jueves, 15 de agosto de 2019

Leer (nos)


El buró. La mesa de noche. El mueble al lado de la cama. La repisa. El estante ése entre los cajones del ropero. Los libros viven y conviven en estos espacios dentro de la recámara de las personas lectoras, junto con los controles remoto, la lámpara de noche, la tablet, el teléfono celular o la bocina, que igual se enlaza con la televisión que transforma los libros electrónicos en audibles.

Los libros, para quienes los atesoramos, están en más de un formato disponibles para nosotros a la menor provocación y, aunque tenemos ciertas preferencias de lectura, la cual incluye también, diversidad de intereses, no nos limita el formato, sino la economía y la cotidianidad. La economía, porque no hay dinero que alcance para los libros que uno quiere adquirir y, la cotidianidad, porque nos falta tiempo, mucho tiempo, para leer. Ahí es donde ganan la diversidad de formatos, de estilos, de tramas.

De la minificción a la novela. Del clásico a la novedad. El abanico de las posibilidades. ¿Quién nos enseñó a leer antes de dormir? ¿Quién nos puso el primer libro al lado de la cama? ¿Cuál fue ese libro?

El mueble al lado de la cama. El que acompaña los momentos más íntimos. El testigo inerte. Depositario de las historias que le contienen. Las que sostiene, además de las que escucha. De algún modo, presencia las otras historias, las que de la televisión emanan, sean series, películas o noticias.

Ahí desde el buró, en él, se leen, se perciben y se sueñan otras historias.
A veces, se escriben. Las escribo.
A veces, no.

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