martes, 27 de agosto de 2019

Mirta Yañez


Mirta Yañez. (Mirta Gloria Yañez Quiñoa, La Habana, Cuba, 1947) 

“Desde niña, con una familia inclinada a las Letras y un tío abuelo que me enseñaba poemas, siempre tuve la lectura como parte de mi esencia. Escribía cuentecitos. Luego ya en el preuniversitario Raúl Cepero Bonilla, con profesores escritores como Ezequiel Vieta y César López, y otros grandes profesores como Nuria Nuiry, la literatura se volvió la inquietud más seria de mi vida. Leer y escribir son las almas de mi existencia”.

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jueves, 15 de agosto de 2019

Leer (nos)


El buró. La mesa de noche. El mueble al lado de la cama. La repisa. El estante ése entre los cajones del ropero. Los libros viven y conviven en estos espacios dentro de la recámara de las personas lectoras, junto con los controles remoto, la lámpara de noche, la tablet, el teléfono celular o la bocina, que igual se enlaza con la televisión que transforma los libros electrónicos en audibles.

Los libros, para quienes los atesoramos, están en más de un formato disponibles para nosotros a la menor provocación y, aunque tenemos ciertas preferencias de lectura, la cual incluye también, diversidad de intereses, no nos limita el formato, sino la economía y la cotidianidad. La economía, porque no hay dinero que alcance para los libros que uno quiere adquirir y, la cotidianidad, porque nos falta tiempo, mucho tiempo, para leer. Ahí es donde ganan la diversidad de formatos, de estilos, de tramas.

De la minificción a la novela. Del clásico a la novedad. El abanico de las posibilidades. ¿Quién nos enseñó a leer antes de dormir? ¿Quién nos puso el primer libro al lado de la cama? ¿Cuál fue ese libro?

El mueble al lado de la cama. El que acompaña los momentos más íntimos. El testigo inerte. Depositario de las historias que le contienen. Las que sostiene, además de las que escucha. De algún modo, presencia las otras historias, las que de la televisión emanan, sean series, películas o noticias.

Ahí desde el buró, en él, se leen, se perciben y se sueñan otras historias.
A veces, se escriben. Las escribo.
A veces, no.

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viernes, 2 de agosto de 2019

Celia del Palacio: Un relámpago por cada lágrima




La primera vez que esta entrevista se publicó, corría el año 2012. Año en que saldría a la luz la primera edición, en el legendario sello Suma de Letras coordinado por la editora Laura Lara, antes de la fusión por todos conocida con Grupo Random House. Hoy, siete años después, en 2019, esta novela se reedita en otra casa editorial: Planeta.

A veces, la rutina deja de serlo. Una tarde, una mujer concluye su jornada laboral y se dispone a hacer “lo mismo de siempre”. Esa tarde y no otra, suena su celular. Esa llamada, también, cambiará su “destino”. Esa voz que pronuncia su “verdadero” nombre y no el que ella se ha impuesto, la lleva de golpe, a su otra realidad. A su otra ficción. Entonces comienza la otra historia de Lilia Olivande, protagonista de la más reciente novela de Celia del Palacio (Ciudad de México, 1960), Las mujeres de la tormenta (Planeta, 2019; Suma de Letras 2012), pues le guste o no, “Uno no es dueño de su destino, aunque a veces así parezca. Uno nomás es el instrumento”.

Las mujeres de la tormenta es una novela histórica escrita bajo la premisa de los paralelismos históricos, tanto en el acontecer real como en el terreno de la ficción. La magia y la hechicería son los ejes de su trama. Sucede así, en dos tiempos históricos: el pasado (de 1552 a 1934) y el tiempo actual (2010) estructurada a manera de relatos independientes complementarios cuyo enlace, está dado desde el presente, a través de la lectura misma de los relatos que ha dejado su madre y que parecieran al mismo tiempo, premonición y herencia, por lo que Lilia tendrá que ir hasta los orígenes de la hechicería misma en Veracruz así como transformarse en su propio oráculo. 

Corre el año 2010. Selene, la madre de Lilia, y quien vivía desde hace varios años en Xalapa, Veracruz. Ha muerto en un accidente automovilístico. Su hija, radicada en la ahora Ciudad de México, ha de viajar a reconocer el cuerpo y a realizar los trámites necesarios. Una llamada del destino. Llovizna. Se avecina una tormenta. Ella, Lilia no ha visto a su madre en varios años. ¿Cómo resarcir el vínculo ahora? Mundos opuestos. Realidades paralelas. Universos que apenas y se han rozado. Dos mundos conocidos, desconocidos. Dualidad. Duplicidad. Lilia y Selene. Lilia que en realidad es Lilith. ¿Dónde comienza realmente esta historia? ¿Hay un principio de la historia? ¿De esta historia? 

Habría que hablar entonces de universos. Colectivos y personales. Reales y ficticios; imaginarios y simbolizados; racionales y mágicos; estructurados…“Quise construir un personaje (Lilia) que viniera de un mundo al que estamos más acostumbradas. Un mundo más práctico y racional, donde la mujer para ser, tiene que abandonar cualquier tipo de creencia que no sea totalmente racional, despojándose incluso de parte de su femineidad, para sobrevivir. Ese mundo en el que, incluso, la mujer tiene que masculinizarse y dejar otro tipo de características  afuera. Yo quería partir de eso. De alguien que es totalmente racional y práctica y que ha construido  muros a su alrededor para no sentir, para solamente vivir en el día a día. Me pregunté entre otras cosas, ¿cómo vería entonces, esa persona que se construyó a sí misma, distinto, un mundo paralelo? ¿Cómo podría ver esta mujer a  Veracruz, específicamente Xalapa, con esta exuberancia de verde,  plantas que no conoce, flores que parecen fantásticas y sin embargo son reales?”

Veracruz fue y ha sido un bastión en la construcción de ciudadanía. “Todo entró por este puerto y una muy buena parte se quedó ahí. Sobre todo el Centro y Sur de Veracruz. En el sur, está toda la tradición de brujas, brujas voladoras, son jarocho. Hacia el norte, son más bien los varones los que practicaban la magia. Hice una división política del centro hacia el sur. De Xalapa hacia el norte, creía yo que no estaba ahí lo femenino, me llamaba más el sur. Ahora, sobre todo, hay mucho más brujos. Las mujeres están ocultas. Incluso por razones turísticas, te llevan con brujos. Las mujeres están ahí, hay muchas, pero no son visibles”.

La tormenta como atmósfera. El tormento del a pérdida. La metáfora. La enseñanza. La re-construcción de un ser a partir de diversas claves. Claves Históricas que facilitan la re-estructura de la historia. Una novela que al tiempo que relata, entrega. La Historia vertida en diversas historias. En el tiempo. En una geografía, tan femenina como selvática. Arrojada. Lanzarse al mar crespado. Por carretera. DF-Xalapa. Un réquiem. Una tormenta. “Me da un poco de miedo que crean que esta historia ha ocurrido. Es ficción, aun cuando es la realidad del país. Me duele mucho, Hay un puñal de dolor y de violencia clavado. Son personajes costumbristas. Prototipos. Aun cuando hay una realidad que todos conocemos.”

Un accidente automovilístico que es en realidad, un asesinato. Los cinco cuadernos de Selene. Cinco hechiceras. Claves. Leyendas. Escritura y re-escritura de Historias ajenas que dan las claves para el descubrimiento de la propia historia. La realidad de la ficción, que no es sino una carretera que ha de transitarte de noche, a solas, escuchando el “Requiem” de Mozart. ¿Dónde comienza realmente esta historia? ¿Hay un principio de la historia? ¿De esta historia?

El poder femenino. La fuerza de la naturaleza. La construcción de lo personal, desde lo colectivo. Un mundo real. Un mundo mágico. ¿Cómo es afuera, es adentro?... El Ying y el Yang. La complementaridad de los opuestos. La humanidad hechizada por el poder. La mujer hechizada que busca romper el hechizo del silencio, a través de una, o varias, hechiceras. Generar un colectivo que provoque un nuevo hechizo, ese que rompa el silencio. Empuñar la palabra, haciendo de ésta, un kamjar, un puñal de acero damasquinado de hoja de doble filo encorvado en forma de S, usado por los moros; con un ser fantástico grabado en el mango: cabeza de águila con cuerpo de león, al cual rodean dos serpientes entrelazadas.

Y al tiempo que las mujeres hechiceras de esta novela empuñan su kamjar, el recorrido histórico ha de permitirle al lector, construir el árbol genealógico (por llamarlo de algún modo) del surgimiento de la hechicería a Veracruz, allá por el año de 1552 y teniendo a la princesa africana Mewzi su portavoz, ella quien sufriera en carne propia, el desasosiego y el dolor de creer muerta a su hija, tras el arribo del Madredeus, una carraca portuguesa que la llevara al puerto, procedente de islas canarias, en calidad de esclava. Ella, Mewzi, fue la primera en empuñar el kajmar. E invocar a Oshún (deidad Yoruba), diosa madre que, con ayuda de Shangó (dios del rayo), harán justicia. Primero por ella, después por tantas otras. Sin cumplir caprichos.

Mewzi hija,  la primera hechicera. Le seguirán, en 1682, en la Ciudad de Tablas, Veracruz, Doña Beatriz, condesa de Malibrán; en 1839, en Manga de Calvo, María Josefa, “La Mulata de Córdoba” y en 1934, Lorenza… Ellas cinco serán las claves mismas a través y gracias alas cuales, Lilia podrá desvelar ciertos misterios. Así, desde afuera. Un afuera incluyente que al tiempo que investiga, revela y permite reconstruir un vínculo a partir de la ausencia que no tiene remedio pero facilita el descubrirse “Es  muy triste que tenga que reconstruirse desde algo que ya no tiene remedio: la muerte. Es descubrir a la otra persona. Tirar sus propios prejuicios en torno a su madre, que siempre  quiso ver de cierta manera, para no sentir, para no sufrir.  Reconocer a la madre y volver a crear ese vínculo, implica una transformación personal en Lilith, la protagonista”.

Las mujeres en la tormenta es una red no sólo de misterio sino de mística. El Kamjar, como símbolo que apuñala ante todo, constructos: “yo quise volver sobre nuestras concepciones de la dualidad misma: lo bueno, lo malo, lo racional, lo irracional; las otras brujas, están constantemente apuñalando esa realidad que las oprime, las aplasta, es como destruir todo lo que se ha construido alrededor de ellas y las coloca en determinado sitio. Con el puñal se destruye todo”. Pero ¿qué es lo que apuñala Celia del Palacio en esta historia? ¿A quién apuñala? “Yo creo que tiene que ver con mis dos carreras. Por un lado soy historiadora y había mantenido un poco a raya a la creatividad; es también apuñalar esta parte de mí ¿por qué la historia tiene que estar separada de la creatividad. Estaba como escindida. En esta novela me di mucho más permiso de narrar.” 

Las mujeres de la tormenta, hacen de la hechicería no sólo una herencia, sino una forma de vida. La magia a la que apelan es a la del corazón y su búsqueda es la libertad de ser y estar. Encuentran ahí, en la lluvia, la fuerza que da la rabia y la súplica que da el amor. Es dejar de ser esclavas. Escapar de su condición natural de sumisión para encontrar el poder de la emancipación. Saberse mujer. Saberse sujeto deseante y no objeto ni posesión. La decisión personal como un instrumento de transformación. El descubrimiento del poder desde el propio cuerpo. Del cuerpo femenino. De la propia sensualidad y del deseo de placer. El deseo de ser sujeto. La sabiduría de saberse poseedoras de un poder de aniquilar o de construir. “Hay una responsabilidad en el manejo del poder. Su uso irresponsable, creo, sería “el mal”. Que una mujer reconozca que tiene el poder, implica que es responsable de utilizarlo. Si no puedes decidir, entonces eres la víctima. Sin embargo, “lo otro” siempre está ahí. La posibilidad de destruir es, también una posibilidad. La decisión está en la elección”. ¿Dónde comienza realmente esta historia? ¿Hay un principio de la historia? ¿De esta historia?

Celia del Palacio traza un mapa. Su pluma, va dibujando un sendero que se bifurca hacia la magia por mar y hacia la realidad por carretera. Veracruz, como una silueta de mujer. Xalapa construida sobre un cuerpo social femenino. La reconstrucción de un corpus femenino que implica, también reivindicación. Las mujeres tomando el poder para sí mismas. Como Las Escogedoras, esas mujeres que fueron “las primeras  obreras urbanas. Ellas tomaron el poder para sí. Crearon sindicatos, se ayudaron entre sí. Hay escogedoras muy célebres en Veracruz. En la memoria colectiva son reconocidas como mujeres que viven solas porque pueden ganar su propio dinero, no necesitan de los varones o incluso, ponen  sus condiciones. En efecto, para mí era muy importante reconocer a estas mujeres. Yo no he visto que se haya hablado mucho de ellas como un antecedente del feminismo más actual”.

“Creo que lo más complicado fue  tratar de sacar las pistas que develan y revelan el misterio de Lilith de entre las historias complementarias, pues no proceden de las Leyendas mismas. Hay algunos detalles que pueden coincidir ( o no) estuve recogiendo las voces de los lugareños, sus “decires” y confiando en que fueran “verdad”. Eso me costó mucho trabajo, el poder decirme, “les voy a creer que me están diciendo la verdad. A mí la novela me deja una transformación interna en este sentido de aceptar, de ver, de reconocer la dualidad. No sé si ya acabó la tormenta. Por primera vez en la vida estoy esperando. Abierta a ver qué ocurre. Buscando nuevos camino. Profundizando en las enseñanzas que me han dejado estas mujeres. Tratando de encontrar una sabiduría en el propio miedo”.

Dónde comienza realmente esta historia? ¿Hay un principio de la historia? ¿De esta historia?...Tanto la esclavitud, como la libertad, son internas. Las cárceles están, adentro. 

¿Ya pasó tu tormenta?

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Cristina Rivera Garza: La taiga, esa otra persona dentro del lenguaje


Es increíble cómo juega el tiempo con la historia y viceversa. Hoy re-publico esta charla que, con motivo de la publicación de El mal de la Taiga (Literatura Random House Mondadori, 2019) mantuviéramos Cristina Rivera Garza y yo, en diciembre de 2012. Siete años han pasado desde que charlamos y de que aquella novela viera la luz en otra casa editorial: Tusquets. Por su involuntaria vigencia, es que se ubica, como uno de los primeros posts y no en el lugar que le correspondería, es decir, el del 2012.

“Durante mucho tiempo, antes de escribir “El mal de la taiga” estuve coleccionando muchas notas de personas que se iban de la civilización y después volvían. Recogiendo  pruebas de vida en las afueras, de cómo se ve la vida del otro lado, pues me ha parecido siempre muy interesante. Si uno se sale del punto cómodo y observa eso que nos parece tan obvio, tan natural que se nos van a volver extraño y los libros también nos ayudan a eso.  La literatura tiene  la gran capacidad de devolvernos ese algo que pareciera explicarse a sí mismo de manera suficiente y los libros nos lo vuelve insuficiente, nos dice “hey, detente, lo que parece estar ahí para siempre no lo está”.

Y así sucede en la vida literaria. Y en lo literario de la vida. Cuando un lector se acerca a un libro o a un autor en particular, asume ciertos riesgos. Y retos. Se compromete y acepta (o no) las reglas del juego. Si ese lector, se acerca una vez más al autor, el encuentro de universos se ha dado y ambos universos (el del escritor y su ficción/realidad y el del lector) han de fusionarse, integrarse, complementarse y enriquecerse. Se ha generado así, otro universo.

Con Cristina Rivera Garza (Matamoros, 1964), a mí me pasa algo semejante a lo planteado con antelación. Su universo me fascina, en lo más profundo del término, desde aquel 2004 en que leí “Lo anterior” (Tusquets) y con ese brío me acerqué a su más reciente novela “El mal de la taiga”, que en su brevedad provoca no sólo tensión sino un profundo desasosiego. Lo más cercano al delirio y a las imposibilidades posibles del encuentro con el otro, pero sobre todo con uno mismo.

¿Cuál es el punto de partida?: Una mujer detective en retiro, acepta un reto: encontrar a una mujer que ha abandonado a su marido para irse con otro hombre hacia el interior de la taiga… ese es el principio del viaje. Y, para el recorrido, ella necesitará no sólo a un traductor, sino la escritura misma como posibilidad, el código de un lenguaje probable y el mapa de sí misma para encontrar mucho más que a una mujer dentro de la taiga que no es sino la vida misma.



¿Se puede entrar a la taiga?, ¿Es posible adentrarse en ella y sobrevivir? ¿cuál es ése mal que esconde? ¿En dónde se esconde? ¿Hay salvación en y desde la taiga? Me dice la propia Cristina: “Sí  hay una manera de entrar, de perderse en la taiga con un conocimiento de las  migajas que se están recorriendo como una especie de codificación  de todos los guiños de la que está poblada, con referencia a mis libros anteriores, pero también (y es algo que me ha resultado sorpresivamente agradable) las personas que se acercan al libro  sin ningún conocimiento de del dónde vienen estas migajas están perdiéndose y emprendiendo (con suerte) ese camino hacia esos otros libros. Hay una especie de apertura de este libro que permite (me gustaría verlo así) la visita del huésped que ya ha pasado tiempo en estos caminos pero también abre las puertas al que apenas empieza a acercarse…”

Es que abrir la puerta de uno mismo para partir hacia la taiga va mucho más allá, no sólo es una caseta al bosque  narrativo y poblado de Rivera garza, es al tiempo el camino a la palabra, el sendero hacia la búsqueda de un universo alterno que si bien es el pensamiento, el proceso de pensar, está enriquecido y dotado de corazón; su brecha es el corazón, él es la semilla de la palabra, de la narrativa. Una construcción deconstruida entre el alma y la psique, un encuentro a partir de dos personajes perdidos, ahí donde la propia encargada de encontrarlos, está perdida, también.

“No es una cuestión de opuestos de  emoción contra razón. No es una abstracción. Creo que hay un fuera del lugar constante que a mí me interesa investigar. Hay una especie de desembonamiento. Una especie de sutil extrañeza ante las cosas y no necesariamente frontal ante ellas. Yo creo  que ”El mal de la taiga” está asediado con distintas  y desde distintos géneros, hay cosas que podemos ir reconociendo: desde los personajes de cuentos de hadas, la tensión del thriller, la propia  tensión que se va generando a lo largo de las páginas, pero ¿cómo se va llegando a este fuera del lugar?”

Y es que el hilado fino, la concreción del tejido escritural está dado con el  encuentro con el lector a partir de la lectura, pero dotado de un peculiar  feedback dado por el lenguaje y por la rítmica. ¿Qué leemos, desde dónde lo leemos? El juego que se da a partir de la estructura y el lenguaje, por la intención narrativa, por  la preponderación del estilo y la estructura.

“Yo he trabajado mucho en ello. Me interesan las múltiples texturas de la palabra, la materialidad del lenguaje como tal. La cuestión de los ritmos, de las estructuras, del tiempo, es lo más corpóreo de la escritura. Independientemente que las  anécdotas que el libro pueda brindarte, de los salto narrativos, independientemente de los personajes, hay una base, un decantamiento que es ese el trabajo que a mí me interesa.  Es también la posibilidad de ir hacia esta otra taiga, hasta otra serie de ritmos, pulsiones, palpitaciones que nos van conformando. Creo que la escritura, cuando llega, y cuando un libro te lo llevas contigo, es porque se queda en una zona de ti y para trabajar con eso hay que trabajar con lo que está palpitando en nuestras manos. Tenemos nuestras herramientas como escritores”.

Descubrirse. Abrirse en el detalle observado. El sentido de la vista exaltado. El universo del detalle. “Los escritores y los lectores, tenemos un bien que compartimos, el lenguaje. Éste es un bien común. Al menos como lectora, los libros que a mí me han marcado son lo que me ofrecen una marca, un sello que le es particular a ese libro y a mí y me gustaría pensar que producir libros es no sólo ofrecer una posibilidad de complicidad, sino también, tal vez, es esa otra cosa, poder producirte a ti en ese espacio, como esta otra persona que eres dentro del lenguaje.




Y esa otra persona, esa otra mirada. Ese Otro Testigo está en la novela siendo tan constantemente otro que no sólo la dota sino que la nutre de una vertiente de cuestionamientos: La mirada infantil, el niño como personaje, a lo lejos, él que puede mirar (se) a la distancia: “Y también  es ese proceso de traducción siempre incompleto; ese desamor, ese narrador filtrado y mediado por múltiples pasajes que  lo vuelve no confiable pero a la vez entrañable, pero es parte también del proceso de  la taiga; el reto es no volverlo frustrante sino  volverlo para el lector la posibilidad de encontrarse, de otra manera sería muy complicado, pero sí creo que la mención y la aparición de un traductor en este libro, no es menor; tiene que  ver también con que creo que todo libro es una traducción, y en este caso, el personaje le añade un filtro más  que debe poner en cuestión el proceso de la lectura, lo que está  sucediendo cuando nos acercamos al libro, lo que sucede cuando estamos leyendo”.

“Todo existe, a veces, por primera vez”. Y ahí, en la taiga, la existencia sucede. Se traduce. En ella. En un personaje. En cada uno. En cada uno que traduce y se traduce. Encontrando ese “lenguaje común, otro” que les permita comunicarse, ahí donde ser traductor, trae implícito el compromiso ( y el conflicto) de ser, también,  traductor de ella misma. Le significa cuestionarse y salir en búsqueda de algo a sabiendas  desaparecido… “¡Y eso se parece tanto a la vida!” La  certeza y el reconocimiento con asombrosa claridad de que lo que no está no se va a encontrar y que incluso, ella misma, no lo tiene para sí, ni en sí. Una detective descolocada. Perdida. Retirada y ahí, desde el retiro, sale a encontrar a dos seres que en el retiro, se perdieron. Una duda constante y confrontación (¿comprobación?)entre la búsqueda y la imposibilidad posible de encontrarse. La tensión de ignorar si será posible la traducción, si será posible lograr traducirse para traducir la situación la que está inmersa…

La Taiga. Su mal. El mal de la Taiga. “se necesita un lugar interno o un leguaje intransferible dentro del cual sea posible refugiarse. Es necesario, sí, un refugio.” La taiga. Su mal. El mal de la Taiga.


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Vainilla y desesperanza

Foto cortesía de la autora


Corría el año 2008 cuando, Editorial Aldus editaba en México la ópera prima del gran poeta surrealista Georges Limbour (1900-1970) Los Vainilleros, escrita en 1938. Como muchos libros, aquel tuvo la misma buena o mala suerte que tienen los grandes libros en pequeñas editoriales. Yo, debo reconocer, que fue gracias a mi trabajo como reseñista en el Suplemento Arena (extinto hace años) del Excélsior que lo tuve entre mis manos y, aunque, hoy día es uno de mis queridos tesoros en el librero, asumo que había olvidado por completo su existencia en él. Es decir, no es una lectura recurrente ni de buró.

Mi anécdota personal no vendría a cuento si no fuera porque, gracias a la también ópera prima de Norma Blanco Maasberg (México, 1973) Te querré más todavía (Planeta, 2017) lo recordé como si lo hubiese leído ayer. Conforme avanzaba en la lectura de la novela de Norma, volvían a mí fragmentos no sólo de la obra de Limbour, sino olores, texturas e incluso, instantes de lectura que creía olvidados. Sí, la memoria tiene guiños impredecibles que facilitan el encuentro con diversas narrativas, entendidas éstas como la construcción de historias socio-personales y la representación de las mismas.

A partir de la configuración de tres escenarios narrativos, la prosa de Norma Blanco va escribiéndose en una narrativa otra, la de la selva de la ficción, hasta un terreno fértil que tiene como por cauce el río Nautla y como caudal el misterio y fascinación de una familia francesa y tres generaciones de ésta, fincadas en El Mentidero, una Hacienda asentada en el terreno aceitoso del único aroma comestible, la vainilla cuyos cimientos, paradójicamente, lejos están de ser paradisiacos sino que muy por el contrario, se levantan sobre el fango de las lágrimas, el dolor y la imposibilidad. Porque ahí, donde se es capaz de industrializar la siembra y cosecha de la vainilla, ahí donde es posible, proveer y mejorar a una orquídea silvestre, no puede reconstruirse el alma, no puede hacerse comestible el deseo, no le es dable a sus habitantes, la sabiduría de desvainar el alma humana ni de hallar el instante propicio para la cosecha del amor, por más que se busque tierra fértil en la pasión: “El hombre siembra para cosechar. Lo mismo vainas que afectos. Y durante su labor no piensa en plagas ni en desastres. La ilusión de obtener la recompensa deseada lo mantiene alejado de pensamientos funestos. Y hasta que una fuerza oculta le da y le quita, le muestra y le esconde, se da cuenta de lo irrelevantes que pueden ser sus planes”.



Vuelvo entonces, al Paraíso planteado, en 1938 por Limbour. Ahí donde él planteaba en aquella su ópera prima, como ya lo he dicho, el descubrimiento de la vainilla, y en la construcción a partir del deslumbramiento por la vaina misma y todo lo que de ella emanaba, un Paraíso aromático comestible. En aquella historia, lo que sucede es que el narrador, busca llevarlo de Veracruz, a otras tierras. Migrar. Llevárselo hacia otras tierras.

A diferencia de Limbour, lo que Blanco Maasberg propone (quizá sin proponérselo) es una analogía entre la orquídea silvestre y el proceso de domesticación (mérito de la colonia francesa y no de los totonacas, como se cree) de la vainilla de alta calidad y esa otra orquídea, silvestre e indomesticable que es el deseo y la pasión de una mujer. Orquídea-vaina; vainilla-mujer. Otros paraísos. Otros espacios. En Te querré más todavía, la aventura está dada de origen. Ya ha sucedido la migración. La colonia francesa, poco a poco se ha ido asentado en la región. No quieren llevarse los frutos que el paraíso les entrega, quieren hacer, de esta nueva tierra, su paraíso. Apropiárselo. Pero la propia historia, su propia historia, viene cargada de ausencias, de dolores, de infortunio. ¿Cómo acercarse sin temor a la belleza, cuando lo que se trae a cuestas es el dolor de la nostalgia? ¿Cómo arriesgarse a ganar si se han arriesgado al perderlo todo, para re-comenzar?

La novela de Norma Blanco es también una historia de lejanías. De pérdidas, en suma. De encuentros a cuenta-gotas, a partir de dos momentos históricos: Del invierno de 1856 a agosto de 1873 cuya protagonista (y eje central de la novela) es Catherine y, del verano de 1937, al otoño de 1943, cuyo eje protagónico, corre a cargo de Marie. Dos mujeres. Abuela y nieta, respectivamente. Dos triángulos amorosos. Dos contextos políticos y sociales muy peculiares. El vómito negro. La fiebre amarilla. Un México convulso. Una Europa en guerra. Querer ser de acá, sin dejar de ser de allá. Tener todo y no tener nada. Desear mucho y poder poco: “La gente teme a la muerte por lo que se lleva. La ausencia trae carencias y las carencias duelen. Pero es un dolor soportable, terminas por acostumbrarte. El verdadero problema no es lo que te quita, sino lo que te deja. La muerte ajena te confronta con tu propia extinción”.

Dónde convergen las historias, cuáles son las semejanzas y cuáles son las frustraciones y pasiones que generan las narrativas entrecruzadas de las protagonistas, es algo que las y los lectores tendrán que ir descubriendo, también migrando de época, saltando históricamente de un momento a otro, pero habrá que decirlo desde ahora, reconociéndose en cada espejo de agua, entre la lluvia, entre los conflictos; desvainando las desigualdades.

No es asunto menor y hay que hacerlo notar que, pocas veces, muchas menos que las y los lectores podrían imaginarse, una ópera prima tiene el ritmo y el rigor narrativo que posee Te querré más todavía. Es una escritura pulcra, construida a partir de la metáfora, la imagen y el color, que genera no sólo la empatía desde las primeras páginas sino que logra que los aromas propios de la región invadan la atmósfera. Cada uno de los capítulos, se construye a sí mismo desde una imagen inicial; es en ese primer párrafo que se entrega, a quien lee acuciosamente no sólo la clave de lo que se desarrollará, sino el tono de memoria, de relato ancestral o postal. ¿No es la vida, en retrospectiva un conjunto de postales que a golpe de recuerdo nos permiten con mayor o menor fortuna, reconstruirnos? Sí, el narrador va y vuelve, de un pasado a otro, para entregarnos un presente histórico, reconstruyéndolo a partir de esa imagen otrora memoria hasta dejar en el lector anidado un nuevo recuerdo, que, a diferencia de la tendencia narrativa contemporánea, no hace de la frase corta un bastón y se invierte, por momentos en detalladas descripciones, hasta entregar ese imaginario deseable que facilita no sólo internarse en las plantaciones sino que invita a no salir de ellas, hasta hacer también, de la lectura, un paraíso habitable

Foto cortesía de la autora

Sin embargo, los paraísos tienen sus propios secretos. Sus frutos predilectos, sus olores y sabores. Porque atravesar el río en palangana o en bote, se disfruta o se maldice. Igual te tira un caballo que te muelen a golpes. El clima extremo te destruye una cosecha, pero el desamor te aniquila el alma. La insatisfacción te carcome. La imposibilidad, la duda, el silencio te mata tanto cuanto más rápido que el vómito negro. Ningún Paraíso debiera permitirse el desamor más ningún amor ha sido jamás paradisiaco. ¿No son el conjunto pasiones, de deseos, de anhelos, las selvas más difíciles de recorrer para el ser humano? Porque ahí, donde se es capaz de domesticar a una orquídea como la vainilla, ahí, justo ahí en esa región en la que Los Roussel y descendientes han sido capaces de hacerle el amor a la vaina han sido incapaces, por otro lado, de hacerle el amor a la otra tierra, hasta dejarla infértil y envilecida.

“La flor de vainilla se abre solo una vez. Expone su naturaleza hermafrodita durante alguna mañana cálida de primavera y, al llegar el sol a su cénit, comienza a ocultarla. Y en este breve lapso tiene la oportunidad de generar otro ser, una vaina a la que permanecerá abrazado su cuerpo inerte, de otra suerte se mezclará con la maleza que yace en el suelo en un tiempo no mayor a dos días”. Del mismo modo en que hay que esperar el tiempo adecuado para extraer el mejor aceite de la vainilla, hay que esperar, en la historia, el tiempo adecuado para que cada misterio sea revelado, pues aun cuando la historia está narrada desde un presente histórico, con un narrador omnisciente, en la lectura no debe perderse de vista que está contenida la historia de casi 100 años por demás convulsos. Norma ha sembrado la historia de su propia historia en la Historia y las semillas irán dando poco a poco, frutos y, aun cuando no es menester de este texto, hay que hacer hincapié en que, como en toda región de múltiples variedades, la lectura de Te querré más todavía, tiene ejes a considerar como vehículos de análisis: la migración francesa y el hecho de que en la región hubiese una colonia importante (aunque se hubiese diezmado con los años, sobre todo por las enfermedades y pequeños enfrentamientos); la riqueza agrícola, la importancia de la industrialización de la vainilla; la inestabilidad política, caótica y en conflicto constante del propio gobierno mexicano y las repercusiones económicas; el juego de roles, la esclavitud, el racismo.

Foto cortesía de la autora
Mención aparte, pero central, implicaría detenerse en el papel de la mujer y, en los juegos de rol que la novela plantea, pues más allá de corrientes o posturas, y sin perder de vista que son dos mujeres las protagonistas de esta historia, es precisamente por la visión, por las expectativas que se depositan en el “ser mujer”, en el comportamiento de una mujer, en el estigma y en el estereotipo de lo permitido y lo no permitido que el conflicto dramático de Te querré más todavía se sostiene. La opresión social, el sinsentido del deber se contraponen, se priorizan al deseo personal. Al placer y al goce. Mujer objeto, siglos ha y si no se desea en tanto mujer aquello, los costos son altísimos: “Dos versiones de una misma tragedia, la de vivir anhelando un amor que llega a ratos pero no permanece, como chispazos que iluminan el mundo deseado, que lo muestran, que lo hacen visible para después apagarse y sumirte en la peor de las tinieblas. Dos historias donde la pasión arrasante y clandestina estuvo presente. Dos historias de lucha, de sobrevivencia y de vainilla”.

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jueves, 1 de agosto de 2019

Liliana Blum, 2017


"...nuestra sociedad es tan superficial, que lo único que vemos es el exterior. Mientras más sórdido o escabroso sea lo que escondes, más intachable es tu fachada"

El monstruo pentápodo
(Tusquets, 2017)
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Raquel Castro, 2017


"No soy muy amiga del éxito, realmente no lo espero, a lo mejor soy muy antisocial. Me gusta más la idea de poder trabajar una historia a mis anchas que trabajar en comité y tener que estar al tanto de estudios de mercado."

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Paulina Vieitez, 2017


"¿Qué tal si en vez de eso que no he sido me vuelvo una mujer capaz de amar y ser amada? ¿Qué tal si ahora sí me dejo conocer y conozco? ... Quiero iniciar la búsqueda de esta versión de mujer que sí soy y verme en la mirada de los otros, de ellos. Reconocerme, reconquistarme. Y dejar que me conquisten. A ver qué tal."

Helena
Opera Prima
(Suma de Letras, 2017)
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Norma Blanco Maasberg, 2017


"... cuando anhelar lo perdido se convierte en un sentimiento pequeño, como una diminuta espina que más que provocar dolor, incomoda, se le comienza a llamar nostalgia."


Te querré más todavía. 
Opera Prima
(Planeta, 2017)
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Jessica Iskander, 2017


"He vivido historias de amor muy intensas. Yo sí me he enamorado y he creído en el amor, sigo creyendo en él. Me casé con el amor de mi vida eterno, y quiero regalar esa historia. Quiero que la gente vuelva a creer en el amor. No busco que sea cursi, sino poético, visual, sensorial, artístico, profundo…"

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Fernanda Melchor, 2017


"Comencé a escribir periodismo narrativo porque la vida que llevaba a los veintitantos me impedía escribir novelas, que es mi género literario favorito. En ese entonces no sabía cómo escribir una novela, no tenía el tiempo para hacerlo y tampoco estaba dispuesta a hacer los sacrificios que la escritura de una novela requiere, aunque tampoco me entusiasmaba la idea de limitarme a escribir boletines."

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Cistina Zabalaga, 2017


"Xao Xing era tierra y tú agua. Arena de mar. Sin playa, ¿adónde irán a parar las olas?"

Cuando Nanjing suspira
(Lumen, 2017)

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Ana Francis Mor, 2017



"Para tomar vuelo primero tienes que estar quieta y luego rompes la inercia mediante un impulso medido que te hará cruzar el horizonte hasta ese lugar del paisaje al que quieres llegar. Tomar vuelo no es sólo una frase popular de mi país. Es toda una filosofía de vida que aprendí con las bicicletas."

Lo que soñé mientras dormías
(Planeta, 2017)

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Carmen Boullosa, 2016


"(...) Aquí el recuento de cómo salieron del olvido los folios de la Karenina, en 1905, en San Petersburgo. El relato es minucioso donde se tienen informes. Inserto en él, se reproduce el segundo manuscrito de Ana, en una versión apegada al original. La transcripción no altera las decisiones de Ana, aunque por su naturaleza de libro en proceso hayan sido muchas las tentaciones de precisar, limar o borrar."

El libro de Ana
(Alfaguara, 2016)

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Ethel Krauze, 2016



"(...) Habiendo tantas madres deshijadas, tantos padres desposeídos de sus hijos, ¿por qué no ven lo que yo?, ¿por qué, aquéllos, no renacen en sus camas de muertos, en los vientres que los parieron y en los brazos que los acunaron?"

El país de las mandrágoras
(Alfaguara, 2016)

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Yamilé Vaena, 2016


"Lo que algunos interpretaban como un talento especial, otros lo llamarían manía, o un desorden compulsivo. Algo así como cuando los niños hacen bolitas de papel, se muerden el labio, se chupan el dedo, o no sueltan su mantita o peluche que los acompaña y les da seguridad, de la misma manera , yo dibujaba. Sin lápices, ni crayolas, con lo que fuera. Dibujaba todo el tiempo, como respirar, y a fuerza de respirar, te vuelves un experto en vivir, invariablemente…"

Desde sus trazos rojos
(Círculo Próximo Editores, 2016)

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Claudia Piñeiro, 2016



“Usted no es una mujer rota, como la de Simone de Beauvoir, usted es una mujer dañada.””¿Y eso es mejor o peor?”, pregunté. “Es mucho mejor”, dijo Robert. “¿Por qué?” “Un daño se puede reparar, zurcir, se puede ayudar a cicatrizar la herida. Lo roto es difícil de reparar, casi siempre es mejor cambiarlo por otro. En cambio lo dañado tiene una reparación posible. Una esperanza, la ilusión de volver no digo al estado anterior al daño, pero a un estado en el que la vida pueda seguir fluyendo […]”. (p.185)

Una suerte pequeña
(Alfaguara, 2015)

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Paula Mónaco Felipe, 2015


“Hay quienes piensan que la objetividad es un propósito a alcanzar y que es posible, yo creo que no. Habrá gente a la que eso le puede molestar, pero me siento tranquila porque lo que hago es honesto. Cuando uno es consciente de que todo tiene un por qué y un para qué, es más valioso que el precepto de la objetividad. Yo, por ser mi propia historia no sólo afín sino con muchos cruces con lo que se relata en el libro, decidí decirlo. Todo el mundo tiene una mirada desde la que cuenta, aunque no todos la hagan explícita.  Hay que apuntar a la honestidad y al rigor. Me preocupa más eso”.

Ayotzinapa. Horas eternas
(Ediciones B, 2015)
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Anahí López, 2015


"Una sociedad que silencia a sus rebeldes, compra su seguridad pero sacrifica su futuro."

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Ana Clavel, 2015


"En todo corazón habita un bosque"

El amor es hambre
(Alfaguara, 2015)

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Alma Delia Murillo, 2015


"Mi verdugo soy yo misma, lo sé. A veces tengo la fantasía de claudicar, de dejarme la panza, las piernas peludas, vivir en pants o en pijama, irme a París como hizo el cabrón de mi padre o poner una casita en Granada, hornear bollos y venderlos o comérmelos todos yo misma. Pero no me atrevo."

Las noches habitadas
(Planeta, 2015)

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Mariana Osorio Gumá, 2014



"Tengo un tarro roto del que se sale el mundo. Se escurre como agua por el cielo y sigue yéndose sin encontrar cómo parar." 

Tal vez vuelvan los pájaros
(Ediciones Castillo, 2014)

*Foto original proporcionada por la editorial.
*El encuadre para fines de esta sección es de AB

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Hania Czajkowski, 2013


“Uno deja de ser un gusano espiritual y se convierte en mariposa espiritual atreviéndose a soltar lo que uno cree que es, lo que cree que debe ser, lo que cree que debe pasar."

Morgana. El Camino Naranja
(Grijalbo, 2013)

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Daniela Tarazona, 2013



“Creo en todo lo que no se puede probar porque me genera curiosidad y me hace cuestionarme todo el tiempo; la muerte es otra de mis obsesiones porque hasta la fecha no la entiendo”.

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Carmen Boullosa, 2013


"(...) Lo que yo hago no es la tradicional novela histórica, lo que yo hago es buscar un escenario que me permita explorar algo que a mí en ese momento me está persiguiendo y me está atormentando y me está obligando a buscar y a tratar de ver y de entender; no busco en la historia necesariamente algo que ya pasó, busco algo que está pasando, busco un escenario donde me sea posible representar algo, que no entiendo en su contexto actual o en su contexto natural."

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Betina González, 2013


“Las cosas tienden a romperse, a desunirse, a desacoplarse naturalmente. Nada de lo que hacemos tiene otra función más que acelerar ese proceso. Son muy raros los casos en los que ocurre lo contrario- cualquier acercamiento, cualquier intimidad lleva consigo la semilla potencialmente destructora del amor. La depravación absoluto no está reservada a los demonios. La depravación absoluta es la aceptación de esa verdad que te envuelve con su rara belleza. No hace falta comprender más que esa ley para entrar sin problemas en la música del mundo y su constante negación de la vida.”

Las poseídas
(Tusquets, 2013)
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Ana García Bergua, 2013


“El eco de lo que uno escribe se concreta en hechos felices, encontrar en el camino a gente interesante, con la uno echa relajo y se la pasa bien.”

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Sandra Lorenzano, 2012


“Me interesan mucho esas historias silenciadas, calladas, eso de lo que no se habla, lo no dicho, eso me interesa mucho tanto en las historias personales como en las historias familiares. En las familias es impresionante cómo se callan historias, en algún momento reaparecen y no siempre del mejor modo”.

Fuga en mí menor
(Tusquets, 2012)

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Claudia Marcucetti, 2012


"Soy una mujer independiente y sin compromisos (ni de carácter social, familiar ni político) que se ha hecho a sí misma en el trabajo lo que me da mucha libertad al momento de escribir. Soy alguien que no tiene miedo a arriesgarlo todo por seguir mis pasiones. Un ser social por naturaleza que gusta de observar la sociedad y el comportamiento humano en todas sus modalidades, pero también tengo una faceta solitaria y reflexiva que me lleva a recluirme para escribir, leer, y estar conmigo. Mi visión literaria es ocurrente e irreverente porque así es mi personalidad. También es humorística porque el humor es mi refugio, un arma de combate para defenderme frente a la fuerza de la vida que a veces se torna desgarradora."

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Las redes sociales: otras escrituras

(Este texto fue originalmente publicado el 25 de mayo de 2019 en el no.63 de Revista con la A: Exiliadas y represaliadas del franquismo. El número estuvo coordinado por la Dra. Lucía Melgar)

Si bien las redes sociales nos han permitido dialogar de manera distinta con el entorno, sus beneficios como herramienta de vínculo e intercambio se ha diluido; se ha perdido el impacto y, aquel diálogo posible no es ahora sino un listado de soliloquios que atienden al más frustrante individualismo.
Cada mañana surge alguna información fútil que mantiene a las sociedades ocupadas, que no involucradas, en discusiones que se transforman en espacios vacíos al momento de trivializarse en un enunciado de va de los 140 a los 280 caracteres o una imagen -meme-. Si bien las redes sociales nos han permitido dialogar de manera distinta con el entorno, sus beneficios como herramienta de vínculo e intercambio se ha diluido; se ha perdido el impacto y, aquel diálogo posible no es ahora sino un listado de soliloquios que atienden al más frustrante individualismo acompañado que no ha hecho sino polarizarnos hasta invisibilizarnos e invisibilizar las posibilidades de otras escrituras.
Hablar de escrituras, de nuestras escrituras en la actualidad, es hablar también de cómo nos narramos dentro de esas redes sociales que, cada día, tejen menos redes aun cuando seamos partícipes de un ejercicio colectivo de sobreinformación: la dinámica del digo-opino-tuiteo/posteo, espero comentarios, no es sino otro mecanismo de desvinculación con la palabra, la escritura y el ejercicio del pensamiento transformador.
Hablar de escrituras, de nuestras escrituras en la actualidad, es hablar también de cómo nos narramos dentro de esas redes sociales
¿Desde dónde escribimos cuando escribimos? ¿Cuáles son aquellas ideas, notas y noticias que, desde nuestro “time-line” nos interesan? ¿Cómo es que las violencias se enconan en las sociedades precisamente en esas redes sociales?
Para cada una de estas preguntas habrá tantas respuestas como grupos sociales podamos identificar, al tiempo que, si desde un análisis sociológico lo atravesamos por la brecha de género, notaremos también las inmensas desigualdades y riesgos de las mujeres en estas escrituras que, de a poco, van construyendo narrativas de violencias aun más enconadas de las ya registradas hasta ahora.
Hablar de narrativas de la violencia es hablar también de escrituras en el mismo tenor, pero con distintos ejes de análisis: llámense violencia cibernética, violencia mediática, violencia tecnológica, violencias trendig, son violencias y en una faceta tan “novedosa” como peligrosa pues se oculta en la mayoría de las ocasiones en “usuarios anónimos” o usuarios de tecnologías que “inventan” un usuario, con el único fin de generar mensajes ofensivos dirigidos a la mujer.
Esas escrituras son las que están construyendo las “nuevas narrativas de la violencia” y son escrituras invisibilizadoras. En el mediano plazo, éstas desarrollan narrativas del mismo esquema lo cual tiene una repercusión social inmedible en sus efectos. En la sociedad, esas narrativas se vierten en acciones y, sólo hasta que eso sucede pueden contabilizarse, lo cual suma, multiplica y reproduce las violencias hacia las mujeres de muy diversas maneras e incluso, genera “nuevas” violencias.
Hablar de ciberacoso, de ciberviolencia, de cibermecanismos violentos, es hablar de cómo el acceso a las tecnologías facilita la “viralización” de las violencias y de sus escrituras. ¿Estamos midiendo las consecuencias de ello? No, no lo estamos haciendo, porque no estamos midiendo el valor de las escrituras, de las palabras mismas.
Una de las características de las redes sociales es que, al estar ahí, disponibles para cualquiera de nosotros y nosotras, la posibilidad de escribir “cualquier cosa”, también está ahí. Una persona, cualquiera que sea su identidad sexogenérica, tiene en sus manos construir o destruir y, bien lo ha escrito en su momento Arendt, nuestra tendencia es al mal.
Al igual que escribimos un texto, una carta, un mensaje de texto, nuestra cotidianidad está permeada por lo que escribimos en las redes sociales
¿Cuáles son nuestras escrituras? ¿Cuáles son nuestras narrativas posibles? Al igual que escribimos un texto, una carta, un mensaje de texto, nuestra cotidianidad está permeada por lo que escribimos en las redes sociales. Hemos trivializado, e incluso normalizado, el uso de esta herramienta. Somos, también, lo que escribimos, lo que plasmamos en cada enunciado, e incluso es tal de pronto nuestra ceguera que hemos normalizado, a clicks veloces, lo que leemos en las redes sociales de nuestro “time line”. Nuestros muros, se han inundado de “me gusta”, “no me gusta”, de emoticones, de “comentaritis”. Creemos que parte de la denuncia -y lo es- radica en simplemente bloquear o denunciar “determinada cuenta”, incluso, hemos caído en un mecanismo irrisorio donde le “damos RT” a un comentario violento, con comentario que denuncia la violencia, sin darnos cuenta de que, al hacerlo, viralizamos la violencia en lugar de detenerla.
¿Pueden detenerse las ciberviolencias? La respuesta es simple, aunque dolorosa: no. De tajo, no. En lo que sí puede trabajarse es en la concientización de esta y generar escrituras otras que las contrarresten. Reescribirnos desde las violencias podría favorecer el desarrollo de otros lenguajes.
Si empezamos a analizar las escrituras de la violencia podremos ir trazando, desde el lenguaje mismo, otra escritura visibilizadora que permita hallar nuevos horizontes, primero en lo social y poco a poco re-literaturizar nuestra realidad. Quizá, y sólo quizá si miramos detenidamente nuestras construcciones lingüísticas y comenzamos a enfocar nuestros recursos y herramientas hacia la transformación de esas escrituras, lograremos otras narrativas, de lo contrario seguiremos reproduciendo en el cotidiano, en el periodismo, en la literatura, escrituras más cercanas a una fotografía de la cotidianidad que no sólo no generan reflexión, sino que quedan como discursos limítrofes.
Cómo leemos cada escritura, cómo generamos otras narrativas y las de nuestro entorno cercano, eso sí está en nuestras manos. La posibilidad de visibilizar las escrituras violentas, reconocerlas y generar herramientas de re-escritura eso sí es posible, desde cada una de nosotras.

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El cine infantil y las construcciones de género


(Este texto fue publicado originalmente 
en el no.49 de Revista con la A. 
¿Qué presente y futuro para las niñas? 
25 de enero de 2017. 
El número estuvo coordinado 
por la Dra. Lucía Melgar)

Del colectivo creador a la individualidad del espectador hay un proceso que, al compaginarse, genera una segunda narrativa tamizada por la interpretación de aquello que se mira, observa e interpreta

El cine es una industria relativamente joven. Hablamos de apenas 117 años. En cada una de sus exploraciones pareciera que hay un acuerdo tácito entre creador y espectador de dejarse sorprender. El vínculo con las historias que nos muestra la “pantalla grande” tiene una muy particular dinámica de relación donde el otro con el que se interactúa es una amalgama de personalidades que confluyen. Del colectivo creador a la individualidad del espectador hay un proceso que, al compaginarse, genera una segunda narrativa tamizada por la interpretación de aquello que se mira, observa e interpreta. De ahí la magia pero también las disonancias.

Más allá del producto final, llámese éste corto, medio o largometraje, lo que la pantalla grande nos entrega es un combinado narrativo que tiene, desde su colectivo creador, un particular discurso. Las narrativas dentro del discurso es lo que lo hacen, a final de cuentas, un relato único dotándolo de especialidades que van desde entrañable hasta inocuo, para decirlo de manera agradable.
El cine tiene un doble o triple sesgo en la construcción del pensar en cada sociedad y genera pensamiento abstracto a mayor velocidad
Sin embargo, a diferencia de las narrativas de ficción y no ficción escritas en papel, el cine tiene un doble o triple sesgo en la construcción del pensar en cada sociedad y genera pensamiento abstracto a mayor velocidad. Es decir, dado su espectro de largo alcance una sola historia se re-dimensiona a sí misma y sus efectos no son medibles en el corto plazo. Su efecto es inconsciente y queda ahí, en la mente de quien observa, a veinticuatro cuadros por segundo.
Ahora bien, ir hacia el subgénero “cine infantil” tendría que llevarnos forzosamente a un análisis más extenso. Pero digamos que éste podría considerarse como un “género oficial” a partir de 1937, cuando Walt Disney lleva Blanca Nieves a la pantalla en dibujos animados. Es a partir de ahí que podemos marcar un antes y un después (pues entre 1908 y 1924 hay una larga historia de pequeños cortometrajes tanto en Estados Unidos como Alemania que, más que considerarse cine infantil, se consideraban “animación”). Fue este el inicio de una larga imposición y repetición de estereotipos: las princesas y los príncipes con sus modos de relación incluidos, como expectativa e ideal amoroso; el rol de la madre en Dumbo y Bambi. La construcción del falocentrismo y la heteronorma como signos inequívocos-de éxito. Dogmas inoculados hasta la médula que, en las y los niños forma y en los y las adultas reafirma, pero transmitidos a la infancia en dibujo animado, en color y con canciones.
Si bien es cierto que hay que reconocer el intento de transformación del discurso recientemente en filmes como “Frozen” y “Valiente” no hay que dejar a un lado lo forzado del discurso, de Disney en particular, pues fueron ellos mismos a quienes, líderes en la industria del cine infantil, no les sedujo suficientemente la idea del discurso en la historia que contaban, sino que empezaron a generar productos desde y por el género. No les era suficiente películas estereotipadas, ahora había que dividirlas en películas para niñas y películas para niños.
El cine, los productos fílmicos occidentales, especialmente los estadounidenses (y por consecuencia los que más alto consumo tienen en México) son, quizá, los que necesitan más revisión. La crítica, la prensa cotidiana, poco se ocupa de los temas transversales. Poco se detienen en el análisis de las subtramas y es ahí donde el estereotipo aprovecha para asirse, para enconarse y reproducirse en las acciones cotidianas.
Inútil detenerse en el cine infantil local, nacional. No es en el largometraje donde se están de-construyendo discursos, si acaso, en animaciones y cortometrajes que, desgraciadamente, lejos están de la exhibición nacional.
Si las artes en general, y el cine en particular, no transforman su discurso sino por el contrario, si se empeñan en mantener y reforzar el engranaje heterosexista, las sociedades seguiremos con un pie en el retroceso o, por lo menos, pisando arenas movedizas. Eso implica, necesariamente, hacer hincapié en la necesidad de sensibilizar a creadores y realizadores en materia de género y que las y los especialistas en el tema volteen a los mensajes que, más allá de la sinopsis, se transmite a las y los pequeños.
¿O es que acaso vamos a seguir permitiendo, como sociedad, al consumir productos como “SING: ven y canta” (Universal Estudios, 2016) -los mismos productores y creadores, por cierto, de personajes como “los Minions” (que no por divertidos dejan de ser trabajadores explotados)- en cuya historia, una de los personajes, Rosita, una cerdita que alguna vez tuvo sueños musicales pero ahora se dedica a cuidar de su marido y sus 25 hijos, cuando intenta bailar en público no puede, por más que lo intenta, hasta que un día “se desbloquea bailando en el supermercado” y, entonces, en el gran número final, su escenografía, para que pueda bailar, es un centro de lavado y su coreografía, labores domésticas? Y este ejemplo es apenas situándolo en un solo personaje…
Hoy día ya no se trata solamente de Princesas y Príncipes. De banderas ocultas o tonos de voz. Ya no es sólo Disney; son cada una de las empresas productoras que ven en el cine infantil un gran capital. Y de cada uno de los creadores y realizadores que en ellas colaboran.
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Poeta que no entiende futbol


Húmedas distancias