miércoles, 31 de julio de 2019

Verónica Murguía: “Yo no puedo pasar del S.XV”


Verónica Murguía (Ciudad de México, 1960) admite que tiene una especial fascinación por la historia y más aún si ésta le desvela acontecimientos que daten del siglo XV hacia atrás. Así, fiel a sí misma, dejándose llevar por el impulso creativo e imaginativo que le da leer y amar la  historia, surge su primer volumen de cuentos: El ángel de Nicolás (Editorial Era, 2003), tan sui generis como Verónica misma, pues en este libro se esculpe a golpe perfecto, la ficción en la historia y la historia de la ficción.

Si bien la historia es un tema recurrente en la también autora de Mi monstruo Mandarino, es el tratamiento del tema lo novedoso, pues ha dejado atrás las narraciones para niños y enfrenta al lector moderno a un pasado que quizá, de primera instancia, no le importa. Sin embargo, cada palabra, cada frase, cada narración, van encabalgadas, entregando una sinfonía poética en prosa donde el juego escritor-lector es un camino hacia el reconocimiento de sentimientos y pasiones, y el reto -o morbo-, de buscar a lo largo de estos siete relatos, “grandes secretos y mentiras” de esa otra historia: la que nosotros creemos que conocemos  y si ésta es la intención de la lectura, la del cotejo,  el resultado de la misma defraudaría al lector pues, más que paisajes históricos hay, en El ángel de Nicolás, un cúmulo de enseñanzas humanas al estilo del budismo, aderezadas con aventuras al más puro estilo de Las mil y una noches.

En este punto es importante recordar la trayectoria de Verónica quien, ya en su primera novela, Auliya, mostraba su interés por el Oriente Medio. En aquel texto, la historia transcurría en lo que ahora es Arabia Saudita e Irak y el héroe era, precisamente, un iraquí de la Edad Media. Podríamos hablar, así, de un proyecto literario claro, pulcro y trabajado donde, la autora de El fuego verde, apuesta por la investigación, por la búsqueda, por el descubrimiento del hombre y su circunstancia desde el pasado pero sin detenerse en él.

A decir de la propia Verónica, escribir este libro era una idea que le perseguía desde hace tiempo, sobre todo, porque era una forma más dinámica de narración, ya que incluía proponerle al lector diversos lugares y épocas en donde, sus propias obsesiones, el amor por personajes especiales venían a su pluma: leprosos, mercenarios, curas, gallardos y místicos, todos ellos emergiendo de las aguas de la historia buscando, en el estero de la imaginación un espacio para contar su versión de los hechos. Podríamos decir que Murguía es sólo la escriba que da forma al pergamino de la sensibilidad humana.

En cada historia que conforma este libro de relatos existe otro camino que el lector podrá recorrer sin cortapisas: el redescubrimiento del valor de la palabra que deja, conforme avanza la lectura, el goce estético que abre la puerta al dolor poético aun cuando dichos sentimientos no haya manera de suavizarlos. A este respecto, Verónica me comentó: “Yo lo único que quería hacer era hablar del dolor de la mejor manera; que mi prosa fuera lo más precisa y, al mismo tiempo, lo más útil; por ejemplo, admiro muchísimo a Zolá  pero soy incapaz de acercarme a esa prosa tan naturalista; amo a Flaubert y, curiosamente fue hasta cuando ya había trabajado “Herodias” -uno de los relatos incluido en este volumen- que leí el suyo y, entonces, volví a trabajar el mío; tuve que releer La leyenda de San Julián, una historia medieval, y me ganó el llanto en un momento específico del Evangelio. Entonces, retomé otro episodio, lo pulí y lo volví a pulir para que el libro fuera lo más nítido posible.

Pero, tras la prosa poética de la autora hay, en cada rincón del pasado, la reflexión hacia el presente. Como ejemplo, el mismo relato que da título al libro, pues, según me contó, uno de los temas que más le preocupan es la violencia en general y, “ante la impotencia, sólo queda la introspección, la invitación a pensar de manera individual en el entorno y evitar la generación de más violencia. Nicolás, de algún modo, es un niño miserable que ya no puede llorar más; está imbuido en un silencio obligado, es un testigo de la caída de Constantinopla muy semejante, en la actualidad a la matanza de Acteal.” En palabras de Nicolás, que más parecen de Sócrates, cierto es que, de todo hombre “es penitencia saber que la muerte por la espalda no se detendrá mientras haya hombre sobre la tierra”.

Cada una de las historias y de sus consecuentes párrafos que conforman este pergamino moderno de reciente aparición, muestra a una narradora sólida, congruente con su tiempo y su entorno y, aunque el referente inmediato sea “ ¡ah!, ella es la autora de El pollo Ramiro, tiene muchos más caminos narrativos que mostrarnos. Esta es una nueva vertiente de exploración crítica, al ser de las pocas escrituras de nuestros días, imposible de etiquetar o agrupar en una cierta corriente. No le interesa, dice, la literatura “femenina” o “romántica”, pues, para ella, “hay problemas más urgentes que hacerle propaganda al amor de pareja”. Pero, ¿qué piensa la autora de su propio libro? “Yo siento que al escribir este volumen no me traicioné y, a lo mejor, no lo compra ni mi abuelita, pero ni modo, es esto lo que escribo. Nunca he tomado un taller y la única vez que lo intenté mi tutora me dijo varias veces que no era interesante mi rollo exótico, que lo que los mexicanos querían leer era la realidad mexicana contemporánea, la gran novela de la Ciudad de México; yo le dije, ‘caray, que le escriban otros porque yo no puedo pasar del siglo XV y se acabó’. Escribo puras necedades que sólo me interesan a mí; la política ya la abordo en mi columna periodística en La Jornada Semanal y, aunque lo hago de manera humorística tiene una investigación; leo la actualidad para escribir los artículos. Me lo tomo en serio aunque sea de chiste, pero, hablando de literatura, no puedo escribir de otra cosa más que de lo que escribo; ya traté de hacerlo y no pude. El ángel de Nicolás, y no sé si decirlo en pro del libro o en pro de toda la situación de lectura en nuestro país, debe ser una invitación a que leamos otras cosas, porque también hay sectarismo y racismo en las lecturas. Mi objetivo principal era, a fin de cuentas, que libro estuviera bien escrito. Que el lector decida si lo logré”.


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