Cuál es el secreto en esta novela de Isabel Allende? ¿Cuáles son sus aportaciones al género? Detalles. Simples detalles que bien podrían hacernos voltear la mirada y otorgarle el beneficio de la duda. Sobre todo, a sus detractores y entre los cuales, hasta esta novela, habría de incluírseme; sin embargo, cuando un género se impone en el lector primero y en el mercado después, no hay sino que aplaudir un texto encomiable, más aun cuando aporta claves literarias, formas distintas de narrar la Novela Histórica, un género por demás socorrido y de interesante penetración cultural en la actualidad, sobre todo, europea.

En este caso, la vuelta de tuerca se dan, al llevar al género hacia el subgénero de la “autobiografía” (estructura que Allende domina), entretejiéndolo con el Testimonio, el cual le da un sustento escritural; logra así, la brevedad y la contundencia. Es ahí, donde, en un afán de dejar en papel la historia de sus aventuras, Doña Inés Suárez viuda del excelentísimo gobernador don Rodrigo de Quiroga, conquistadora y fundadora de Chile, escribe a los 70 años, consciente de que pronto morirá, sus memorias. La narración comenzará en el año 1500, en España y concluirá en 1553. El momento histórico, sin embargo, es 1580. El interlocutor perfecto será su hija adoptiva, Isabel; es ella a quien desea contarle lo acontecido.

Inés, entristecida por la reciente muerte de su esposo y escribiendo de noche, en un acto reflejo y conforme los recuerdos van llegando a su memoria, relata su andar. Insiste sin embargo, en dejarle claro a Isabel que, guiada por el señuelo de ser libre y dado que queda estéril, decide embarcarse a América, con el pretexto de encontrar a Juan, su primer marido acompañada de su hermana Asunción y su sobrina Constanza, con dos ventajas únicas: era las manos más hábiles de Plascencia, no había quien cosiera y bordara como ella; además, tenía el don de ubicar agua subterránea, lo cual, años más tarde le sería de gran utilidad.

Al partir hacia el nuevo mundo, en 1537, Constanza e Inés compartirán el viaje en el barco a cargo del Maestro Manuel Marín con siete pasajeros sin sospechar si quiera que serían acaso personas imprescindibles en su vida: Pedro de Valdivia perteneciente al ejército de Carlos V, Francisco de Aguirre,, bajo las órdenes del Marqués de Pescara, Marina Ortiz de Garete, Jerónimo de Alderete, Daniel Belalcazar, cronista y dibujante. Incluso, Inés confiesa que, lo que la travesía que parecía un purgatorio no la escribió en aquel momento porque jamás se imaginó que su vida merecería ser contada, pues nada hay, en realidad más pretencioso que una autobiografía. 

Al llegar al Nuevo Mundo, la tripulación, cegada por el mito de encontrar El Dorado (ciudad supuestamente atestada de Oro) parte hacia la selva. Inés, Pedro de Valdivia y Constanza, hacia Cartagena.


Isabel Allende, foto desde googlephotos


La narradora, en retrospectiva, tiene cada vez más claro que el motivo que la embarga es el de “dejar memoria de los trabajos que las mujeres hemos pasado en Chile y que suelen escapar a los cronistas”. Así, la protagonista irá hacia Panamá y trabajará de costurera, luego al Perú para, de la mano del Alférez Núñez, llegar al Cuzco y observar es una vida a paso lento, cauteloso, país empobrecido y desordenado, con indios cobrizos sometidos a trabajos forzados.

Tras su estancia en el Perú le informan que Juan de Málaga (su esposo al que buscaba no con tanta insistencia) ha muerto en la batalla de Las Salinas al sustituir la personalidad de Hernando Pizarro; más Inés sin darse cuenta ha comenzado a enamorarse de Valdivia y éste será un amor de leyenda que los lleva a conquistar un reino: Chile. Eran amantes y amigos. Compartían la misma ilusión: El pretendía fundar un reino, ella acompañarlo.

Podríamos detenernos en múltiples las múltiples historias que la memoria de Inés nos entrega. Cada batalla ganada. Cada angustia. Cada traición, encarnada en un indio Mapu che: Lautaro. Sin embargo, traicionaríamos ese espíritu de logro, interés por el pueblo, lucha social y construcción piedra a piedra del territorio que hoy conocemos como Chile, donde tras leer Inés del Alma Mía ya no le parecerá tan extraño al lector común que hoy, esté al frente del país, una mujer como Michelle Bachelet.

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